Réquiem por Francisco Rico-Martínez, el revolucionario pacífico de la inmigración canadiense

POR OSCAR VIGIL / TORONTO /

Canadá está de luto. Este viernes, alrededor de las 3pm, falleció en Toronto uno de los más destacados defensores de los derechos de los inmigrantes, y particularmente de los refugiados y de las personas sin estatus migratorio en el país: Francisco Rico-Martínez.

Este día cayeron lágrimas del cielo. Las nubes cubrieron como un manto la ciudad que hace más de tres décadas le abrió las puertas y lo adoptó como un hijo muy querido, cuando llegó a Canadá en busca de refugio proveniente de su natal El Salvador, un país que en esos momentos se batía en una de las más violentas guerras civiles del continente americano.

Francisco Rico-Martínez murió pacíficamente en la intimidad de su hogar, reconfortado por su esposa Loly; sus hijos Manuel, Ana y Giovanny; sus nietos; y sus colaboradores y amigos mas cercanos. Hace aproximadamente un año le detectaron Cáncer, el cual combatió hasta el último momento. Porque Francisco Rico-Martínez siempre fue un luchador, un guerrero, un revolucionario que vivió toda su vida trabajando por la justicia social.

En Toronto, a donde llegó como refugiado en 1989, fundó dos años después, junto con su esposa Loly Rico, la organización que hoy se conoce como FCJ Refugee Centre, en la cual comenzó a brindar a poyo y servicios a los miles de inmigrantes que año con año llegan a Canadá provenientes de prácticamente todo el mundo. A la fecha esta organización es una de las más importantes en su género en el país, y anualmente atiende a decenas de miles de inmigrantes, sobre todo solicitantes de refugio e indocumentados.

Francisco Rico-Martínez nació en la ciudad de Santa Ana, en El Salvador, y era hijo de dos maestros de primaria que se involucraron activamente en las luchas reivindicativas de los maestros y de los sectores más vulnerables del país. De ahí vendría su rebeldía revolucionaria.

Al momento de entrar a la universidad decidió estudiar leyes con el objetivo de combatir las injustas leyes que gobernaban su país, sin embargo para ese momento ya estaba practicando esa lucha desde dentro de las organizaciones rebeldes que florecieron en el país centroamericano en la década de 1970.

Francisco Rico-Martínez fue desde su adolescencia un revolucionario por convicción, pero siempre aclaró que nunca tomó un arma ya que creía en la revolución pacífica y permanente, en esa revolución que lo que busca es transformar al hombre juntamente con la sociedad poco a poco, sin necesidad de violencia. Y eso fue lo que hizo tanto en El Salvador como en Canadá, su segunda patria.

Su decisión de participar en la lucha política en El Salvador lo obligó a abandonar su país por primera vez, rumbo a México, donde se unió a los movimientos de solidaridad por la lucha en El Salvador. Ahí se reencontró con quien para su temprana edad era ya el amor de su vida: Loly.

Abogó por el apoyo a los cambios sociales en El Salvador a través de diversas tribunas en México, Nicaragua, Costa Rica y otros países del continente, abogacía que luego lo llevó a vivir durante varios años en Europa, donde se convirtió en representante políticos de las entonces nacientes guerrillas revolucionarias salvadoreñas.

Francisco Rico-Martínez era un revolucionario convencido que levantaba con orgullo la bandera de las luchas salvadoreñas, hasta que en el año 1993, tras vivir en carne propia los conflictos internos de la izquierda revolucionaria, se convenció de que ese tipo de lucha no era la suya. Así, el revolucionario pacífico y permanente regresó con Loly a El Salvador.

Al llegar al país que lo vio nacer comenzó a trabajar en la oficina de derechos humanos de la Iglesia Católica, hasta que debido a su intenso trabajo en la búsqueda de personas desaparecidas y asesinadas, fue secuestrado y desaparecido durante varios días por los temibles cuerpos de seguridad. Gracias a la intervención de la Iglesia y a que tenía una hoja limpia, lo liberaron y se incorporó a la academia, donde continuó su lucha por la transformación del país a través del debate público. Su revolución continuaba, pero desde otra trinchera.

Pero en esos años El Salvador no estaba preparado para el debate a fondo de las ideas, y una vez más Francisco y su familia debieron abandonar intempestivamente El Salvador para poder salvar sus vidas, luego del asesinato de los seis sacerdotes jesuitas ocurrido el 16 de noviembre de 1989 en la Universidad Centroamericana “Jose Simeón Cañas” (UCA), de San Salvador.

Como revolucionario, Francisco Rico-Martínez nunca fue ni comunista ni ateo, y su modelo a seguir siempre fue Monseñor Oscar Arnulfo Romero, el arzobispo de San Salvador quien fuera asesinado mientras oficiaba la eucaristía el 24 de marzo de 1980. El ahora mártir santificado, San Oscar Romero, se convirtió en la voz de los sin voz en América Latina, y ya en Canadá, siguiendo sus enseñanzas, Francisco Rico-Martínez se convirtió en una de las voces más importantes de los inmigrantes.

Inteligente, sagaz, directo, duro, pero paciente y siempre con una sonrisa a flor de piel, Francisco Rico-Martínez tocó a miles de inmigrantes en su peregrinar en este país. Durante los últimos días de su enfermedad, le llegaron por centenares los mensajes de solidaridad de personas que le agradecían la ayuda que les había brindado para resolver su estatus migratorio en este país. Uno tras uno contaba su historia y le deseaban lo mejor en esos momentos difíciles.

