OSCAR VIGIL / TORONTO /
Nadie duda de que el mundo es del tamaño de un pañuelo, y que, si nos paramos en el centro, nos daremos cuenta de que quienes pasan, y lo que pasa, lo conocemos. Así sucedió hace varias semanas, cuando al publicar una columna tras el fallecimiento del político salvadoreño Mario Reni Roldán y contar algunas de sus anécdotas, un lector se dio cuenta que su padre, Manuel de Jesús Rico, fue compañero de armas del prolífico político en la batalla que inició la caída del dictador salvadoreño Maximiliano Hernández Martínez en el año 1944.
El lector es Francisco Rico-Martínez, conocido dirigente social salvadoreño-canadiense que desde su llegada como refugiado político a Canadá ha estado comprometido con la defensa de los derechos de los inmigrantes, los refugiados y los indocumentados en este país.
“Cuando estaba leyendo el artículo vino a mi mente la imagen de mi padre, porque cuando yo estaba pequeño, él me contaba que él había entrado peleando por los Llanos del Espino, en Ahuachapán, al igual que lo hizo Mario Reni Roldan”, dijo Francisco Rico.
A la batalla a la que se refiere es a la ocurrida el domingo 2 de abril de 1944, un Domingo de Ramos, que se llevó a cabo precisamente en una zona rural conocida como Llanos del Espino, que está ubicada en el occidental departamento de Ahuachapán, en El Salvador, justo en la frontera con Guatemala, donde varios cientos de improvisados milicianos salvadoreños con escasas armas, pero con abundancia de amor patrio, formaron parte de un movimiento revolucionario en contra del dictador General Maximiliano Hernández Martínez.
El movimiento insurgente, que incluyó el levantamiento de varios cuarteles militares precisamente en la zona occidente del país, fronterizo con Guatemala, fue aplastado y muchos de sus principales dirigentes fueron capturados y fusilados, pero constituyó el inicio de un movimiento mas amplio que dio origen a la denominada Huelga General de Brazos Caídos, que culminó con a la renuncia de Martínez del 28 de mayo del mismo año.
Francisco Rico-Martínez cuenta que su papá, que era maestro formado en la Escuela Normal Alberto Masferrer, debe haber tenido unos 23 o 24 años cuando se incorporó a este movimiento, y que años después le contaba que él y muchos de sus amigos se fueron para Guatemala a prepararse militarmente para después regresar a hacer la revolución en El Salvador.
Su padre, Manuel de Jesús Rico, nació en un pequeño pueblo llamado San Juan Opico, siempre en el occidente salvadoreño, y su vida fue marcada por la insurrección de los indígenas del año 1932, la cual fue sofocada a punta de fusil por el General Martínez con un saldo en el que los historiadores aún no se ponen de acuerdo pero que ronda entre los 10 mil y 40 mil campesinos asesinados.
“Mi papá no vivió esta masacre porque habrá tenido unos 13 o 14 años, pero lo que me contaba es que vivió el proceso de reforma agraria de Martínez, porque hay un lugar que siempre, cuando pasábamos por ahí, me lo mencionaba y me decía, ‘mira, estas casitas que ves acá, en el Sitio del Niño (en la carretera hacia San Juan Opico desde la Carretera Panamericana), son las que Martínez hizo con la reforma agraria’, pero me enfatizaba que eso era lo único que quedaba de la tal mencionada reforma agraria que repartió tierras, porque decía que a Martínez se le olvidó que la gente comía y que tenían que tener tierras para cultivar y no solo para vivir”, cuenta Francisco.
Recuerda que a su padre lo marcó la época del General Martínez, porque le contaba que “lo único bueno de esta época es que vos podías dejar una maleta llena de dinero en el parque central de San Juan Opico y nadie la tocaba, porque sabían que si la tocaban los mataban. Ese es un concepto un poco distorsionado de lo que es la opresión, pero sí fue muy afectado y chocado y ahí fue cuando se creó la ilusión en él de la revolución, del cambio social”.
Martínez llegó al poder el 1 de marzo de 1931 como compañero de fórmula de Arturo Araujo, del Partido Laborista, quien ganó las elecciones con una plataforma progresista. Pero ante la insatisfacción de los militares porque supuestamente no les habían cancelado sus salarios, el 2 de diciembre del mismo año le dieron un golpe de estado y Martínez quedó gobernando el país durante los siguientes 13 años, destacándose por su brutalidad y represión, así como también por impulsar algunas medidas progresistas como la famosa Reforma Agraria.
“Mi papá lo que me decía era que había que botar a Martínez, que ya era insoportable. Él fue seguidor del presidente que estuvo antes, de Arturo Araujo, que fue a quien derrocó Martínez, porque me decía que Araujo fue un presidente democrático y que Martínez le había jugado la vuelta y que el progreso en El Salvador estaba planteado con ese presidente y que Martinez lo tumbó”.
Con todas estas insatisfacciones, Francisco recuerda que su papá le contó que un día él y un grupo de amigos se fueron en bus para Guatemala, saliendo de Santa Ana. A él lo contactaron y él contactó a unos amigos, se fueron en bus, cruzaron la frontera y luego caminaron durante un buen trecho hasta que llegaron a un lugar donde les dieron entrenamiento militar.
