Una crítica a los “críticos literarios” hispanos de Toronto

CriticaLiterariaFRANCISCO REYES / TORONTO
En los años que llevo residiendo en Toronto y sus alrededores, en contacto con agrupaciones culturales hispanas desde 1989, me ha sido casi imposible encontrar verdaderos maestros de la Crítica Literaria.

La mayoría de los que pretenden ser presentadores críticos de libros carece de formación necesaria y de herramientas indispensables para lanzarse a una labor que requiere rigor científico, en cuanto que la Estética, como “ciencia que estudia las condiciones en que se produce la Belleza”, tiene métodos de análisis propios, como las demás ciencias.

En consecuencia, se aventuran a surcar mares profundos de la Crítica Literaria en frágiles embarcaciones carentes de instrumentos para esa navegación y sin orientación sobre el tiempo actual en que se produce la obra de arte que intentan sondear.

Lo que para ellos es un “análisis” del libro, se torna en repetidos halagos al ego del escritor, pero no en valoración justa, sin complacencias, del libro que ponen en circulación.

En sus floreos de “filósofos trasnochados” del arte emplean epítetos de por sí vacíos de contenido –tales como importante, increíble, interesante- que no sustentan el análisis hecho frente a una audiencia arrastrada inconscientemente a la ovación, al dejarse impresionar, como la Zorra al Cuervo de la fábula de Esopo, con la finalidad de que suelte el apetecido manjar de los aplausos para tapar sus mediocridades.

Obviamente, “en el país de los ciegos cualquier tuerto es rey” hasta que no aparezca quien vea con dos ojos, o que desde la copa del árbol algún ruiseñor con voz melodiosa apague sus “romanzas de tenores huecos/ y el coro de los grillos que cantan a la luna”.

En lo que a mí respecta, jamás me prestaría a la complacencia para presentar libros de amigos, si carecen de los atributos indispensables que los hagan merecedores de una ponderación crítica.

Un presentador de libros que funge como crítico debe ser honesto consigo mismo, con los autores y con el público, para no exaltar falsas virtudes del autor, que en una lectura exploradora de las primeras tres páginas de la obra se advierte que se llenará de polvo en anaqueles de bibliotecas, o de moho en húmedos sótanos de mansiones abandonadas, que luego devora el olvido. No digamos cuando se trata de un ensayo crítico minucioso sobre el contenido de la obra en cuestión.

Para ser crítico literario se requiere del dominio de las disciplinas que auxilian al análisis literario, como algunas de las que mencionaremos en forma de interrogantes.

¿Cómo podría alguien que desconoce los fundamentos de la Estética hablar de la categoría de la Belleza que alcanza la obra estudiada? ¿O de las sensaciones expresadas en el texto? ¿O del estilo del autor, si es clásico o moderno, florido o lacónico, si no sabe nada de Estilística?

¿Cómo explicar los estados de ánimo del autor al escribir su obra, o de sus neurosis, recurrencias y frustraciones, alguien que no sepa de Psicología?

¿Cómo explicar, si no sabe de Mitología, Cosmogonía y Cosmología, cuándo el escritor se vale de situaciones y personajes mitológicos y alegóricos relacionados con el origen del cosmos, como, por ejemplo, Perseo, Pegaso, las Pléyades, que son constelares?

¿Sería mucho pedir? ¿Acaso no les exigen rigurosidad a los sociólogos que buscan las causas de la pobreza en las comunidades étnicas de Toronto? ¿No hay exigencia a los pedagogos que excavan las raíces de la deserción escolar en estudiantes procedentes de familias inmigrantes?

¿Acaso la Estética no es ciencia como la Sociología y la Psicología, para ser tratada con la simpleza de los ‘críticos literarios’ del patio?

Estos “monos de circo que hacen reír a los literatos”, como decía Azorín, afectados por el complejo de vacas sagradas que no aceptan críticas ni sugerencias, porque son irasciblemente chillones si los tocan hasta con un pelo de ángel, también pretenden conducir la orquesta circense en otros escenarios culturales de esta ciudad, donde asumen actitudes de sumos pontífices.

Piensan que los halagos son científicos y no emocionales. No caen en cuenta de que los elogios empalagosos forman parte de la adulonería y nada tienen que ver con la Crítica Literaria, que no está destinada a funciones de relaciones públicas, sino a las relaciones de familiaridad, por el interés en el contenido y el gusto estético, que debe establecerse entre el lector y el libro que se publica.

El refrán popular es claro: “Zapatero, a tus zapatos”.

Quizás Platón, en vez de pedir el destierro de los poetas, debió exigir el ostracismo del mundo de las Letras de los supuestos críticos literarios que con sus complacencias amigables a pésimos escritores obligan sutilmente al público a leer obras que deberían ser confiscada por el Estado político que el filósofo griego proponía en su obra “La República”, porque distorsionan la esencia del arte y de la auténtica creación literaria.

*Francisco Reyes puede ser contactado en reyesobrador@hotmail.com