OSCAR VIGIL / TORONTO /
El documental comienza y termina con las impresionantes imágenes del bombardeo al Palacio de la Moneda, en Santiago de Chile. Eran las 10:30 de la mañana del 11 de septiembre de 1973, día en que la cúpula militar chilena, con el apoyo de la burguesía local y del gobierno de los Estados Unidos, acabaron con el sueño de una revolución pacífica en el continente americano.
Patricio Guzmán lo recuerda como si hubiese ocurrido ayer. Primero, porque estuvo ahí, en primera fila, en el lugar de los hechos. Segundo, porque conoció detalle por detalle todos los acontecimientos que precipitaron ese cruento golpe militar ejecutado por el dictador Augusto Pinochet. Y tercero, porque compiló cada sueño, cada frustración, cada suceso, cada imagen, en el documental histórico por excelencia sobre el golpe a la democracia chilena: “La Batalla de Chile, la lucha de un pueblo sin armas”.
“El montaje duró tanto tiempo, duró cinco años, digamos intensamente tres pero en total cinco. Yo he visto tanto esas imágenes que he madurado con ellas en la cabeza, digamos que no me las puedo sacar de la mente”, me contó a su paso por Toronto la semana pasada, donde el Festival de Documentales Hot Docs le rindió un merecido homenaje por su rica y variada obra artística. Se exhibieron seis de sus producciones y se le otorgó el Premio a la Trayectoria (Outstanding Achievement Award) del festival.
Conversador natural, elocuente contador de historias, dice que cuando un productor monta una película “ve cien veces una imagen, doscientas veces, trescientas veces… y poco a poco vas elaborando la película, porque el documental se hace como el bordado, como el crochet, con palillos. Entonces, esas imágenes se incorporan a tu memoria, a tu vida, y eso es lo que yo siento cuando recuerdo y veo la película, porque la conozco de memoria. Aunque deje de verla cinco años, yo sé exactamente cada sonido que hay detrás de ella”, explica.
Cuando llegué al salón donde le iba a hacer la entrevista, en el Hotel Park Hyatt, se notaba cansado. A esa hora de la mañana, 11:20, acababa de finalizar una entrevista para un medio impreso y comenzaba a filmar otra para un canal de televisión.
Llegó mi turno y lo primero que le pregunté fue si estaba cansado con tanta actividad periodística. Su respuesta fue que no, que estaba cansado por el viaje dado que había llegado a Toronto procedente de Francia la noche anterior. Nada más bastó encender la grabadora para que comenzara a compartir esa memoria histórica que tanto ha fascinado a Chile y al resto del mundo.
REVISTA DEBATE: ¿Qué tan complicado fue producir “La Batalla de Chile”?
PATRICIO GUZMAN: Fue tremendamente difícil. Tremendamente difícil. Primero porque la realidad chilena era tan compleja que parecía un caos, te daba la impresión de que no entendías nada, de que pasaban tal cantidad de hechos simultáneos que era imposible atraparlos, era como una aceleración de la historia.
RD: Al inicio, ¿que pretendías producir?
PG: Justamente lo que es. Es decir, yo me plantee la idea de hacer una obra que englobara lo que estaba pasando. Entonces lo que hicimos fue un esquema de la realidad, igual que esos esquemas que uno hace en el colegio, que tienen una llave, y esa llave tiene otra llave, y otra llave y otra llave, y al final es una especie de mesa entera dividiendo la realidad en problemas políticos, económicos e ideológicos.
A partir de esos tres puntos comenzamos una llave: partidos políticos, frentes de batalla, conflictos, el papel del ejecutivo, el papel del legislativo, el papel del poder judicial, las nuevas iniciativas de la derecha (los gremios), las nuevas iniciativas de la izquierda (el poder popular), etc., etc., etc. Eso te forma una mesa que pusimos en una cartulina en la pared.
RD: Tu papel en ese momento, además de estratega, ¿en qué consistió?
PG: Formé un equipo. Tuve la suerte de que la película virgen, que en Chile no había, me la regaló un director francés que se llama Chris Marker, él me dijo que iba a hacer lo posible por ayudarme y me envió la película virgen, que equivale a la gasolina para caminar. Y nos conseguimos una cámara.
Un amigo realizador nos dio un pequeño salario, hicimos un convenio con él, fue él quien alquiló la cámara, un trípode, una batería… teníamos un equipo mínimo. Yo mismo puse mi cicloneta, mis dos caballos, y los cinco que componíamos el equipo nos reuníamos a las 10:00 de la mañana, trabajábamos hasta las 9:00 de la noche todos los días, incluyendo sábados y domingos durante un año entero, y eso dio como resultado esta película muralista.
