FRANCISCO REYES / TORONTO /
Hablar con la doctora Ana Teresa Pérez-Leroux es recorrer caminos insospechados de una profesional que, habiendo nacido en un “país inverosímil” como República Dominicana, vino a Canadá, desde los Estados Unidos, para ocupar una importante posición interdisciplinaria en la Universidad de Toronto.
La conocimos a finales del 2016 en una ponencia sobre ‘Bilingüismo y Demencia Senil” o Alzhéimer, auspiciada por la organización “Latin@s” en Toronto, a la que fuimos invitados para reseñar esa actividad info-educativa.
Nos sorprendió que, siendo dominicana, no pronuncia el idioma con acento propio de esa nación. En efecto, después de haber estudiado una licenciatura en Lenguas Modernas (francés) en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, se fue Estados Unidos para un doctorado en Lingüística en la Universidad de Massachusetts, entre otros estudios, que la definen como cosmopolita.
Ana Teresa fue procreada por uno de los sobrevivientes de la dictadura de Rafael L. Trujillo Molina. En la postrimería del régimen lo torturaron en las cárceles “La 40” y “La Victoria”, después de haber sido delatado como conspirador por un loco que acertó en su denuncia.
El doctor Amiro Pérez Mera, su padre, uno de los principales epidemiólogos de su país, fue puesto en libertad a los pocos meses del magnicidio que puso fin a la dictadura de 31 años en el país caribeño.
“Soy una consecuencia directa del asesinato de Trujillo. Si no lo hubieran matado, a mi padre quizás lo hubieran desaparecido y yo no hubiera nacido al año siguiente”, expresó sonriente, con cierta ironía, al inicio de nuestra entrevista.
En la actualidad, publica cuentos de familia en el periódico “Claridad” de Puerto Rico, reseñas sobre vivencias en ese período sombrío de la Historia Dominicana y las experiencias sobre el alzhéimer que padeció su padre, quien además fue secretario de Salud Pública durante el gobierno de Salvador Jorge Blanco (1982-86). El doctor Pérez Mera falleció hace apenas cinco años.
Con relación a su estadía en EE. UU., relató que al alcanzar el doctorado le ofrecieron un trabajo en Pensey. “Aun cuando acepté ese trabajo, yo lo veía como un momento de pausa. Creí que regresaba a mi país”.
Sin embargo, las circunstancias determinaron otro rumbo. Agregó que cuando tenía casi 14 en EE. UU., asumió que ya se había quedado en ese país. El asesinato de un joven negro, a mano de un pariente de su esposa, una muchacha blanca de Pennsylvania, le hizo tomar conciencia de la necesidad de ser ciudadana, en término de responsabilidades, “porque el fiscal del distrito nunca ponía causa”. Obviamente, se trataba de un joven de color.
“Fue tan racista el caso, que me dije: ‘Uno no puede seguir extranjero siempre. O empaco y me voy o me quedo, participo como ciudadana y voy a elecciones’. Llegué a la conclusión de que uno tiene que vivir donde vive y no ser extranjero por un afecto, una nostalgia al país natal. Si uno está, tiene que estar”. Al poco tiempo logró la ciudadanía americana.
Al año de hacerse ciudadana en ese país, le ofrecieron trabajo en Canadá. Empacó y vino a Toronto replanteándose otra vez el problema del estatus. “Ya no quiero volver a ser extranjera”. Y se hizo ciudadana. “Hay que ser práctico: tienes que vivir donde estás. Uno tiene la capacidad de influenciar el lugar donde vive, no el que dejó atrás”.
En efecto, su trabajo como lingüista en la Universidad de Toronto ha influenciado a otras disciplinas de esa alta casa de estudios. Ana Teresa es no sólo profesora de español. Es al mismo tiempo directora del “Programa de Ciencias Cognoscitivas”, en interacción con otras carreras, entre ellas, Informática y Psicología. Además, ayudó a crear el curso de español para estudiantes bilingües.
La única gran nostalgia que notamos en esta entrevista fue al hablar de su padre, a quien muchas veces cuestionó sobre lo que sintió mientras era torturado por sicarios del régimen trujillista. “Mi padre me decía que no sentía ningún rencor por quien lo delató ni por quienes lo torturaron. Uno lo hizo porque estaba loco y los otros cumplían las órdenes y eran pagados por su trabajo, me dijo. Uno de ellos era un sicópata”.
Al hablar de su labor fuera de la universidad, explicó lo que hace en una de las iglesias de su barrio. Allí, en un programa llamado “Out of the Col”, ayuda a cocinar durante el invierno para los ‘homeless’. “Ese es mi voluntariado. Me llena un hueco. Mi esposo y yo estamos allí desde las seis de la mañana”.
Dadas sus experiencias en bilingüismo, le pedimos sugerencias para las jóvenes generaciones hispano-latino canadienses. “No me creo autorizada para eso, porque hace tiempo dejé de ser joven y, en segundo lugar, porque cada persona tiene su camino”.
Sin embargo “hay algo que es diferente entre nuestros hijos que crecen aquí y nosotros, los que vinimos. El muchacho de segunda generación no tiene la misma experiencia del mundo que la de sus padres, que llegaron. Con todo, les sugiero que interactúen con otras culturas y busquen su propia definición”, apuntó.
“Soy una consecuencia directa del asesinato de Trujillo. Si no lo hubieran matado, a mi padre quizás lo hubieran desaparecido y yo no hubiera nacido al año siguiente”, dice Ana Teresa Pérez-Leroux