FRANCISCO REYES / TORONTO /
Los años no han pasado en balde para don Miguel Ángel Martínez, oriundo de San Miguel, en el Oriente de El Salvador. Es mucho lo que este artista de la música ha vivido y sufrido a lo largo de sus 79 años de edad.
“Cuando tenía 17 años, empezó a gustarme la guitarra. Mi madre me dijo que si yo aprendía a tocar esa guitarra o la llevaba a la casa me la iba a quebrar”, empezó a contar sus memorias, su intra-historia, íntimamente ligada al arte musical, a las canciones románticas de su época dorada, allá por los años de 1950. A la música de América Central, a las rancheras y corridos mexicanos, a las canciones norteñas.
“Yo no hice caso a mi madre y me fui a practicar con unos amigos que tenían un trío. Cuando aprendí, me integraron al grupo y nos presentamos en la radio y la TV de San Miguel”, continuó diciendo, destacando que su madre, al verlo y escucharlo en los medios de comunicación, se convenció de tener a un artista y “no mencionó más lo de quebrarme la guitarra”.
“Después me llamaron para integrar un trío más profesional, con un ‘Requinto’ de primerísima calidad. Viajamos por todo El Salvador y grabamos discos de 45 rpm”, agregó.
Don Miguel Ángel no se inhibe para contar que “las mujeres pasaron a ser una parte importante de ese ambiente. Nos perseguían por cada lugar que pasábamos”.
Cuenta que el ‘Requinto’ del grupo, buscando nuevos horizontes en la música, se marchó a California y le prometió hacerle el viaje tan pronto se estableciera en aquellas tierras del Pacífico de los Estados Unidos.
Así fue. “Partí para California en 1978. Allá integramos un grupo que interpretaba cualquier música en boga. Pero, como había tantos mexicanos, decidimos tocar ‘música norteña’ para que no nos faltara trabajo. Día por día tocábamos en cantinas y restaurantes”.
Con el rostro un poco nostálgico con cierto dejo de culpa, dijo que un empresario valoró la calidad de su arte y los contrató para la radio y la TV. También les hizo grabar discos y tenía un proyecto más amplio para catapultarlos a la fama internacional, con canciones originales del conjunto musical.
“Pero algo siempre ocurre para destruir sueños y proyectos. Yo empecé a ‘coger zumba’ (a tomar en exceso), dejando de cumplir con los compromisos contraídos con el empresario. Al ver que yo vivía más borracho que sano, se desencantó y por mi culpa no logramos esos sueños”.
En 1980 la guerra estalló en El Salvador. Lejos de la Patria amada, desalentado por el fracaso de su aventura musical en California, don Miguel Ángel decidió el regreso a su país natal en 1984, desobedeciendo los consejos de amigos que temían que lo mataran en pleno conflicto. “Eso es lo que yo quiero, para acabar con esta situación que vivo”, destruido por el alcoholismo, que arruinó su carrera artística.
La enfermedad se le agravó. “Tomaba todos los días. Dejaba prendas en las cantinas y a veces me regresaba a casa descalzo. Mi mujer, al verme se enfurecía y se armaban las peleas y los golpes que yo le propinaba”.
Me fui a San Salvador. En plena guerra integramos un trío y cantábamos a las tropas regulares, que nos buscaban para hacerles el ambiente. No podíamos negarnos.
Corríamos el riesgo de ser acusados de simpatizar con la guerrilla y luego ser fusilados o desaparecidos. Pero también existía el peligro de un ataque guerrillero sorpresivo en que podíamos perder la vida”.
El miedo –dice don Miguel Ángel – se sentía a cada instante, cosa que le hacía tomar más para calmar los nervios.
Mi madre me pedía que me separara de mi mujer, para no hacerla sufrir tanto. Así lo hice, teniendo dos hijos en común. Yo tuve mucha culpa de esa separación”.
Recordó sus mejores años musicales en que interpretaba canciones de tríos famosos, como “Los Panchos”, en el pedestal de la gloria. “También grabamos ‘La Flor de la Canela’, de la peruana Chabuca Granda”.
Volviendo a la guerra de su país, “cantar para las tropas nos alivianaba. Interpretábamos tres canciones por cinco colones. Quizás es feo decirlo, en la guerra ganábamos más dinero que en la paz. Pero todo se iba en guaro”.
“A finales de la guerra conocí a mi esposa actual. Está de vacaciones donde su hija, en Houston. No tenemos hijos en común”.
“Después de la firma del Acuerdo de Paz, en que yo había dejado de tomar, mi hija me hizo los papeles para venir a Canadá, en 1993. Luego me traje a mi esposa”.
Concluyó diciendo que la guerra mató muchas esperanzas y sueños. “Para mí, que viví esa experiencia, no desearía que ningún país tenga una guerra como la que vivimos en El Salvador. Por eso aconsejo a los jóvenes que luchen por un futuro mejor. Un futuro de paz en que puedan lograr su desarrollo como seres humanos, no como ‘mareros’, para no seguir matándonos entre hermanos”.