Un conflicto lejano nos divide y polariza como nunca

POR GILBERTO ROGEL / TORONTO /

Me atrevería a pensar que nunca antes en los últimos 20 años la sociedad canadiense ha estado tan polarizada, dividida e ideologizada como estamos en la actualidad, producto del conflicto Israelí-palestino, el cual se vive de manera diferente en nuestras principales ciudades que para mala suerte ha venido a afectar uno de los pilares fundamentales de nuestra democracia: el derecho a la libre expresión.

Durante el último mes hemos sido testigos de un incremento alarmante de los llamados crímenes de odio, que no son otra cosa que aquellos ataques contra personas debido a sus posiciones políticas, étnicas o religiosas. En nuestras pantallas de la televisión o por los teléfonos inteligentes hemos visto las imágenes de las atrocidades cometidas por los miembros de una organización militar (Hamas), y al mismo tiempo y con más dureza hemos visto en tiempo real los continuos bombardeos de uno de los ejércitos más poderosos del planeta contra una población civil, cuyo único pecado ha sido vivir toda su vida en una tierra heredada de sus ancestros.

Pedir que se contextualicen (que se historicen) los hechos y las acciones del bando más poderoso han sido catalogados como actos en contra de un lado en particular, el derecho a disentir y pedir rendición de cuentas ha quedado en el pasado bajo el fácil argumento guerrerista que si no estás conmigo estas en mi contra.

Todos aquellos que por razones históricas tuvimos la oportunidad de ver cómo dos bandos en guerra abierta se sentaron a discutir sus diferencias y acordaron pactar un final de las hostilidades armadas, podemos confirmar que ningún proceso de diálogo y negociación es perfecto o puro y cristalino. Cada bando sabe que no puede ganar sobre el otro pero tratará con uñas y dientes de ganar la mayor parte de concesiones.

Lo vimos en el proceso salvadoreño, el guatemalteco y en alguna medida el caso colombiano. Las negociaciones no solventaron TODOS los problemas políticos y sociales de cada nación, pero sí ayudaron a establecer las bases de nuevas instituciones democráticas. Sólo el tiempo dirá si estos procesos fueron los más adecuados y si realmente cada parte puso todo para lograr la finalización de los conflictos, pero eso son otros cinco pesos.

Bueno pero de regreso a nuestra tierra, lo que sí podemos decir hoy por hoy es que una de las grandes pérdidas de este nuevo conflicto ha sido la posibilidad de discutir de manera civilizada las diferentes caras del mismo. Es cierto que cada bando tiene muchas cosas a su favor pero creer que solo UNO tiene el 100 por ciento de la verdad es absurdo y una afrenta a la misma historia, tratando de reescribirla para justificar ciertas atrocidades.

En definitiva, uno de los grandes beneficios que hacen a Canadá estar entre los países más desarrollados no es su enorme territorio o sus inmensos recursos naturales, sino más bien la diversidad y riqueza de sus comunidades étnicas, las cuales durante varias décadas han podido convivir en armonía y dignidad. Esto no quiere decir que las diferencias se hayan olvidado o que uno pase sobre el otro. Quiere decir que estamos en una nueva tierra que nos ha permitido reinventarnos y convivir con nuestros vecinos sin importar sus creencias religiosas, color de raza o pensamiento político.