POR GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ* / MANAGUA /
Cuando éramos pequeños en las escuelas primarias aprendimos que todos los seres vivos tienen un ciclo que se cumple inexorablemente: nacen, crecen, se desarrollan y mueren. En años subsiguientes, como mayor uso de razón, también se comprende que los organismos que no se transforman y se adaptan al medio, o al cambio de circunstancias, también están destinado a su extinción.
Esta realidad tan elemental resulta apropiada para entender y aceptar lo que es cada vez más evidente con relación a la Organización de Estados Americanos (OEA), un organismo que ya cumplió más de setenta años y que cuya principal razón de ser ha sido allanar el camino a las tropas estadounidenses que han invadido a las naciones vecinas, o justificar otras políticas del Coloso del Norte igualmente agresivas -aunque no hayan sido militares- contra pueblos indefensos.
La historia de la OEA es bastante bien conocida como para repetirla en este breve espacio, basta nada más mencionar los que probablemente sean los hitos más deshonrosos de su pasado: su vergonzoso silencio frente al derrocamiento del presidente guatemalteco Jacobo Árbenz, en 1954; la expulsión, en 1962, de la Cuba rebelde; el acompañamiento a los marines que aplastaron la rebelión popular que comandó el coronel y presidente constitucional de República Dominicana Francisco Caamaño Deñó, en 1965; y su contribución al derrocamiento del haitiano Jean Bertrand Aristide, a mediados de los noventa.
Ciertamente hubo en la OEA algún momento en el que como un relámpago brilló un momento de dignidad y autonomía frente a la voluntad y los deseos estadounidenses. Eso fue en los lejanos años setenta, ya casi al terminar el siglo XX, cuando se opuso a que el inquilino de la Casa Blanca en ese entonces sacara las castañas del fuego al dictador Anastasio Somoza, a quien las fuerzas del guerrillero Frente Sandinista estaban propinando una buena tunda.
Estados Unidos hizo hasta lo imposible por salvar a la Guardia Nacional, criatura suya hecha a imagen y semejanza de los marines para reprimir al pueblo nicaragüense. México y su canciller Jorge Castañeda y Alvarez de la Rosa jugaron un papel destacado en esos acontecimientos. Fue un momento que ha quedado desvanecido en el tiempo, y como la gallina que come huevos, que aunque le quemen el pico no abandona sus mañas, el organismo panamericano no sólo volvió a sus viejas andadas sino que cayó en una abyección mucho más profunda de la que tradicionalmente le había caracterizado. Paradójicamente, otro Castañeda -hijo del ya mencionado canciller mexicano- fue pieza clave para volver a colocar a la institución como una alfombra al servicio de los designios de “los bárbaros fieros”, como los llamó alguna vez Rubén Darío.
Representada ahora por Luis Almagro, el tristemente célebre excanciller uruguayo, la OEA parece haber caído tan bajo en su servilismo que ya no tiene recuperación. Su bochornosa actuación frente al golpe de Estado contra el entonces presidente Evo Morales, su desbocada obsesión contra los gobiernos de Cuba y Venezuela, su posición un tanto bipolar contra el gobierno nicaragüense y, más reciente, la aparente disposición de su secretario general de inmiscuirse en los asuntos internos de la República Mexicana, parecen las gotas que derramaron el vaso.
Así lo sugieren las declaraciones del actual canciller mexicano Marcelo Ebrard, quien afirmó que la OEA está fuera de moda y “no puede seguir siendo un instrumento de intervención”. En otras palabras, que habría llegado el momento de decirle adiós por su sentido “intervencionista” y “hegemonista”. El funcionario también reveló que su país recientemente ha hecho “muchos esfuerzos” para reintegrarse con América Latina y que han logrado tejer una “red de acuerdos políticos” que han permitido, entre otras cosas, enfrentar la pandemia del Sars-Cov2, en referencia a los esfuerzos complementarios realizados por Argentina y México que permite a varios países de la región tener acceso a vacunas contra el COVID.
Reunido con senadores del Partido Movimiento Regeneración Nacional, Ebrard también insistió en la importancia de que los países latinoamericanos unan esfuerzos por sus propios intereses y bienestar, e hizo eco a la propuesta del presidente Andrés Manuel López Obrador, realizada en julio pasado, para crear un organismo “verdaderamente autónomo” que establezca nuevas relaciones entre Estados Unidos y los pueblos de América Latina y el Caribe. No se trata, pues, de crear una institución antiestadounidense, sino de poner fin al papel de subordinados que hasta ahora han tenido los gobiernos latinoamericanos.
Así las cosas, el final del viejo organismo intervencionista pro-estadounidense y contrario a los pueblos latinoamericanos podría estar más cerca de lo que se cree. El funcionario mexicano también anunció que en la próxima reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) se discutirán los pasos concretos a seguir para hacer realidad el sueño de Bolívar, Martí, Sandino y tantos otros pensadores y luchadores latinoamericanos, varones y mujeres, de establecer algún tipo de unidad o alianza de los pueblos nuestroamericanos. El señor Almagro debería comenzar a hacer sus maletas.
*Guillermo Fernández Ampié es un periodista nicaragüense con doctorado en Estudios Latinoamericanos, quien actualmente es catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).