“Mi papá hablaba de tres semanas de entrenamiento donde varias gentes se rajaron porque no había ni siquiera buena comida, y me contaba que el entrenamiento había sido dado por militares guatemaltecos y que las armas creía que habían sido donadas por las fuerzas armadas de Guatemala de aquel momento”.
Una vez llegado el día 2 de abril, se armaron, subieron a unos camiones que los dejaron cerca de la frontera y entraron por puntos ciegos caminando a El Salvador. Antes de llegar a la ciudad de Ahuachapán están los Llanos del Espino y ahí fue el único enfrentamiento armado que Manuel de Jesús Rico tuvo. Francisco recuerda que su le contó que, ante la intensidad de la lucha y la perdida de la batalla, el líder del pelotón, que era un teniente o capitán llamado Julio Rivera, quien luego llegaría a ser presidente de la república, les dijo que mejor iba a tratar de salvarles la vida a quienes aún estaba combatiendo, y se los llevó a la parte baja de los Llanos del Espino, porque si seguían por donde iban los iban a arrasar. Y ahí los capturaron, pero capturaron a la mayoría vivos, porque contaba cómo vio caer a muchos de sus compañeros, y también que muchos de sus amigos desertaron.
“Me decía los nombres, pero no los recuerdo. Y me contaba que cuando aún estaban en Guatemala y venían para El Salvador, fue que muchos se hicieron los majes y se fueron, entonces llegaron con un grupo de gente más pequeño porque a los otros les había dado miedo. Me contó que cuando los capturaron en El Espino se defendieron, que dispararon, pero que el siempre creyó que el ejército salvadoreño tenía información, que alguien los había delatado de que venía la invasión”.
Una vez capturados, los tuvieron en el mismo lugar, en el campo de batalla, durante varias horas, y después llegaron varios camiones de la Fuerza Armada Salvadoreña a la calle que va para la frontera de Las Chinamas, con Guatemala, y ahí subieron a Manuel de Jesús Rico a un camión militar que tenía una lona verde encima. Aún era de día, pero adentro del camión se veía completamente oscuro, pero cuando llegaron a la ciudad de Ahuachapán ya era de noche.
Cruzaron la ciudad, pero a la salida, el camión se detuvo. En ese momento ya les habían quitado las armas, iban en camisetas, les habían quitado los zapatos, los cinchos, y prácticamente todo. En el camión en el que él iba Manuel de Jesús Rico eran en total alrededor de ocho o nueve compañeros de combate, custodiados por varios soldados, y en otros camiones más iban también otros detenidos.
Cuando el camión se detuvo, Manuel de Jesús Rico le dijo a uno de los soldados que los iban custodiando que tenía que orinar, y el soldado le dijo que se bajara y lo hiciera. Él se bajó y se hizo a un lado del camio para orinar, cuando de repente el camión comenzó a caminar nuevamente y se fue.
Por un descuido, lo dejaron ahí parado, así es que de inmediato se metió al monte y empezó a correr hasta llegar a una casa de una familia campesina donde le dieron ropa y dinero para el pasaje del bus, y se fue para su casa en San Juan Opico.
Manuel de Jesús Rico no cargaba ninguna identificación, por lo que no había forma en que lo pudieran identificar. Llegó hasta su casa en San Juan Opico y ahí se quedó hasta que luego se volvió a incorporar a la lucha. Un mes después el General Martinez caía como producto de la Huelga General de Brazos Caídos.
En una de las últimas conversaciones que tuve con el Dr. Mario Reni Roldán, me contó más o menos la misma historia. Él, que también había sido maestro formado en la Escuela Normal Alberto Masferrer al igual que Manuel de Jesús Rico, comenzó su actividad política precisamente en los movimientos contra la dictadura de Martínez.
Mario Reni Roldán había partido hacia Guatemala para participar en la formación de un ejército popular con fines de derrocar al dictador. Me contó que el gobierno guatemalteco del presidente Juan José Arévalo dio el apoyo necesario a los salvadoreños en armas, un numeroso grupo compuesto por obreros estudiantes, campesinos y militares disidentes.
“Iba con nosotros un teniente llamado Julio Rivera, cuando ingresamos en armas a nuestro país. Entramos por Ahuachapán unos 800 hombres mal armados. Yo tenía un fusil Máuser. Era pesado. Los aviones de (l presidente Anastasio Somoza) llegaron desde Nicaragua para ametrallarnos y se produjo una matanza. Vi a dos de mis compañeros cuando caían muertos”, me dijo el dirigente político, quien fue el fundador del Partido Social Demócrata (PSD) en El Salvador en la década de 1980, justo en momentos en que las guerrillas del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), hasta el año pasado el partido en el gobierno libraba una fiera batalla armada en contra del gobierno y ejército de El Salvador.
Francisco Rico-Martínez y Mario Reni Roldán se conocían desde esa época de guerra revolucionaria en El Salvador, dado que ambos militaban en los movimientos de izquierda, pero Francisco dice que lamentablemente nunca conversaron sobre estos sucesos de 1944.
