FRANCISCO REYES / TORONTO /
A raíz de la representación teatral “El Hotel de los Refugiados”, puesta en escena el pasado sábado 4 de junio, en Casa Maíz, escribo este ensayo sobre la vulgaridad y la chabacanería en la obra de arte.
Antes de entrar en detalle, repito algunos conceptos vertidos en la nota de prensa publicada la semana pasada, para resaltar la escenificación de esta pieza dramática en que los espectadores podrían llenarse de prejuicios por la frecuencia en que son empleados muchos “garabatos” chilenos, que a simple vista nos parecerían vulgares del todo.
“Allí donde lo obsceno tiene apariencia de vulgaridad, las expresiones populacheras de la lengua chilena se elevan por encima del ‘garabato’ para convertirse en verdadera obra artística”.
Algunos filósofos, entre ellos San Agustín, consideran que la obra de arte, además de aspirar a la Suprema Belleza, debe aspirar a la Suprema Verdad y al Supremo Bien.
Propone, como Platón, que la obra llegue deliberadamente a un fin ético o moral. Estamos de acuerdo en parte con este pensamiento platónico-agustiniano, en cuanto que el fin moralizador de la obra de arte se desprende de su finalidad estética, en un acto no consciente del artista.
Quizás sea el poeta romántico inglés John Keats, autor de las mejores odas universales, quien mejor exprese en su poema “Oda a una Urna Griega” la identificación entre lo estético y lo ético, como se puede deducir de dicho poema: “La Belleza es Verdad y la Verdad es belleza”. Todo lo bello es en sí mismo verdadero y bueno, puesto que en la expresión artística proceden de la parte más noble del espíritu humano.
La escenificación de “EL Hotel de los Refugiados” nos ha motivado el replanteamiento de la vulgaridad y la chabacanería en la obra de arte, considerando la propuesta de Platón, de pedir al Estado la vigilancia de la producción artística para que no “perviertan” a la sociedad.
Pero en “El Hotel de los Refugiados” no es necesaria esa intervención oficial, debido a la madurez con que el autor de ese drama eleva a categoría de arte lo que a simple vista resultaría vulgar y chabacano.
Ese nivel de ascensión a la categoría de arte no se da con frecuencia en otras obras artísticas de la cultura hispano-canadiense en general. Y es nuestra sugerencia a los artistas de nuestro medio étnico ser cuidadosos con el uso de esas expresiones, porque su obra podría resultar un fiasco si no se trabaja bien con esos materiales del lenguaje.
Cuando estos principios son aplicados a las artes modernas, en todas sus facetas, nos damos cuenta de la ligereza con que los artistas abusan de la libre expresión creadora para expresar bajezas en sus obras, así como de la permisibilidad de ciertos gobiernos, que no tienen bien claras sus políticas culturales con respecto a la función social del arte y el daño que puede causar a quienes no tienen una formación estética requerida para apreciar o rechazar una obra artística vulgar y chabacana.
Estos dos elementos degradan la obra de arte al extremo de perder su fin, que es producir la Belleza. Nuestro medio ambiente está saturado de obras realmente obscenas, que rayan con la ridiculez.
La obra de arte, para decirlo en un lenguaje más carnal, es como una mujer bella que, al expresarse con vulgaridad se vuelve ordinaria y pierde sus atractivos.
Hay que tener cuidado a la hora de enjuiciar una obra de arte que, como “El Hotel de los Refugiados”, muestra cierta ambigüedad en el lenguaje, por los tantos “garabatos” chilenos que se filtran en las escenas, pero son tratados con la adultez del arte.
Lo mismo puede ocurrir con obras en que el desnudo, como ocurre en la pintura, en el cine o camuflado en el teatro, nada tiene que ver con la vulgaridad, aunque a veces, como se repite en el cine quebequense, se vuelve obsceno.
Para los “moralistas”, el desnudo debería ser prohibido en el arte. ¡Cuántos besos simulados a veces nos hacen confundir la posición de los labios, en que no pasa nada! El desnudo también es arte que debe ser contemplado sin lascivia o apetencia carnal desenfrenada.
Hay quienes confunden lo sensual con lo vulgar. Sin embargo, la vulgaridad no es sensual. Es lo que es: bajeza, aunque hoy está de moda en ciertos géneros musicales.
Por último, existen las llamadas expresiones verbales de doble sentido, que en el fondo tiende a la vulgaridad, porque de hecho tiene un solo sentido.
Así como existe el “Diccionario de Malas Palabras”, debería crearse el “Diccionario del Doble Sentido o sentido vulgar” directo en la Lengua Literaria, para que sepamos que la vulgaridad y la chabacanería han inundado las esferas de las artes literarias que, en consecuencia, conllevan a la producción de obras de pésima calidad estética, tanto en los escenarios como en los libros publicados.
*Francisco Reyes puede ser contactado en reyesobrador@hotmail.com