La muerte de Rob Ford: una reflexión necesaria

Rod Ford

FRANCISCO REYES / TORNOTO /
Cada día, alrededor del mundo, centenares de personas mueren de forma anónima, debido al consumo excesivo de drogas y/o alcohol. Otras, por enfermedades relacionadas con esas adicciones.

La muerte del ex alcalde Rob Ford es uno más de esos casos tristes y no nos llegó de sorpresa, pues a diario seguíamos los partes médicos dados a la prensa por el Hospital Monte Sinaí, de esta ciudad.

Pero entre el fallecimiento del ex alcalde y el de los cientos de alcohólicos y drogadictos a los que nos hemos referido al inicio de este artículo, es que Ford era una figura pública bastante conocida más allá de los límites de nuestra municipalidad.

No vamos a evaluar su obra como munícipe, pues corresponde a la Historia el juicio final de su labor política en la ciudad de Toronto.

Pero sí nos referiremos a ciertos aspectos de su personalidad trastornada, sin tocar asuntos íntimos de su vida privada, dado que muchas de las incongruencias de su conducta públicas eran similares a las que se manifiestan en personas afectadas por el consumo abusivo de estupefacientes.

Desde el momento en que empezaron a trascender a la luz pública las actuaciones erráticas de Rob Ford, vertidas a la prensa por miembros de la seguridad, del personal y del Consejo Municipal, quejándose de verlo conducirse fuera de lo normal, era evidente que estaba bajo los efectos de las drogas y el alcohol, que consumía al unísono.

En consecuencia, se trataba de una persona enferma de adicción, lamentablemente al frente del gobierno de la ciudad más importante de Canadá.

Obviamente, el caos que se produjo en la alcaldía era el resultado de la conducta de quien había perdido el poder de la voluntad y no podía controlar sus impulsos para consumir esos productos letales, y no estaba apta para desempeñar sus funciones de alcalde.

Mientras Ford buscaba la forma de negar sus adicciones, los principales diarios de Toronto se encargaban de desacreditarlo con saña.

Casi todos los periodistas de la prensa inglesa de esta ciudad enfilaron los cañones para denostar a Rob Ford. Cada vez que le “sugerían” buscar tratamiento, lo hacían en forma despectiva e insultante.

Lo triste de esta historia es que, cuando Ford decidió ir a tratamiento –forzado o deseado- ya era tarde: el cáncer, producto del consumo desmedido de estupefacientes, ya se había apoderado de su cuerpo.

Era seguro que, tarde o temprano, la enfermedad habría de agudizarse porque los tipos de cáncer causados por el consumo excesivo de alcohol y/o drogas se propagan con ramificaciones.

Informes dados a conocer recientemente por científicos de una universidad de Ontario indican que el consumo abusivo de alcohol produce cáncer ramificado en diferentes órganos y sistemas del cuerpo humano, debido a que contiene sustancias carcinógenas.

Esa es la razón por la que Ford tuvo que ser recluido varias veces en el hospital para fines de quimioterapia. La última vez que lo internaron fue un aviso de que su final se aproximaba.
A mediodía del martes de la semana pasada, la primera noticia que vimos en pantalla fue la muerte de Rob Ford.

De esta saga se desprende una reflexión necesaria e impostergable, fuera de todo anonimato: el consumo excesivo de drogas y alcohol es una carrera progresiva hacia la muerte.

La edad de Ford (46 años) indica que aún tenía una vida por delante, pero la misma fue segada por esos enemigos letales que empiezan a encontrarse en los primeros años de la juventud. El ex alcalde se había iniciado muy joven en ese consumo.

No basta con que las nuevas autoridades municipales estén interesadas en crear clínicas donde los adictos puedan inyectarse, sin riesgo de una sobredosis, porque el consumo desordenado tanto de las drogas como del alcohol mata a plazo, a veces más rápido de lo que se cree.

Esta reflexión va dirigida principalmente a los jóvenes que no piensan que la vida tiene un límite y que, cuando forzamos a nuestro cuerpo llenándolo de sustancias toxicas, las posibilidades de morir a destiempo aumentan.

En las comunidades hispanas de Canadá hay un porcentaje bastante elevado de hombres y mujeres jóvenes que padecen de esas adicciones. Lo penoso es que no quieren reconocer que necesitan de tratamiento.

Nada se puede hacer para traer al ex alcalde de nuevo a la vida. Pero sí se puede evitar que muchos jóvenes no recorran el mismo viacrucis de enfermedades por el que transitó este empresario y político joven.

Muchos están a tiempo si requieren de la ayuda necesaria en centros de rehabilitación, a fin de no terminar agónicos en los hospitales, como le tocó a Rob Ford.