POR GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ* / MEXICO /
Varios amigas y amigos, la mayoría de ellas/ellos profesores de secundaria, me han preguntado acerca de la guerra ruso-ucrania, cómo creo que terminará y, más complejo aún, cómo afectará a Centroamérica. Un par de entrañables colegas expresaron abiertamente su temor de que Estados Unidos “castigue” a Nicaragua por las muestras de simpatía expresadas hacia Rusia y el presidente Vladimir Putin.
Podría pensarse que por su lejanía el conflicto ruso-ucranio no es de las principales preocupaciones en el istmo centroamericano, que las noticias acerca de estos trágicos acontecimientos que se leen o se escuchan deben sonar como no vinculadas y tan ajenas a la pobreza, la violencia cotidiana y la urgencia de abandonar la región para buscar un empleo con salario más o menos digno (o por lo menos, más significativo del que la mayoría de la población puede obtener en los países del llamado Triángulo del Norte); que esa guerra vendría a ser uno más de esos tantos conflictos internacionales como la guerra en Yemen, la masacre cotidiana de palestinos a manos de fuerzas israelíes, la ocupación del Sahara Occidental, o en otras regiones que probablemente el centroamericano promedio no podría señalar en el mapa (sí, aunque no lo crean, así de deficiente están los sistemas educativos), en los que se considera que América Central no tiene “arte ni parte”. Es decir, nada que ver y, mucho menos, nada que decir.
Sin embargo, en conversaciones recientes con varios amigos centroamericanos, serios y con genuino interés por informarse un poco más y obtener elementos para estructurar una opinión bien fundamentada, el tema tomó un lugar central. Esto posteriormente me llevó a preguntarme y a reflexionar aún más en lo que pueden decir realmente los centroamericanos frente a esta nueva crisis internacional.
La preocupación mostrada por mis interlocutores es comprensible por varias razones. Una de ellas es que las plataformas disponibles en Internet hacen que veamos al instante las dolorosas escenas que genera el conflicto bélico, y que probablemente despiertan en muchos recuerdos amargos de experiencias vividas no hace mucho tiempo, cuando tres países centroamericanos se consumían en la vorágine de sus propios conflictos armados.
Otra razón, que considero fundamental, es que en la actualidad existe mayor conciencia, una fuerte convicción de que estamos todos interconectados, que las crisis y conflictos que ocurren en las más distantes latitudes también tienen que ver con nosotros/as los/las centroamericanos/as, y con todo el planeta; que nos afectan como especie, como seres humanos. Esta es una importante diferencia respecto a épocas anteriores. Debemos tener en cuenta también que no hace mucho se repetía desde los espacios académicos, periodísticos y culturales dominantes que “somos una aldea global”. Las crisis del medio ambiente, los problemas del agua y el calentamiento global sólo han reforzado esa convicción de que todos en el planeta estamos inexorablemente vinculados a un mismo destino.
Tampoco está muy lejano el tiempo que, tras la desaparición de la Unión Soviética y del llamado bloque socialistas, muchas trompetas anunciaron alegremente “el fin de la historia”, y auguraban un período sin mayores tensiones. Había triunfado la democracia, lo que se interpretaba como la victoria del bien sobre el mal. Muy poco duró esa ilusión, si alguien realmente la creyó. Los misiles y las bombas que cayeron sobre Bagdad y otras ciudades iraquíes no dejaron dudas de que el mundo sin “la amenaza del comunismo” sería igualmente violento y agresivo.
Para no variar, las posiciones de los gobernantes centroamericanos ante este nuevo conflicto han sido dispares. Mientras Costa Rica y Guatemala condenaban sin ambages la operación rusa; el recién estrenado gobierno hondureño llamó a buscar una solución negociada al conflicto; El Salvador ha hecho mutis; y Nicaragua, como ya se comentó,
Voces de amplio reconocimiento en el mundo académico e intelectual latinoamericano como Sergio Ramírez, escritor y ex vicepresidente de Nicaragua, y el expresidente costarricense Miguel Ángel Rodríguez, han expresado claramente sus opiniones autorizadas. Mientras Rodríguez advierte de las repercusiones negativas que en términos económicos podría experimentar su pequeño país, además de condenar la invasión rusa y lamentarse por las trágicas consecuencias que ésta dejará en la población civil de Ucrania, Ramírez se concentra en fustigar -no podía ser de otra manera- a su antiguo compañero de fórmula, el actual mandatario Daniel Ortega.
Ante lo poco que en últimas instancias se ha dicho en Centroamérica, digo poco porque realmente no se ha dicho nada muy diferente de lo que dicta el discurso político y mediático que impera en “occidente”, considero importante llamar la atención ante el agresivo sentimiento rusifico que se transmite sin parar en y desde los medios de mayor circulación en el istmo. No está de más recordar que en Centroamérica, que ha sufrido numerosas agresiones e intervenciones por parte del Gran y Poderoso Hermano del Norte, se ha aclarado constantemente que éstas obedecían y eran responsabilidad gubernamental y no del pueblo estadounidense; que no había que rechazar ni tomar represalias contra el estadounidense de a pie, común y corriente, que muchas veces ni se enteraba de las atrocidades que comete su gobierno. Esta actitud me parece sabia y creo que debería ser imitada en muchos de esos países que se consideran más civilizados, y que a pesar de eso se han empeñado en castigar a deportistas, artistas, escritores, músicos y demás representantes de la cultura rusa por el simple hecho de haber nacido en Rusia.
*Guillermo Fernández Ampié es un periodista nicaragüense con doctorado en Estudios Latinoamericanos, quien actualmente es catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
*Photo by Viewsridge – Own work, derivate of Russo-Ukraine Conflict (2014-2021)