POR GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ* / MANAGUA /
Según el relato bíblico, Adán y Evan se escondieron al escuchar la voz de Dios, tras darse cuenta de que estaban desnudos. El antiguo texto no lo dice de forma explícita, pero es de suponer que los míticos personajes se escondieron porque habrían sentido vergüenza dada su desnudez. En Centroamérica y buena parte de América Latina también se considera que lo que se esconde es aquello por lo que se siente o debe sentirse vergüenza.
“Cúbrete las vergüenzas”, era un dicho de las abuelas cuando alguna jovencita o un joven mostraba su cuerpo más allá de lo que se consideraba pundonoroso. Por otra parte, también se oculta lo ilícito o delictivo, los “trapos sucios”, aquellos que causan rubor e indignación, algunos secretos de familia que se espera no se hagan públicos. De igual manera se entierra lo descompuesto, lo pestilente, lo que genera muy mal olor. Los gatos, en este sentido, se caracterizan por una singular costumbre: entierran su caca.
Lo anterior ha venido a mi mente tras leer la información acerca de los “Pandora’s papers”, los documentos sobre negocios y empresas financieras creadas y muy bien escondidas en los llamados paraísos fiscales -Panamá, las Islas Vírgenes y otros- dados a conocer por un consorcio de periodistas de diversas nacionalidades.
El tema es de mucho interés para los latinoamericanos porque entre los personajes famosos que realizan estas prácticas para evadir impuestos o, en algunos casos, lavar dinero, se encuentras los actuales presidentes de Chile, Ecuador y República Dominicana, y una decena de ex mandatarios de distintas naciones de América Latina, una de las regiones más pobres y desiguales del mundo.
Por ahí leí comentarios que argumentaban que estos señores tienen todo el derecho a colocar su riqueza donde mejor les plazca, después de todo es suya. En otros se decía que, dados los altos índices de delincuencia que predominan en algunos de esos países, no está mal que esas figuras públicas oculten bien sus bienes y la información sobre estos.
El argumento parece razonable a primera vista, pero si lo meditamos bien veremos que presenta muchos puntos débiles y resulta cuestionable. En primer lugar, surgen las preguntas: ¿cómo y de dónde sacaron tanta riqueza esos exgobernantes y los políticos que actualmente están al frente de sus respectivos países? ¿En qué medida se beneficiaron del cargo público que ostentaban para incrementar esa riqueza? Y en última instancia, ¿por qué esconderla? Más aún, ¿cómo es posible que estas personas, encargadas de la administración pública en sus naciones hayan evadido o estén evadiendo sus obligaciones fiscales?
Argumentar razones de seguridad no resulta convincente. Existe tanta desigualdad económica e injusticia social en los países latinoamericanos y las clases adineradas exhiben tantos lujos, algunos hasta ofensivos, que resulta innecesario (o imposible) que escondan su dinero o negocios turbios.
Un hecho que resulta llamativo es que los políticos latinoamericanos involucrados en negocios pocos claros, o que tienen parte de sus bienes escondidos en paraísos fiscales, son aquellos que han hecho gala, constantemente, de un discurso que apela mucho a la transparencia y la lucha contra la corrupción, que se dicen demócratas y que mantienen un fuerte activismo contra los gobiernos y movimientos sociales empeñados por transformar esa realidad de desigualdad e injusticia social que lastra la región.
Otro elemento que debe considerarse es que los vacíos en las legislaciones latinoamericanas, y de otras latitudes, permiten la creación de esas empresas fantasmas. En otras palabras, estos hechos no están reñidos con la ley. Pero, como también se ha argumentado, no es ético que las personas llamadas a establecer regulaciones para impedir la evasión fiscal y otras políticas que limiten las posibilidades de ocultar dinero cuyo origen no es claro están entre los involucrados en estas prácticas. Tal es el caso del presidente Sebastián Piñera, mencionado en un negocio de compra-venta de una minera en una región en la que debía establecerse un área de para proteger el medio ambiente. El conflicto de intereses entre su alta responsabilidad para defender los recursos naturales de su país y su carácter de accionista de la minera es más que evidente. Por la información divulgada sabemos que prevalecieron los negocios, no el interés nacional o social. Es tan solo un ejemplo (que no debería seguirse).
Estados Unidos y los gobiernos europeos que con frecuencia también hacen llamados a la transparencia y que critican constantemente la corrupción en los países más débiles han guardado un incómodo silencio frente a estas prácticas carente de ética de sus socios. Esto tampoco pasa desapercibido.
Y desde mi lugar de modesto profesor latinoamericano, cada vez que leo más sobre este asunto, veo que se fortalece la impresión de que esos documentos estaban ocultos porque con ellos también se quería esconder algún mal olor… tal como hacen los gatos con su caca.
*Guillermo Fernández Ampié es un periodista nicaragüense con doctorado en Estudios Latinoamericanos, quien actualmente es catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).