RD: Un elemento interesante del documental es el acceso que tuviste a los sindicalistas y a las organizaciones sociales. ¿Qué tan difícil fue ese acceso?
PG: Fue fácil porque todo mundo estaba muy abierto, todo mundo quería participar. Aparte que todo en Chile ocurría con la puerta abierta, tanto para bien como para mal, todo mundo podía participar del proceso o salirse del proceso, nadie te obligaba, tu podías ser militante o participante o no, podías en un momento dado irte a otro lado, podías cambiar de bando incluso, y nadie te decía nada. Digamos que el ambiente chileno era completamente de libertad, libertario total, ¡del mismo modo entraban los espías al interior del movimiento!
RD: Al oír ahora esas discusiones de hace más de 40 años, sobre todo las sindicales, ¿qué piensas sobre ellas?
PG: En el momento de filmarlas, yo y el equipo nos quedamos con la boca abierta, sobre todo en la segunda parte cuando un dirigente defiende una posición de la izquierda y otro contraataca. Ese diálogo es único en América Latina. No digo que no haya otra persona u otro grupo que lo haya hecho, pero ese diálogo concreto es una perla de la madurez ideológica y política de un pueblo latinoamericano. Es una discusión que parece sacada de una película rusa de cuando se gestaba la revolución de octubre.
Yo creo que eso que pasó fue el producto de cien años de trabajo intenso del Partido Comunista y del Partido Socialista chileno, de los Trotskistas y de otros movimientos que hubo, como el Movimiento Espartaco y la Prensa Obrera del Norte.
Eso te indica una escalera que condujo finalmente a Salvador Allende al poder, porque sin eso Allende no hubiera llegado a ninguna parte, y viceversa, es el genio de haber inventado la revolución pacífica.
Patricio Guzmán cuenta en su larga carrera con la producción de cerca de una treintena de documentales, pero la joya de su corona es La Batalla de Chile, una pieza cinematográfica que consta de 293 minutos divididos en tres partes.
Filmada completamente en blanco y negro, es un documento histórico que recoge de primera mano el interior del proceso revolucionario que en los inicios de la década de 1970 envolvía a la sociedad chilena, y se los presenta al espectador sin envoltorios de ningún tipo.
Al preguntarle en retrospectiva, sobre la base de su investigación videográfica, qué fue lo que falló en ese movimiento revolucionario pacífico de Chile, su respuesta se torna dudosa.
“Es una pregunta difícil de responder con una sola respuesta, porque es un misterio. Del mismo modo que no se puede saber qué hubiera pasado con Fidel si no hubiera triunfado en la Sierra Maestra y llegado tan rápido a La Habana, porque ninguna revolución tiene escrito el camino sino que son productos del azar, entonces yo no sé qué hubiera pasado si Allende hubiera hecho un plebiscito, que lo anunció el mismo día del golpe, porque yo creo que lo hubiera ganado”, explica.
Su hipotético escenario va mas allá al reflexionar sobre “qué hubiera pasado si Estados Unidos, Nixon, Kissinger, no apoyan económicamente de una manera tan resuelta a la oposición, porque fueron ellos los que sostuvieron a los camioneros, al movimiento Patria y Libertad, al terrorismo que se produjo en las provincias, porque fue ayuda directa en dólares. El bloqueo a las importaciones de repuestos, el bloqueo económico bancario que sufrió la Unidad Popular es directamente el resultado de la política de Nixon”.
Guzmán es directo en sus ideas, tanto en el documental como ahora, y dice que “el enemigo (de la revolución pacífica de Chile) era muy fuerte y pusieron toda la carne en el asador, porque pensaron que si Chile triunfaba se iba a contagiar Perú, Argentina al otro día probablemente, porque era un proyecto que no pedía nada, no pide el sacrificio de la vida sino que tu cooperación, o sea la participación obrera, era la lucha de un pueblo sin armas. Entonces no hay una respuesta concluyente sobre dónde se falló”, insiste.
Viendo hacia atrás, recuerda que mucha gente decía que había que haber armado al pueblo, pero al otro día el servicio de inteligencia militar detecta a un grupo que se está armando en un fundo, en una parcela, en un predio agrícola. “Estaban esperando eso para decir: señor Allende, ¿en qué quedamos? ¿usted sigue la Constitución o está armando un ejército paralelo? El golpe entonces se hubiera producido al otro día”.
