Réquiem por Néstor Hernández-Marroquín, el gran periodista y “chero” guatemalteco

OSCAR VIGIL / TORONTO /

El pasado fin de semana, el prestigioso periódico norteamericano New York Times publicó en su portada la lista con las para entonces alrededor de cien mil víctimas mortales del COVID-19 en los Estados Unidos. Fue un llamado de atención al gobierno del presidente Donald Trump por el manejo que está haciendo de la pandemia, pero constituyó también un homenaje póstumo a las víctimas, entre quienes se encuentra mi buen amigo Néstor Hernández-Marroquín.

A Néstor definitivamente no le hubiera gustado aparecer en la portada del NYT, o por lo menos no de la forma en que apareció. Humilde, sencillo, buena gente, nunca tuvo afán por los protagonismos, salvo que estos fueran con su nombre como escritor de alguna historia en los medios de comunicación.

Néstor Hernández-Marroquín sobrevivió a los militares, a las guerrillas y a los temibles escuadrones de la muerte en su natal Guatemala en la década de los años 80, sin embargo, el pasado miércoles 13 de mayo no logró ganarle la batalla a un enemigo mucho más letal y escurridizo: el COVID-19.

“Néstor”, así simplemente, como lo conocía todo mundo, se convirtió en una figura pública en la comunidad latina de Toronto al haber trabajado durante varios años en Diario El Popular, y luego, en el periódico Correo Canadiense, cuando dicho medio de comunicación era un periódico de verdad. Aquí fungió primero como Jefe de Redacción, prácticamente desde que este salió a los estantes en el año 2001, y luego se convirtió en Editor hasta su retiro seis años después, tras la muerte del fundador del periódico, Dan Iannuzzi, y la transformación de este en un medio quincenal.

Su pasión siempre fue el periodismo, y en los últimos años trabajó en el periódico El Centro News y como corresponsal en Toronto de la Major League Soccer (MLS), escribiendo sobre otra de sus pasiones: el fútbol.

Néstor Hernández-Marroquín fue un viejo reportero del periódico Prensa Libre, de Guatemala, que llegó como exiliado político a Canadá en la década de 1990. Le tocó ejercer el periodismo en su país de origen cuando hacerlo era todo un riesgo, y por ello tuvo que abandonar su tierra querida.

Yo lo conocí en enero del 2002, cuando recién llegaba a Canadá y El Correo Canadiense había abierto una plaza como reportero. Comenzaba la época de oro de Correo Canadiense luego de haber tenido un nacimiento por cesárea que costó miles de dólares en extras, y que puso en riesgo su existencia. Pero para ese momento ya todo estaba en orden: el Director era el laureado escritor de origen italiano Antonio Nicaso y Néstor era el Jefe de Redacción.

Fue la época en que un periódico en español en Canadá tuvo una plantilla de casi una decena de periodistas, y en la que tres veces a la semana se realizaban mesas de redacción para definir cada número a publicar los días los lunes, miércoles y viernes. ¡Y muchas veces las discusiones eran una verdadera locura!

Lidiar con un grupo de periodistas proveniente de diversos países de América Latina, con experiencias tan distintas y muchas veces puntos de vista tan opuestos no era tarea fácil, y a Néstor, como Jefe de Redacción, le tocaba manejar el detalle y las operaciones.

Pero sin importar el calor de los debates o las ironías y sarcasmos propios de las mesas de redacción, al medio día generalmente almorzábamos juntos y al final de la última edición de la semana, que era publicada los viernes, nos íbamos a celebrar nuestros “juevebes”, es decir, a tener la típica conversación post-cierre de publicación al calor de una bebida bien fría.

Viene a mi mente la foto del grupo: Néstor, Freddy Velez, Isabel Inclán, Alexander Pertuz, Johnny Osorio, Elizabeth Meneses y yo, en una primera época, y luego veo a Silvia Méndez, Peter Petch, Héctor Sermeño, Víctor Aguilar y Myrna Kahan, en otras.

Yo, recién llegado a Canadá,  al principio no entendía por qué al lugar al que íbamos, una cafetería latina ubicada en la zona de Keele y Lawrence, muy cerca de las oficinas del periódico, la cerveza la servían en taza oscura y se referían a ella como “chocolate”. Después obviamente “me cayó el veinte”.

Néstor era un periodista acucioso con una memoria envidiable. Recordaba nombres, fechas, eventos y líos de la comunidad como quien recuerda su nombre. Durante su trabajo en los medios hispanos había vivido una cantidad inmensa de situaciones periodísticas, buenas y malas, con también una cantidad enorme de miembros de la comunidad, ¡pero siempre se negó a hablar más de la cuenta!

La esposa de Nestor, Elizabeth, era de origen salvadoreño, y tenían tres hijos: Carlos, Karla y Wendy, que tenían edades similares a las de mis tres hijos, por lo que prácticamente desde que nos conocimos comenzamos a compartir comidas y celebraciones juntos, incluida particularmente las fiestas de Año Nuevo.

Llegamos a ser muy buenos amigos, con muchas diferencias, pero con un cariño genuino entre nosotros que nos permitió seguir en contacto a pesar de las distancias, sobre todo después de que murió Elizabeth hace exactamente cinco años.

Ya una vez instalado en New Jersey, en los Estados Unidos, después de haberse casado nuevamente y haber vivido por un tiempo en su natal Guatemala, en septiembre del año pasado Néstor vino a Toronto y quedamos de vernos. Para no variar, escogió un bar de mala muerte que quedaba justo a la salida de la estación de subway de Glencairn, y en el cual él decía que vendían las alitas de pollo más ricas del mundo.

A escasos minutos de la hora fijada me dijo que estaba atrasado y que moviéramos la cita para otro día. Pero pasó una semana, un mes, varios meses y nunca la coordinamos de nuevo.

En febrero de este año estuvimos chateando por última vez, me contó de su vida en New Jersey y estuvimos bromeando con la analogía de la cerveza Corona, una de sus preferidas, y la pandemia del Coronavirus, sin saber que dicha afección respiratoria sería la razón para escribir esta columna.

Néstor tenía 56 años al momento de su fallecimiento, y en esta crisis pandémica realizaba actividades humanitarias en la ciudad donde vivía. Ayudaba a repartir alimentos, transportaba enfermos a los hospitales, estaba, como siempre, listo para echarle una mano a quien lo necesitara. Así fue toda su vida y así fueron también sus últimos días.

He tardado casi dos semanas para escribir esta columna porque me costaba hablar de mi amigo querido, pero aquí está, unas líneas para honrar a esta gran persona que siempre estuvo pendiente de los demás, que ayudó a muchísimas personas en su peregrinar por el mundo, que con su pluma contribuyó a transformar muchas cosas, un gran padre y esposo, y un periodista ejemplar con quien disfrutamos extraordinarios momentos de nuestras vidas. Salud, Néstor.