Son las ocho en punto del martes 20 de enero. Empezamos el itinerario por los vecindarios del perímetro entre Sheppard/Arleta/Northoever, Jane/Sheppard, Jane/Finch y Driftwood/Finch. Se trata de un recorrido por las escuelas públicas y católicas del área, que decidimos hacerlo a pie, tal y como lo hacen los niños que a diario salen de sus hogares, desafiando las temperaturas para llegar a los planteles escolares.
Desde Sheppard y Arleta, miramos la Escuela Católica Santa Martha, al cruzar la calle, en Sheppard/Northover. Los niños aún no asoman.
Seguimos rumbo a Santa Margherita de la Cittá de Castello, en YasteCastle/Spinvalley. Son las 8:10 y apenas unos cuantos estudiantes están en el patio. A las 8:20 preguntamos a una madre que aguarda con sus niños para entrar al recinto, y dice que “los más pequeños entran a las 8:20 por esta puerta. Los mayorcitos, a las 8:30, por aquella otra puerta”.
¿Le parece justo que aguarden en el frío?, le preguntamos. “Bueno, esa es una decisión de la escuela, para evitar el ingreso de extraños”, responde.
Desde la esquina se ve la chimenea de la Escuela Católica Saint Jane Frances, en Jane/Spinvalley. Viento del noreste, indicaba la dirección del humo a las 8:20. Ahí hay más de 100 niños, edades entre cuatro y 10 años, diseminados por todo el patio.
Un autobús llega a las 8:25 y empiezan a salir chiquillos, cipotes, peladitos, chavales, muchachitos, como se les llama en los diversos países de América Latina. Contamos once, que salen disparados hacia el patio. A jugar la pelota, porque no hay nieve para hacer las bolas con que suelen guerrearse.
A las 8:30 suena el timbre. Algunos profesores salen a monitorear las filas. Preguntamos a un profesor si era mandatorio que los estudiantes aguardaran el timbre, bajo esas condiciones de frío, para poder entrar al plantel. “No siempre, cuando hace frío extremo los hacemos entrar”, dice.
Nuestra interrogante es: ¿Cuándo es frío extremo, si la temperatura está a -12 y se siente a -20 esta mañana?
Se acabó el tiempo de entrada. Vamos a la oficina y escuchamos el informe del clima: Viento del noreste a 19 kms. por hora. Temperatura: -12. Factor viento:-20.
En esas condiciones y otras peores tienen que aguardar los estudiantes de las escuelas de Toronto en el patio para ingresar al plantel a la hora que indican los reglamentos que deben entrar. La razón es “para evitar que extraños entren a los recintos escolares y produzcan actos de vandalismo y se roben los equipos electrónicos”.
Mientras se hace larga la espera de los niños resfriados, directores y profesores están dentro del plantel, calientitos y contando sus anécdotas. Riendo a carcajadas, porque sus labios no están congelados.
La historia empezó el lunes de la semana pasada, cuando el Sr. Johnny Fallas, cuyos hijos, Nicole y Brian, asisten a la Escuela Pública Gracefield, en la calle del mismo nombre. Nicole contrajo dolor de oídos debido a la exposición al frío durante las más recientes temperaturas extremas. Hubo que llevarla al médico.
Johnny pedía sugerencias para redactar una carta al director de la escuela, Francesco Franco, a fin de solucionar el problema de “sus hijos”. Pero entendió que también los “hijos de otros” estaban en la misma situación y que no habría privilegios para sus hijos y para los otros niños, no. Aceptó la realidad e hizo arreglos para que otra persona, sobre la base de un pago, llevara más tarde a los niños a la escuela.
¿Un chofer? Sí. Johnny Fallas sale temprano a su trabajo. Su esposa, Dora, no tiene tiempo de llevarlos porque también se marcha temprano a las clases de ESL. No pueden dejarlos ir solos pues aún son muy pequeños. A Michael, el mayorcito, esta otra persona lo lleva a otra escuela.
Pero decenas de miles de niños se van a pie, mientras los padres salen disparados al trabajo, donde reciben salarios que no alcanzan para pagar el chofer. Apenas ganan para sobrevivir. No digamos si se trata de madres solteras.
El domingo pasado, en la Escuela Pastoral de la Iglesia San Felipe Neri, salió este problema. Varios padres manifestaron su descontento con este reglamento de las escuelas públicas y católicas de Toronto, considerando que no es justo que los niños sean expuestos al frío.
Una madre preguntó: “Si uno de esos niños se muere de hipotermia, congelado en el patio, ¿sobre quién o quiénes recaería la responsabilidad? ¿Quién daría la cara ante la justicia?”
Johnny, quien participa de los cursos de Teología, sugirió que se forme una comisión de padres que redacte un documento que los apoderados de los niños puedan firmar para protestar por lo que define como medida injusta.
Consideró que, así como los profesores cobran el “overtime”, también se pague el tiempo extra al personal de apoyo (guardianes) de las escuelas para que las cuiden de los vándalos y los extraños, pero que se permita que los niños no pasen frío fuera del recinto escolar.
La saga continuará.
*Francisco Reyes puede ser contactado en: reyesobrador@hotmail.com
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