FRANCISCO REYES / TORONTO /
Para los artistas hispanos que hemos llegado a Canadá con el paquete de años en el embalaje, es muy difícil que nos adaptemos al encierro a que nos obliga el invierno.
Acostumbrados a las actividades artísticas y culturales al aire libre, ya sea en los patios privados, en los anfiteatros o en los escenarios improvisados al aire libre, nos volvemos claustrofóbicos cuando, dado el rigor de la estación fría, nos vemos obligados a permanecer largas horas dentro de las cuatro paredes, respirando el aire viciado que, sin darnos cuenta, nos fatiga.
Sin embargo, aguardamos el verano para el convivio al aire libre. Más cuando se trata de tertulias literarias o peñas artísticas (cantos y poesías) entre conocidos, en el patio de algún amigo que presta su casa para esas improvisaciones a las que estamos acostumbrados los músicos y los poetas. También los poetas músicos o los músicos poetas. Como se les quiera llamar.
Lo cierto es que hay en Toronto una cantera de artistas profesionales y aficionados (no comercializadores del arte) que suelen reunirse a echar sus versos y endechas al aire sin estar sometidos a los acostumbrados protocolos de los llamados escenarios formales, ni a tener que presentar una boleta, como signo de que “pagaron” por el evento.
Las presentaciones gratuitas en los patios tienen sabor a pueblo, a gente, a sudor de hermanos y amigos. Huelen a anafes y comales, a cilantro y cebolla, a cocina sin “chef”, a la mujer de la casa que se empeña en preparar el plato criollo preferido.
Nada mejor que una canción en el patio de la casa salpicada con yerbabuena o un poema que huela a jugo de mango, o una balada con sabor a fresa.
Nada mejor que un entremés (receso entre poemas y canciones) abierto a las empanadas; a las tortillas con guacamoles y tomates picaditos; a pupusa rellena con chicharrones o queso; con frijolitos y el picante.
Contar en las viejas historias de amor en el receso. La mujer de los sueños que sólo quedó en un poema, una canción o un cuadro de pintura. En el recuerdo que no se borra y que luego se hace parte de una biografía oculta.
Ser artista en un medio como Toronto es un gran desafío: o triunfas o te devora el trabajo de las factorías, de la construcción, de las limpiezas en los condominios o los edificios de oficinas. Más que artistas, esta sociedad de consumo nos vuelve ganapanes: pagar la renta, el seguro del carro, el estacionamiento; comprar en el supermercado para no tener que pagar los precios abusivos de los “Convenience Stores”.
Ser artista en una sociedad como la que hemos hallado en Toronto es un reto que obliga a la participación gratuita en eventos comunitarios, si no quieres que te sepulte el olvido, aguardando el triunfo que no llega tan fácilmente.
Hay artistas dichosos. Lo encuentran todo hecho y con el viento a su favor. Otros, siendo excelentes, viven las grandes desventuras y decepciones, aunque se esfuercen por llegar a los escenarios de algún restaurante para entretener a los ocupantes de las mesas, y nadie los contrata.
Hay cantantes que tienen que conformarse con ser debutantes en el karaoke, porque no hay otros espacios para ellos. He escuchados voces angelicales en los bares. ¡Qué injusto, que se pierdan tantos talentos en aquellos lugares, ahogando sus voces en licores! Verdaderos artistas frustrados.
Hablando de los artistas, en sentido general, andamos mal en las concepciones del término. Para unos, artistas son solamente los cantantes. Para otros, únicamente los pintores. Parece que los músicos y los poetas no son artistas.
He vistos programas donde se hacen exhibiciones de artes plásticas, con el señalamiento de “exposición de los artistas hispanos de Toronto”. Me molesta cuando no se especifica: “de los pintores hispanos de Toronto. Los poetas también podemos exponer nuestras poesías. Sí, podemos exponer nuestros versos en el lienzo de nuestras voces.
Prefiero a los cantautores, que no aburren como los malos poetas. ¿Son artistas los cantautores? Habría que preguntarle a la historia de la juglaría, a las leyendas trovadorescas, de donde nacieron por allá, en la Edad Media europea. ¿Acaso no han oído hablar de Silvio Rodríguez, de Pablo Milanés, de Alberto Cortés y de Joan Manuel Serrat, el último juglar español? Todos heredaron de la “vieja trova”.
También los músicos pueden hacer lo mismo, dejando que los instrumentos musicales obedezcan a las pinceladas y trazos del pentagrama.
A los artistas hispanos de Toronto nos queda mucho por aprender. Sobre todo, que no se puede soñar en el aire. Ni construir castillos de naipes. Ni “pensar en los cocos sin tener la vaca”. Que hemos venido de lejos con ilusiones que se desvanecen entre la realidad del trabajo obligatorio para pagar “los billes” (las cuentas) y la realidad de que no es tan fácil establecerse en un medio que oprime.
Sin embargo, hallamos espacios en los patios de los amigos para disfrutar del cielo nocturno de verano.
Francisco Reyes puede ser contactado en reyesobrador@hotmail.com