Francisco Rico-Martínez era fuerte como un roble, o mejor, como una ceiba, tal y como él decía. El FCJ Refugee Centre, del cual era codirector, junto con su esposa Loly, se ha convertido prácticamente en la última parada para los refugiados y los indocumentados. Cuando todo falla, ahí está el FCJ, dicen en las calles.

Pero más bien, explican, esta organización comunitaria que esta pareja de refugiados salvadoreños fundó con el apoyo de las hermanas de la congregación religiosa Faithful Companions Of Jesus (FCJ), es una especie de ceiba fuerte, grande y frondosa, a la cual llegan y se albergan temporalmente las aves que huyen de la violencia en sus países, mientras encuentran ayuda y un lugar permanente donde vivir en este país.

El bien que Francisco Rico-Martínez ha hecho con los inmigrantes en Canadá y en muchos otros países del mundo está a la vista en miles de miles de rostros, de historias, de luchas pacificas contra las injusticias en El Salvador, en Canadá y en cualquier parte a la que pudiera llegar.

Con su revolución pacífica, Francisco Rico-Martínez buscó cambiar el sistema aun injusto de inmigración que existe en Canadá, y lo hizo desde las bases, ayudando a los migrantes más precarios que llegan al país, así como también enfrentando directamente al sistema, con declaraciones públicas, marchas y negociaciones directas, la mayoría de las veces difíciles, con las autoridades gubernamentales.

“Mi casa es tu casa”, decía a cada momento, y así era, literalmente. Esa experiencia la viví personalmente con mi familia cuando llegamos a Toronto en diciembre del 2001. Sin conocernos, Francisco Rico-Martínez nos llevó a su casa para celebrar con su familia las festividades de Navidad y Año nuevo, y desde entonces hemos compartido muchas aventuras juntos. Y así como yo, son miles, sin exagerar, quienes pueden contar historias similares.

Durante los últimos meses me reuní con él periódicamente, apoyándolo en uno de sus últimos proyectos, el cual al final ha quedado inconcluso. Y semana a semana era evidente su deterioro físico, su pérdida de voz y algunas veces su indisposición general. Sin embargo, hasta el último día, la lucidez de su mente, la actitud de lucha contra la enfermedad, y la bondad de su alma, se veían intactas. Recuerdo que durante una de nuestras charlas, ya con su enfermedad bastante avanzada, le cayó una llamada a su celular de un número que no conocía: contestó y era una señora que necesitaba asesoría en un caso migratorio.

La atendió y la ayudó, y le tuvo que explicar varias veces y de diversa forma porque al parecer la señora no entendía el proceso. Yo ya estaba desesperado, pero él seguía impasible explicándole una y otra vez qué era lo que ella tenía que hacer para solucionar su problema. Así era él, siempre disponible para la gente en necesidad, ya fuera que estuviera en medio de una comida o disfrutando de un fin de semana. Y siempre con mucha paciencia y una sonrisa en los labios.

Francisco Rico-Martínez era un visionario privilegiado, un trabajador incansable y una persona buena que regalaba lo que tuviera si alguien lo necesitaba. Pero tenía también su carácter, y cuando algo no era correcto, lo decía sin tapujos. Es por eso por lo que muchos dicen que en los círculos políticos de Toronto, Ontario y a nivel federal, era tanto amado como temido, y que en el segundo grupo estaban obviamente los funcionarios incapaces de facilitar las leyes o los procesos para los inmigrantes necesitados, a quienes Francisco Rico-Martínez enfrentaba con estoicismo revolucionario.

Era todo un líder, un líder de la revolución pacífica en materia migratoria en Canadá, que dirigió el Consejo Canadiense para los Refugiados (CCR) durante varios periodos y por muchos años, que lideró de igual forma diversas iniciativas migratorias tanto en Canadá como en muchos otros países, que tuvo que negociar, o que pelear, con ministros y burócratas, que, en resumidas cuentas, desde que llegó a Canadá nunca dejó de lado su revolución pacífica y permanente que abrazó y marcó su vida desde la adolescencia.

Francisco Rico-Martínez deja un vacío muy grande con su partida. Primero, en su familia, y más profundo aun en su esposa, amiga y compañera de batallas: Loly, el amor de su vida, con quien enfrentó las injusticias de su país, y con quien continuó la lucha en estas tierras extrañas. En Loly, que estuvo a su lado, sin descansar un momento, durante esta última batalla, y quien al final de las horas solo ha pedido que se le recuerde con la sonrisa que siempre le acompañó hasta en los momentos más difíciles.

Pero también deja un vacío enorme en quienes lo conocieron, con quienes trabajó, a quienes ayudó (que son miles), a quienes presionó (¡que también son muchos!), y con quienes compartió los momentos más importantes de su vida, incluidos entre ellos la degustación de más de algún Ron Zacapa 23 años, uno de sus licores preferidos.

Hoy Francisco Rico-Martínez ya descansa en paz luego de toda una larga vida de lucha a favor de los más necesitados, y tras varios meses difíciles combatiendo el cáncer. Pero conociéndolo tal y como era, creo que este momento es nada más un “break”, un corto espacio, una breve transformación, un cambio: porque en el lugar al cual está llegando, si las cosas no andan del todo bien, deben prepararse porque sin duda Francisco Rico-Martínez, “Chico Rico” como lo conocíamos sus amigos, va a continuar ahí con su revolución pacífica y permanente.