“Para mí fue tan triste tener a un hombre como Mario Reni Roldán, a quien conocía y hablé con él muchas veces, y no haber conversado sobre este tema. Venimos a Canadá casi en la misma época y nunca se me ocurrió preguntarle. Uno ve una cara con arrugas y a lo mejor cree que ha nacido así, se le olvida que la persona fue joven y que, así como nosotros, ha tenido ideales desde mucho tiempo y que han hecho cosas de las cuales se sienten orgullosos. Y me hubiera gustado tanto hablarle y preguntarle sobre mi papá, confirmar esas noches románticas de mi padre cuando se convertía en el revolucionario que siempre quiso ser, porque se había echado unos tragos de más y hablaba conmigo, que era el hijo menor, el más pequeño”.
Manuel de Jesús Rico fue muy amigo de la mítica comandante de la revolución salvadoreña Mélida Anaya Montes, quien durmió muchas veces en su casa en el periodo en que los maestros salvadoreños estaban organizando la Asociación Nacional de Educadores Salvadoreños “ANDES 21 de Junio”, la cual jugó un papel sumamente relevante en las luchas reivindicativas de los años 60s y 70s.
“Mi papa en esa época ya estaba trabajando en una plaza gubernamental, ya era maestro, y nos incorporamos a las huelgas porque el cuartel central de la huelga en Santa Ana era la escuela de mi mama, que también era maestra en la “Escuela Jose Martí”. Era cuando yo tenía 10 u 11 años e íbamos a pedir comida a las calles porque no había comida para todos los maestros que estaban en huelga, así es que salíamos a las calles con mantas y la gente nos daba comida”, recuerda Francisco.
Mas de medio siglo ha pasado desde esas “luchas de calle” que realizó Manuel de Jesús Rico de la mano con su hijo Francisco, y dos décadas mas desde los combates en que participó con Mario Reni Roldán. Y como la vida te da sorpresas, una de esas grandes la tuvo Francisco cuando hace pocas semanas leyó el artículo sobre Mario Reni Roldán en www.revistadebate.net y se dio cuenta de cosas de las que no tenía idea.
“Para mí fue un sentimiento que muy pocas veces lo he tenido en mi vida, el encontrar a mi papá a través de una persona en un artículo del periódico acá en Canadá, eso no es normal”, dice Francisco.
“Con Mario Reni Roldán nos conocimos en la década de 1980 fuera de El Salvador y después nos vimos dos o tres veces en El Salvador, pero esos eran tiempos en los cuales no había forma de romper la clandestinidad. Nos saludábamos y yo me preguntaba ‘¿y este viejo se acordará de mi o no?’ Porque yo regresé a El Salvador por primera vez en Diciembre del 84 y él estaba tratando de hacer sus cositas, y nos encontrábamos dándole charlas de formación política a sindicatos, a cooperativas, y ya nos habíamos visto antes y nos conocíamos, pero nunca pudimos hablar, hasta que nos encontramos de nuevo aquí en Canadá que conversamos y él me dijo que sí, que se acordaba de mí”.
Francisco insiste en que le hubiera encantado hablar con Reni Roldan sobre “Papá Rico”, tal y como era conocido su padre en la zona occidental de El Salvador, donde vivió toda su vida, conocer mas detalles de esos tiempos conspirativos en contra de la dictadura de Martínez y averiguar si ambos habían sido amigos en los centros de entrenamiento y en los campos de batalla. Pero esa oportunidad la perdió sin saber que la tenía al alcance de la mano.
Ahora, solo se queda con dos reflexiones que para él son de mucha importancia en la vida.
“Una es que hay una cosa que yo comparto y compartiré siempre con mi papá y con Mario Reni Roldán, y es que me veo en un espejo y sonrió. Yo estoy no conforme, pero me siento orgulloso de lo que he logrado como persona y de cómo he guardado los principios que me enseñaron mi familia y mi papá, y después en el proceso revolucionario, en el proceso político, en la academia progresista, etc. Yo sí puedo verme a los ojos y duermo tranquilo, y eso una vez lo hable con Mario Reni. Él me decía: ‘yo estoy tranquilo, yo hice lo que pude’. Y yo creo que mi papá también, y creo que yo ahí estoy todavía haciendo lo que puedo desde este pequeño universo. Eso es una cosa que comparto con ellos”.
“La otra cosa que me he prometido después de leer el artículo es que al ver a otro viejo salvadoreño me voy a sentar a hablar con él, a hacerle preguntas, porque estamos perdiendo el tiempo, esta gente tiene un montón de respuestas, de vivencias, de historias que se pueden comparar o reflejar en nuestra vida, y nos pueden ayudar a salir adelante. Pero uno por soberbia o por ignorancia o por falta de tiempo, o ‘porque ese viejo me caía mal’, no habla con ellos. Yo perdí esa oportunidad y la veo, y ahora yo me prometo a mí mismo que cuando vea a un viejo de estos, sea de derecha, sea de izquierda, sea lo que sea, voy a hablar con ellos y voy a preguntar y voy a compartir lo que mi padre me compartió”, finaliza.