FRANCISCO REYES / TORONTO /
La primera “Gramática de la Lengua Castellana” fue publicada por Antonio de Nebrija en 1492. En ella se establecieron las reglas más antiguas para “pronunciar y escribir correctamente” nuestro idioma, que iniciaba la Época de Oro de una de las literaturas de mayor sonoridad poética y riqueza de vocabulario en el mundo: la Literatura Castellana.
Con el correr del tiempo, esas reglas fueron revisadas y modificadas porque no precisaban la forma en que se debía “hablar y escribir con propiedad” el idioma.
Cuando leemos la obra cumbre de las Letras Castellanas, “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha”, podemos notar la preocupación de su autor, Miguel de Cervantes, de insistir en la perfección del idioma, poniendo en boca de Don Quijote y Sancho Panza, su “escudero fiel”, las contradicciones que se dan a la hora de utilizar el lenguaje como instrumento al servicio de la comunicación social y como medio para producir la Belleza, con apego a las normas de la Gramática.
Don Quijote representa la aspiración al hablante ideal, mientras que Sancho, su antítesis, representa al hablante real, con los vicios y defectos del habla contextual.
El último “Diccionario de la Real Academia” (RAE), en edición revisada, corregida y ampliada fue publicado en 1992, para conmemorar el “Quinto Centenario de la Publicación de la Primera Gramática Castellana”. En él se incluye un manual de las reglas ortográficas actualizadas que nos ayudarían a resolver las principales dudas que nos asaltan en la pronunciación y escritura de la Lengua Castellana.
En nuestro idioma, como en la mayoría de las lenguas escritas, las reglas ortográficas sobre la acentuación y sobre el uso de letras (B, V, C, S, Z, H) están establecidas para que éste sea pulcro. El dominio de las reglas nos ayuda a hablar y escribir con propiedad, acercándonos al hablante ideal.
Cuando se tiene conciencia de ellas, más el conocimiento de las raíces del léxico, no se duda de la escritura y acentuación de las palabras, aunque las veamos por primera vez, salvo que sea un neologismo o un barbarismo, este último, vocablo procedente de otro idioma.
La Ortografía es el dolor de cabeza que, a la hora de redactar en nuestro idioma, puede manifestar las deficiencias con respecto a las reglas, como puede notarse en algunos medios de la prensa hispana de Canadá. En otras palabras, parece que no se le da importancia a la redacción en ese nivel.
Hay medios de prensa en Toronto en los que jamás publicaría, por la pésima calidad de sus redacciones.
A principio de la década del 2000 laboré como redactor y traductor de un diario local donde llegaban semanalmente ejemplares corregidos por los lectores dedicados a la cacería de gazapos periodísticos. Algunos lo hacían para molestar; otros, preocupados por la calidad de la redacción. El director echaba dragones por el aliento. La realidad era que hacía falta un corrector de estilo, que bien pude desempeñar, pero no había retribución monetaria (Yo también conjugo el verbo comer).
La experiencia de años en la enseñanza de la Gramática me hace detectar errores elementales a simple vista. ¿Arrogancia? ¿Pedantería?
En todo caso, ¿no fue altanero Juan Ramón Jiménez en su obra “Platero y Yo”, que, a propósito, hace días en una reunión informal alguien preguntó si ese era el burro de Sancho Panza? Lo que refleja desconocimiento de la obra cumbre de las Letras Castellanas y la “obrita” cumbre del Simbolismo literario en España.
La experiencia también nos indica que si una persona consulta el diccionario tres veces para una simple redacción de cuatro o cinco parágrafos, es que no domina las reglas. No basta con saberlas de memorias, sino de aplicarlas correctamente en la práctica.
Hoy es más fácil escribir porque los ordenadores tienen el programa de auto-corrección. Pero el corrector no detecta palabras con triple función oracional, como vemos en líquido, liquido y liquidó, que hay que acentuar manualmente. Con todo hay quienes tienen pésima redacción.
Los malos profesores de Gramática son culpables de muchas deficiencias en la Ortografía. Pero también hay personas a quienes no les entran las reglas, que podríamos corregir en un 85% con programas intensivos y talleres ortográficos. El otro 15%, dedicación total a los estudiantes con serias dificultades gramaticales.
Al dominio de la lengua se llega mediante la práctica y la buena lectura, y escuchando a personas con buena dicción (locutores, charlistas, predicadores, etc.).
Azorín decía: “Primero hay que dejarse estrujar de la Gramática, para que luego podamos estrujarla a ella”. Pero los malos redactores no hacen conciencia de esa “humillación”. Por eso escriben mal al desconocer las reglas.
Lo expresado en este ensayo debería ser preocupación de las instituciones que velan por la preservación de nuestro idioma y nuestra cultura en Canadá.