RD: Patricio, ¿dónde estabas vos el 11 de septiembre, el día del golpe?
PG: Estaba filmando. Estaba camino del aeropuerto de Tobalaba, que es un aeropuerto privado que está cerca de la cordillera de Los Andes, donde están los barrios altos, donde puedes alquilar una avioneta. Nosotros habíamos alquilado una avioneta para filmar los cordones industriales, porque una de las cosas que me llamaban la atención era que los cordones industriales implicaban un territorio, y era muy bueno tener un plano aéreo.
Pero a la mitad del camino, cuando vamos subiendo, nos damos cuenta de que empiezan a pasar cosas raras: mucha policía, mucha tensión, y oímos el primer bando en que anuncian que hay una Junta de Gobierno. Entonces nos dimos vuelta y volvimos a la oficina.
Éramos cinco, nos reunimos y dijimos, ¿qué hacemos? Si vamos al Palacio de la Moneda tenemos que hacerlo de inmediato, pero sin cámara, porque hemos filmado un tesoro que ningún periodista ha filmado jamás, porque son hechos invisibles y ese tesoro hay que preservarlo. En cambio, si hay un golpe de estado con tanques, es un hecho público, lo van a filmar todas las agencias de noticias y todo el mundo va a tener esas imágenes, las podemos comprar después.
RD: ¿Que hicieron entonces?
PG: Yo y el flaco Müller (Jorge Müller Silva) llegamos más o menos a cien metros del Palacio de La Moneda y vimos que todos los camarógrafos venían de vuelta diciendo no se podía entrar, entonces el flaco y yo regresamos a la oficina y dijimos ‘retirada general’.
El flaco se fue a su casa y se llevó la cámara, de tal manera que él filmó el primer comunicado de Pinochet en la televisión, que no salió a la luz pública sino hasta muchos años después, porque lo guardaron, no lo pasaron más, y con eso se acaba la segunda parte de La Batalla de Chile.
Quedamos totalmente dispersos, y el material solamente yo sabía dónde estaba, en la casa de un tío, ni siquiera mi mujer sabía dónde estaba. Eso hizo que la película se salvara.
RD: ¿Qué pasó con vos luego del golpe?
PG: La vecina de arriba (del edificio donde vivía) dijo: ‘aquí abajo hay unos jóvenes barbudos que vienen, hay mucha gente que se reúne, vean ustedes abajo’. Se lo dijo a dos policías que estaban dando una ronda, y los policías entraron.
Mis dos hijas eran chicas, y efectivamente no había nada sospechoso, yo había puesto unos posters muy bonitos en la pared y todo parecía normal, pero el tipo me dijo, ‘mire, venga al cuartel, vaya a firmar y volverá en diez minutos’. Mentira.
Salí, me llevaron al cuartel que estaba a una cuadra, en la calle Huérfanos con Santa Lucía, y ahí entré, me esposaron, me pusieron contra la pared y me tuvieron durante todo el día y toda la noche tirado en el suelo, diciéndome que me iban a fusilar en la mañana.
No me fusilaron sino que me llevaron al Estadio Chile, y como estaba lleno me mandaron al Estadio Nacional. Ahí me tuvieron apartado como un día más, que era el peligro de que me mataran. Afortunadamente dijeron ‘a este métanlo en el camarín 6’, y ahí estuve 15 días.
Me interrogó un oficial de la Marina, un hombre educado, culto. Me dijo: ‘¿qué hace usted aquí?, usted se ha equivocado de bando, usted estudió en España, ¿ahora qué hace aquí?’
Yo le dije que filmaba para Francia lo que pasaba, y que todo lo que filmé ya salió para Francia, que ese era mi trabajo. Y efectivamente eso era lo que estaba haciendo, de tal manera que mi discurso era bastante verosímil.
Yo no tenía aspecto de nada, era de clase media, además no tenía militancia, nunca la he tenido. Entonces te ponían en una lista roja o en una lista neutra, y yo quedé en la lista neutra, y al cabo de 15 días, como ya había mucha gente en el estadio, empezaron a llamar a esa gente y te soltaban. Y a los otros no. Yo estaba con Ángel Parra por ejemplo, y a Ángel no lo soltaron de ninguna manera, lo llevaron a Chacabuco donde estuvo un año y medio. Casi todos fueron a parar a Chacabuco.
RD: ¿Y qué pasó cuando saliste?
