GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ* / MEXICO /
Vivimos tiempos extraordinarios, verdaderamente peligrosos, y pareciera que nos dirigimos vertiginosamente hacia un precipicio. Solo el o la que no quiere verlo no se entera. Y en esa alocada carrera muchas cosas han perdido sentido o han adquirido otro significado, muchas veces uno totalmente diferente: valores, paradigmas, discursos, palabras y acciones. No es necesario entrar y salir en uno de esos videojuegos de realidad virtual para experimentar o comprobar que las cosas realmente no son como las vemos o escuchamos.
Las personas de mi generación aún deben recordar que leíamos o escuchábamos en las noticias, décadas atrás, cuando políticos y militares decían luchar para que prevalecieran los valores del “mundo occidental y cristiano”, y en contra de la amenaza comunista cubana y chino-soviética. Se defendía el “mundo libre”, encabezado por Estados Unidos y la Europa Occidental, contra los peligros del totalitarismo, que pretendía imponer una única forma de pensar y decidir por cada uno de nosotros, acabando con la libertad individual.
Entre los valores más preciados de ese mundo occidental y cristiano estaban la libertad individual, la libertad de empresa y el libre comercio, la democracia, la libertad de prensa y de pensamiento, el derecho a decidir y el sacrosanto derecho a la propiedad privada. Ese mundo fue el que resultó victorioso hace poco más de tres décadas, tras la implosión del “Imperio del Mal”, nombre con el que un presidente estadounidense bautizó a la ahora extinta Unión Soviética.
Desde entonces se suponía que prevalecerían esos valores occidentales y cristianos tan caros, y para imponerlos donde hacía falta se hicieron guerras y se lanzaron misiles y bombas inteligentes que destrozaron países y se puso fin a la vida de cientos de miles de seres humanos, sin consideración de ninguna clase. La lista es considerable: Irak, Afganistán, Yugoslavia, Somalia, Siria, Libia, Yemen…
Y… ¡oh, sorpresa!, ahora que estalló una guerra más que se suma a los más de diez conflictos bélicos que desde hace más de veinte años desangran al mundo, los gobiernos líderes del mundo libre hacen todo lo contrario de lo que en su momento decían defender. Los paladines de la democracia y la libertad de prensa ahora deciden en qué medios de comunicación uno puede y debe informarse; censuran y prohíben a aquellos que contradicen o se desvían de la versión y el enfoque autorizado.
Los paladines de la libre empresa y el libre comercio dictan ahora con quién sí se puede hacer negocios y con quién no, y amenazan con duros castigos a aquellos que se atrevan a vender o comprar a los países y empresas que han sido vetadas.
Ciertamente estas disposiciones – ¿podemos llamarlas autoritarias? – no son nuevas, pero ahora se han difundido y generalizado de forma vertiginosa e impune. En nuestro continente, uno de los primeros países en ser castigado fue Cuba… ¡hace más de sesenta años! La excusa: había dejado de ser una democracia (o por lo menos no como Estados Unidos y Europa han establecido que debe ser la democracia). Más recientemente Venezuela y Nicaragua se sumaron a la lista de los países condenados.
Con Venezuela han sido particularmente despiadados, no importa cuánta gente sufra, no importa cuántos niños mueran en los hospitales. La consigna es asfixiar al país económicamente, no permitirles que comercien ni una gota de petróleo y no venderles ni siquiera una aspirina ni un grano de trigo.
Cuán irónico y contradictorio es que las naciones que para defender “la vida y las propiedades” de sus ciudadanos han invadido y han hecho la guerra a otros países; y que han exigido siempre garantías y seguridades jurídicas sobre sus bienes, repentinamente congelan – ¿podremos decir retienen? ¿expropian? ¿hurtan? ¿piratean? – y disponen de los bienes, las reservas monetarias, el oro y las empresas propiedad de pueblos e individuos que contradicen el orden mundial impuesto por esa civilización cristiana y occidental.
Después del congelamiento – ¿o confiscación? – de las cuentas bancarias y otros bienes de Venezuela y Rusia, y de los ciudadanos de estos países, resguardadas en Estados Unidos, el Reino Unido, y en otras naciones de Europa, resulta pertinente preguntarse si aún siguen siendo confiables las instituciones financieras estadounidenses y europeas. ¿Qué garantías jurídicas tienen los demás países latinoamericanos o de África, que resguardan o invierten sus reservas y escasos recursos en esas instituciones bancarias, de que no les ocurrirá lo mismo que ahora le sucede a Venezuela y Rusia?
Otra contradicción de este mundo occidental y cristiano, que no es menor aunque la haya dejado por último, la constituye los llamados públicos, en redes sociales de internet y en medios de comunicación televisados, para asesinar a los dirigentes de los países castigados por los gobiernos líderes del mundo libre. Ahora le toca el turno al presidente ruso, pero también fueron públicos los llamados para matar al entonces presidente Hugo Chávez, como también se ha llamado a asesinar a su sucesor, Nicolás Maduro. Definitivamente esas arengas no son democráticas y mucho menos cristianas. El que tenga ojos para ver que vea, y el que tenga oídos para oír, que escuche.
*Guillermo Fernández Ampié es un periodista nicaragüense con doctorado en Estudios Latinoamericanos, quien actualmente es catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).