POR GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ* / MANAGUA /
Regresé a Nicaragua hace poco más de una semana, después de casi dos años de ausencia. El confinamiento al que nos ha obligado la pandemia del Covid-19, las tensiones políticas que ha vivido el país en los últimos tres años, y los torrentes de información o seudoinformación muy diferente y hasta contradictoria entre sí, crearon muchas expectativas acerca de lo que podría encontrar. Uno de mis intereses en este viaje, además de los inevitables compromisos familiares y algunas propuestas de colaboración e investigaciones académicas, es tomarle el pulso al país, ver con mis propios ojos qué tan cierto es, o no, todo aquello que se dice en el exterior. O bien, en qué medida lo es.
Las primeras impresiones no dejan de sorprender: la ciudad marcha a un ritmo muy dinámico. Más allá de los notables cambios en la infraestructura vial, algunas de ellas aún en proceso, la población parece concentrada en sus propios asuntos, movidos también por un innegable deseo de sacar adelante al país. Aunque expresen tener información de la pandemia y recomienden que hay que cuidarse, mantener la distancia recomendada y utilizar el cubrebocas o mascarillas, muchos no lo hacen. “Qué bien que use mascarilla”, me dice una marchanta del mercado Huembes que no lleva puesta ninguna. Fácilmente se quedan sin el consejo.
En varias personas con las que he tenido algunos breves intercambios, he percibido la convicción de que Dios ha favorecido al país: “Gracias a Dios aquí no se ha visto esa mortandad que han sufrido en otros países”. “Sí han fallecidos muchas personas, pero no se compara con el número de muertos que ha habido en los países vecinos”. Esa es una respuesta que he recibido de personas adultas, jóvenes, señoras de los mercados, y hasta de profesionales.
Cada quien paree tener su propia teoría: “Dios ha bendecido a Nicaragua”, “el calor que hace aquí ayuda a destruir el virus”, “como aquí todo es al aire libre, no hay muchos contagios”. No pocos están convencidos de que los nicaragüenses han adquirido alguna resistencia especial a cualquier enfermedad desde que hace cuarenta años el gobierno revolucionario impulsaba las famosas jornadas de vacunación masiva, aunque en ese entonces a nadie se le ocurría que sería testigo de alguna pandemia.
Por las noches los parques se llenan de jóvenes que practican diferentes deportes, principalmente baloncesto o fútbol. Por las mañanas, es común ver en esos nuevos parques comunales a personas de distintas edades haciendo diferentes rutinas de ejercicio físico. Podría afirmar que no más del 50% de ellos lleva puesto cubrebocas.
La celebración de ese 19 de julio que alegró a los revolucionarios latinoamericanos, en 1979, este año fue muy diferente. Si bien en distintos puntos se escuchó el estallido de cohetes y otros fuegos artificiales, no hubo concentración masiva. Las festividades fueron descentralizadas. “Cada casa es una plaza”. “Cada barrio es una plaza”, afirmaban entusiasmados los activistas del FSLN. Lo mismo ocurrió en las cabeceras municipales. En los barrios, las celebraciones fueron disparejas. En algunos, de los pocos que pude ver, la participación era notable. En otros, fue más bien escasa. Los más entretenidos fueron los niños, porque la celebración incluyó varias piñatas que fueron quebradas al son de música revolucionaria.
Aunque desde el sandinismo se comentó que no habría acto masivo para evitar posibles contagios debido al surgimiento de la nueva cepa del SARS-Cov2, diversos representantes o simpatizantes de la oposición expresaron que no se realizó la tradicional concentración masiva porque “el Frente se está quedando sin gente”.
“La verdad es que el que quiere celebrar, celebra, y el que no, no lo hace. Pero también hay sandinistas que aunque quieren celebrar, no lo hacen porque sus vecinos son antisandinistas y quieren evitarse represalias o problemas. Usted sabe cómo se pusieron de violentos en el 2018 contra todo aquel que miraban como sandinista”, comenta Maria Isabel, una profesora de secundaria.
¿Usted cree que pueden darse otros hechos como los del 2018?, le consulto. “Son capaces, de todo son capaces. Su postura es que no van a reconocer los resultados de las elecciones si gana Daniel, ya sea que las gane por las buenas o no. No quieren reconocer los resultados porque lo que quieren es el poder, y pueden intentar algo peor de lo que hicieron en el 2018. Conozco gente, incluso familiares, que están preparándose para irse del país después de las elecciones, porque dicen que si gana Daniel, Estados Unidos nos va a sancionar como a Venezuela”. ¿Usted se piensa ir? “No lo he decidido”, responde con un dejo de desaliento o tristeza.
¿Usted va a apoyar a Daniel?, pregunto a Oscar, un señor que asegura tener 65 años, habitante de otro barrio de Managua. “Yo sí”, responde de inmediato, como si ya tenía lista la respuesta. ¿Y por qué lo apoya?, insisto. “Tengo 65 años y siempre he vivido aquí, y en todos esos años de vida hasta ahora que miro un gobierno que se preocupó por venir a pavimentar estas calles. Viera como era antes aquí, puro lodazal. Solo el que no quiere ver las obras que ha hecho [el gobierno] no las ve”. Retirado del bullicio, con su mascarilla bien puesta, Oscar observa con atención como los niños se acercan a las piñatas con la natural expectativa y entusiasmo infantil. Quedo con la impresión que alguna nieta o nieto suyo está entre esos pequeños.
*Guillermo Fernández Ampié es un periodista nicaragüense con doctorado en Estudios Latinoamericanos, quien actualmente es catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
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