POR OSCAR VIGIL / TORONTO /
Mi nombre es Luis Alberto Mata, vivo en el GTA y hace varias semanas me contagié del virus del Covid-19. Esa es una experiencia que ha cambiado mi percepción y mi vida desde muchos sentidos, no solamente en la parte física, sino que también emocional, así como también en la forma como ahora me aproximo y entiendo lo que significa una pandemia y particularmente esta pandemia del Covid-19.
Desde que comenzó la pandemia yo sentía que me estaba protegiendo con el uso de las máscaras y lavándome las manos con frecuencia, pensaba que eso era suficiente para esperar el momento que llegara la vacuna y todo iba a estar bien. Pero tuve un descuido.
Un lunes hace varias semanas estuve en un lugar con un grupo de personas, y un amigo había viajado a la provincia de Quebec y había estado en un lugar público. Ahí adquirió el virus. Pero este amigo sufre de alergias, por lo que es normal verle moqueando y uno se acostumbra a su situación.
Yo, al igual que todos los que estábamos a su alrededor, asumimos que era una alergia. Y sucede que cuando uno habla o va a comer algo, uno se quita la máscara, y en uno de esos momentos quizás nos transmitió el virus que él no sabía que lo tenía. Esa misma noche él se sintió mal de salud y el siguiente día se fue a hacer el examen, le dieron el resultado el miércoles y le dictaminaron que tenía el virus.
Todos los que habíamos estado con él nos alarmamos, y tres días después, el miércoles tarde en la noche, me comenzaron los síntomas. El jueves me sentí agotado, enfermo, con fiebre, con síntomas como que a uno le va a dar gripe. Y en la noche me enfermé muchísimo. En una escala del 10 al 100 en función de dolor, fiebre, etc., de repente la enfermedad subió intensamente a un 50%. Me sentí muy enfermo y saqué la cita en línea para hacerme la prueba. Me la dieron para el domingo 15, pero me sentía muy mal y llamé nuevamente y me la adelantaron para el viernes en la tarde. Fui a la cita con mucha fiebre y mucho cansancio, con mucho dolor en el cuerpo. Me llevó mi esposa. Me dieron el resultado al día siguiente y salí positivo.
El viernes tuve uno de los picos más altos, sentía el nivel de enfermedad en un 70%. Me dio mucha diarrea y a la vez vómito, y un dolor muy intenso en todo el cuerpo, parecido al de la gripe, pero mucho más fuerte, como que se te mete en todas las entrañas. Y cuando combinas mucha fiebre, mucho dolor en el cuerpo, vómito y diarrea, tu cuerpo comienza a perder energía a una velocidad altísima, es increíble el nivel de fatiga, de cansancio y de debilidad que sientes.
Pero lo que más me asustó fue que mi doctora de familia me dijo que para esto no hay remedio, que los antigripales merman, reducen, suavizan, pero que no es una cura, porque la cura no existe. Eso me asustó. Por primera vez sentí temor. Porque llegó de repente, subió altísimo y no te da tiempo ni energía siquiera para planear qué vas a hacer. Y luego te dan la noticia que es tu cuerpo el que tiene que luchar, que tienes que descansar, y que, si el oxígeno te falta, tienes que ir al hospital.
Compramos un oxímetro, que es aparatito muy pequeño que lo pones en el dedo índice y en cuestión de segundos te indica cuantas pulsaciones de corazón tienes y cual es el nivel de oxígeno en la sangre. Se puede conseguir en alrededor de 30 dólares en línea.
En medio de mi dolor y angustia, pensaba que al 70% estaba en la cúspide de la enfermedad el sábado, y de repente el domingo bajó a un 30% la intensidad del dolor, la diarrea se fue y el lunes llegué a un momento en que tenía solamente un 10%. Yo dije, ¡que felicidad! Volví a la ducha, abrí la ventana para tomar aire, me sentía mejor. Pero solo fueron unas horas porque ese día en la noche, para amanecer martes, jamás en mi vida estuve tan enfermo. Fue un salto dramático del 10% al 90%. Hablo de dolor, de angustia, de desespero, de fiebre y de una debilidad increíble que ir de tu cama al baño te da tanto mareo que te debes apoyar de la pared.
En ese momento yo pensé que hasta ahí iba a llegar. Se me afectó la memoria, no me acordaba de nada. Trataba de recordar nombres, momentos, situaciones inmediatas y no podía. Me afectó porque me dije que la enfermedad era más grave de lo que pensé. ¡Sentía cansancio hasta de pensar!
Mi doctora me dijo que tenía que descansar, relajarme, tener calma, meditar y pensar en cosas buenas, no ver noticias, etc., y eso me ayudó mucho. Y por suerte vino otra bajada increíble el siguiente día, el miércoles, como al 20 por ciento.
Pero me comenzó algo nuevo. Me afectó los pulmones. El oxímetro marcó mi nivel de oxígeno al 88%, cuando al 84% la persona necesita que le coloquen aparatos de oxígeno para poder respirar, y entre 80 y 79% necesitas ser entubado.
Me asusté, me puse al piso a relajarme, a hacer ejercicios de respiración y logree ir recuperando el oxígeno, llegue al 91% y no fui al hospital cuando ya estaba listo para llamar la ambulancia. Y así fueron pasando los días hasta que el viernes mi oxigeno estaba nuevamente en 94%, seguía manteniendo la calma. Hubo un pico de dolor ese viernes, pero solo llegó al 30 por ciento y de ahí comenzó a bajar y a bajar.
Tuve 18 días de enfermedad y me quedaron secuelas físicas y emocionales. Las físicas son el agotamiento, la fatiga, me canso muy fácilmente. Mi doctora dice que los pulmones se van a recuperar al igual que la memoria, aunque muy lentamente. Emocionalmente me afectó muchísimo por los niveles de incertidumbre de cara al futuro con las nuevas variantes del Covid. Fui informado que yo voy a estar positivo durante los próximos tres meses, sin embargo, no voy a transmitirlo, y no está confirmado que tenga defensas con las nuevas variantes.
Yo no quiero tener esa experiencia de nuevo. Siento pánico e invito a la comunidad a que extreme sus cuidados mientras esperamos la vacuna, que no tengan momentos de relajación mientras logramos doblegar la pandemia. Necesitamos el compromiso ciudadano para protegernos entre todos.