POR LUISA MONCADA* / TORONTO /
10 pm, suena mi teléfono, veo con desdén, es Sofía. No me malinterpreten, la quiero y escucho con paciencia… o eso intento, pero si se trata de Nicaragua no puedo; y hoy fueron las elecciones en el país centroamericano que desde hace 15 años es gobernado por el mismo personaje: Daniel Ortega.
Cubrir elecciones presidenciales es la asignación que más ansiedad genera en los periodistas. La angustia interminable del conteo a boca de urna, el clima de apoyo a los candidatos, y el esperado momento del resultado. Nada de esto pasó en Nicaragua el domingo.
Daniel Ortega se presentó a las urnas con la certeza de que sería “elegido” para gobernar el país por cuarto periodo consecutivo. Y es que teniendo presos por “traición a la patria” a 7 precandidatos de la oposición y el control absoluto del Consejo Supremo Electoral y todos los órganos del Estado, su simulacro de comicios electorales para no elegir nada, estaba ya cocinado.
Contesté el teléfono y luego de saludar, pregunto ¿qué tal? Sofía dice: “contenta, viendo que Daniel sigue”. Trato de restarle sarcasmo a mi voz: “pero Sofía, ¿es en serio?, ¿qué otras opciones había? Ella me sale al paso, dice que era lo que debía pasar “porqué nunca ningún gobierno había luchado por la gente pobre de Nicaragua”.
Su argumento podría parecer absurdo si recordamos que para 2019 el Banco Mundial sostuvo que Nicaragua era el segundo país más pobre de Latinoamérica, después de Haití. Y que este lugar lo ha conservado por los últimos 30 años.
Pero si comparamos la situación de Nicaragua con sus vecinos centroamericanos, hay que reconocer que sus niveles de violencia son mínimos frente a sus vecinos del triangulo del norte, que la infraestructura vial ha mejorado, que han construido 18 hospitales y que hay un sinnúmero de espacios de esparcimiento en las zonas donde usualmente había basureros y escombros.
De cualquier manera, ningún logro de Daniel Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, podrá jamás borrar el dolor de las familias que aún lloran a las 328 personas que fueron brutalmente asesinadas en las protestas ciudadanas en contra de la reforma al sistema de pensiones en abril de 2018, y que desencadenaron el grito para que Ortega abandonara el poder. Grito que el autócrata quiso callar bañando las calles de sangre y llenando las cárceles de opositores, es decir, usando la escuela de Anastasio Somoza, el dictador al que Ortega derrocó en 1979 -cuanta congruencia, Comandante-. Tampoco le devolverá su patria a los más de 100 mil nicaragüenses que aún están en el exilio.
Y en ese punto de la plática, recordé al joven que me contó las torturas que vivió en la cárcel del Chipote, en Managua. A la jovencita que intentaron violar los grupos de choque en medio de las protestas en contra de Ortega, a la abuela que dejó a su único hijo y nieto en Nicaragua, y huyó al exilio. Recordé la cara de Alvarito Conrado, el niño de 15 años al que le dispararon por llevar agua a los muchachos que estaban en las protestas, y que lo dejaron morir por negarle atención medica. No Comandante, no podés acariciar al nicaragüense que calla por necesidad, mientras asesinas al que grita en defensa de sus derechos ciudadanos.
Me enojé. “Sofía, perdón –le digo-, pero mientras Rosario y Daniel estén en el poder, dejemos de hablar de Nicaragua vos y yo”. Tras un incomodo silencio, Sofía, una ex guerrillera del Frente Sandinista para la Liberación Nacional (FSLN), que combatió junto a Ortega para derrocar a Somoza, me dice: “Esto es por lo que yo luché”.
No pude más: “No, Sofía, vos no luchaste para que un tipo acusado de violar a su hijastra sea presidente de Nicaragua. No sacaste a Somoza para que Ortega gobernará más tiempo que cualquiera de los Somoza. No sacaste corruptos para dejarle las vacantes vacías a Ortega y a su familia. No fuiste a la guerra para que ahora otra vez estés en una dictadura. No me digas que estas de acuerdo con que su familia sea su gabinete de gobierno, con que maneje el 80% de los medios de comunicación. No, no me digas eso, por favor”.
Y entonces, me impacta la frase que jamás pensé que saldría de sus labios: “Si querés citar lo que te diré, yo me llamo Sofía: si vos, Luisa, me preguntas si Daniel y Rosario me son tolerables, la respuesta es no, son nefastos, vos tenés razón. Yo quiero que el FSLN los quite y ponga a un nuevo liderazgo, porqué yo apoyo al modelo, pero no los apoyo a ellos”.
Llegar a un punto en común me dejó sin palabras. Escucharla decir que no podía usar su nombre, aun cuando cree que no vive en una dictadura, es la paradoja clara de la ausencia de libertad de expresión en un país que se autodenomina como el modelo de democracia del siglo 21. Me despido de ella porqué debo escribir este articulo. Cuelgo el teléfono. Suspiro.
Despego la cara de la computadora, ya son las 3 am. Veo el televisor, daban los resultados electorales: Sorpresa, Daniel Ortega se autoproclama ganador con el 75% de los votos, y solo se ha escrutado el 45% de las actas. Apaguemos las luces.
*Luisa Moncada es una periodista de origen nicaragüense radicada en Toronto, con especialización en periodismo televisivo y con una fuerte pasión por la defensa de la libertad de expresión en el continente.