PG: Llego a la casa y lo primero que hago es decir que hay que irse de aquí, yo tengo que salir, entonces mis compañeros de la escuela de Madrid, donde yo me eduqué, me mandaron un pasaje aéreo, me lo regalaron, porque supieron que yo estaba en problemas.
Después de 15 días tomé un avión, porque primero había que sacar el pasaporte, los papeles, etc. Después de haber pasado por el estadio tuve que ir al gabinete de investigaciones y mi certificado de antecedentes no decía que yo había estado en el estadio, porque las cosas todavía no se organizaban. Entonces Salí con un papel que decía ‘sin antecedentes’ y me dieron el pasaporte al siguiente día.
Llegué a Madrid solo. Mientras tanto, mi casa sufrió cinco allanamientos. Mi primera mujer estuvo frente a una metralleta todo un día, con mis hijas, y allanaron todo, se llevaron todo el material que encontraron. Como yo tenía miles de papeles, periódicos, dijeron ‘este tío algo hace’. Entonces dijeron que el servicio de inteligencia tenía que ir a investigar. Se robaron casi todo, mis fotos, toda mi infancia, todo se perdió, pero finalmente dejaron de ir a mi casa, se olvidaron de mí, había otras cosas más importantes.
RD: ¿Cómo hiciste para recuperar el material videográfico?
PG: Llegué a Madrid y organicé la salida de mi primera mujer y de mis hijas hacia Madrid, y comenzó el salvataje de la película.
Antes de salir yo había hablado con una persona que era secretaria del embajador Sueco, Harald Edelstam. El era un aristócrata sueco que había estado en Guatemala y en África, era un hombre noble. Metieron la película en la embajada, mi tío la entregó, nadie se enteró de lo que había en ese baúl, y este hombre la cuidó y la transportó hasta Estocolmo, en Suecia.
Patricio cuenta que luego de haber terminado y dado a conocer al mundo su documental, regresó a Chile en el año 1985, aun bajo la dictadura de Augusto Pinochet.
“Fui a hacer una película sobre la Vicaría de la Solidaridad. Llegué y tenía tanto miedo durante el rodaje que no te puedo hablar más que de eso, tenía la impresión de que podía caer preso en cualquier momento, y cuando llegaba al departamento que alquilé me encerraba y no hacia vida social, no llamaba a nadie por teléfono, me quedaba quietecito hasta el otro día. Filmábamos y yo me volvía a encerrar”, recuerda.
No olvida que lo invitaban de la universidad para que fuera a presentar La Batalla de Chile, ¡y que les decía que estaban locos! Que eso era lo último que se debía hacer en ese momento, que talvez después sí, pero no en ese momento.
“Mi equipo era todo chileno, nos reuníamos en la mañana y salíamos a filmar a las poblaciones y volvíamos en la noche. Fundamentalmente lo que estábamos haciendo era lo que hacia la Vicaría. Para nosotros era un paraguas protector trabajar al lado de la iglesia católica”, recuerda.
Dice que en una ocasión, cuando estaban filmando en Santiago, la capital, en una lucha callejera detuvieron a su sonidista y a su ayudante de dirección. “Ellos estaban en la vereda frente a mí, yo estaba con el cámara, veo cómo los toman presos, pero a nosotros no nos tomaron presos, a ellos sí, era pura cuestión de suerte”.
Ciudadano español, vive ahora en Francia, pero su vida se volvió más cercana al país que lo vio nacer luego de que se acabara la dictadura, y hoy viaja frecuentemente a Chile, sobre todo para promover el Festival Documental de Santiago (FIDOCS), del cual es fundador.
Conocedor de primera mano de la vida como expatriado y como inmigrante en otro país, ya de pie y brevemente, porque la encargada de prensa nos urge por tercera vez a terminar la entrevista, se toma un minuto para enviarle un mensaje a sus compatriotas que viven en Canadá: “Sigan pensando que vivieron una experiencia extraordinaria, que no hay que olvidarla, y que vamos a reconstruir muy lentamente lo que fue, va a durar cien años, porque estas historias tienen periodos que nos sobrepasan en vida… hay que sentirse contentos y hay que seguir comiendo empanadas!”.
Sale directo hacia otro salón para una nueva entrevista, dejando para otra ocasión la posibilidad de tomarle la foto que debería haber acompañado esta nota. Cosas del oficio, y de las prisas de personajes tan relevantes para el mundo cinematográfico, y para la memoria histórica de América Latina, como lo es Patricio Guzmán.
*Oscar Vigil puede ser contactado en oscarvigil2015@gmail.com