Por Guillermo Fernández Ampié
MÉXICO. Nayib Bukele cumplió cien días como presidente de El Salvador, el país más pequeño de Centroamérica y uno de los que refleja un fuerte flujo de migrantes que compite con el de sus vecinos hondureños y guatemaltecos.
En este período sus ‘tuiteros’ dejaron de ser noticia. Quedaron atrás los días en que con un solo ‘tuitazo’ hacía o deshacía a voluntad, ya sea para destituir a un funcionario público o realizar algún nombramiento. En esos primeros días no resultaba difícil imaginarlo con la emoción de niño que ha recibido como juguete un aparato curioso, que rápidamente oprime algún botón para ver qué ocurre y que disfruta al contemplar el efecto o las consecuencias de su acción.
Bukele ha sido celebrado por ser el primer presidente “millennial” de la historia. Se ha destacado el uso que hace de internet y las redes de comunicación en el ciberespacio. Es una forma desenfadada, se ha dicho, de entrar en contacto directo con sus conciudadanos. Es alguien que está haciendo las cosas diferentes… por lo menos en el aspecto formal, se le elogia. Su popularidad (aún) es enorme.
Sin embargo, merece la pena cuestionarse tantos elogios y preguntarse, por ejemplo, ¿qué implicaciones o consecuencias sustantivas, en términos económicos y sociales, para sus conciudadanos, se han derivado de que sea el primer presidente millennial? Aún no están totalmente claras (más allá de su constante activismo digital). Por el contrario, para tratarse de un presidente de nuevo tipo, que desea hacer las cosas de manera diferente, ha repetido mañas viejas, muy conocidas y practicadas en América Central.
Citemos dos: el nombramiento de familiares y amigos en distintos cargos públicos y la restricción y limitaciones en actos oficiales a la presencia de periodistas considerados incómodos o críticos, decisiones que, por otra parte, tampoco han hecho mella a su popularidad.
Lo anterior tampoco significa que no se hayan visto signos positivos en este corto tiempo. El más significativo (y asombroso) de ellos es el descenso en el número de muertes violentas a cifras de sólo un dígito. También se consideran un buen paso sus intenciones de promover la instalación de una comisión internacional contra la impunidad. Para algunos analistas, de ser efectiva, esta comisión no se atreverá a tocar a fondo el problema de la corrupción porque en última instancia estará subordinada al poder ejecutivo.
Por otra parte, se ha indicado que el descenso en el número de crímenes cometidos por integrantes de maras y pandillas, más que a las políticas y planes oficiales, obedece a que los pandilleros aún se encuentran a la expectativa, analizando los pasos y acciones gubernamentales. Por eso otra de las grandes expectativas está en ver si ese descenso será algo permanente y sostenido, o si se trata de algo simplemente coyuntural.
Otra cosa que está por verse también es si se reducirá de la misma manera el número de salvadoreños y salvadoreñas que en gran número abandonan su país en busca de la esperanza de una vida más segura, de mayores posibilidades de trabajo y de la obtención de un salario medianamente digno con el cual satisfacer sus necesidades básicas. Y esto tiene que ver con la vieja aspiración de amplios sectores de la sociedad salvadoreña, y con uno de los temas de los Acuerdos de Paz firmados en 1992, al cual aún no se le da cumplimiento: el que buscaría soluciones a los agudos problemas económicos-sociales y de exclusión en que han vivido millones de salvadoreños. ¿Se atreverá ‘el presidente millennial’ a abordar estos aspectos?
En todo caso, Bukele es un fenómeno digno de ser estudiado con detenimiento. Pero las fuerzas políticas consideradas históricamente mucho más cercanas a las necesidades de los sectores más empobrecidos de la población también deben analizar a conciencia por qué los votantes se inclinaron ante un candidato que se ha destacado más por enviar mensajes digitales que por otras acciones.
Hay quienes aseguran que la popularidad de Bukele es proporcional al descrédito que sufre actualmente el partido que surgió del movimiento guerrillero que tanto heroísmo y audacia demostró hace más de tres décadas, pero que prontamente la población advertirá que la cercanía establecida por el presidente por medio de las redes sociales en realidad no tocará sus problemas más sentidos.
Algo de esto se advirtió durante su reciente alocución en la Asamblea General de Naciones Unidas, el pasado 27 de septiembre. Ahí, ante delegados de otras naciones, Bukele hizo gala de estar estrenando otro juguete nuevo. Sacó un lujoso teléfono celular que aún ni siquiera se distribuye en su país y se tomó una foto. Habló de la importancia de la tecnología y las redes digitales, y no dijo una sola palabra acerca de o para sus connacionales, “los tristes más tristes del mundo”, que quizás ya no lloran borrachos en tierra extranjera pero que sí deben de esconderse de las autoridades migratorias de México o Estados Unidos.
Es probable que estos tampoco hayan podido o querido contemplar la selfie que se tomó el presidente millennial.