FRANCISCO REYES Y OSCAR VIGIL / TORONTO /
Las comunidades hispano-latinoamericanas de esta ciudad se unieron a los festejos de la Iglesia Católica para celebrar alrededor del mundo la canonización de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, primer arzobispo mártir de América y primer santo del pueblo salvadoreño.
El domingo pasado, las parroquias católicas de Toronto y zonas aledañas celebraron a diferentes horas del día la eucaristía para unirse al acto solemne que se había llevado a cabo a las 9:00 am hora de Roma, en la Plaza de San Pedro, de la Ciudad del Vaticano.
San Oscar Arnulfo Romero fue elevado a los altares por su santidad. Lo hizo el Papa Francisco en compañía de miembros de la alta jerarquía eclesiástica, frente a una inmensa multitud en la que se encontraban feligreses que viajaron desde América Latina, principalmente desde El Salvador, entre quienes había decenas de víctimas de la guerra civil salvadoreña, donde el nuevo santo había sido la máxima autoridad de la Iglesia Católica.
Simultáneamente, en la capital del país centroamericano, San Salvador, se llevaba a cabo una masiva vigilia de acompañamiento a la canonización de este obispo que, más que dedicarse a la vida contemplativa dentro de los templos religiosos, practicó la teología en la calle, en los hospitales y en las cárceles, junto a los sufridos creyentes y ateos que en esa época eran víctimas de la violencia institucional.
En Toronto, previo a la canonización, diferentes organizaciones comunitarias realizaron actividades en torno a este evento histórico para honrar la memoria del santo salvadoreño. Las actividades fueron coordinadas por una coalición de organizaciones integrada por la Asociación Salvadoreña Canadiense, Romero House, el Centro para Refugiados FJC, el Comité de los Cuáqueros y otras instituciones, quienes desplegaron un amplio programa de actividades que culminará hasta finales de octubre para dar a conocer la figura de San Oscar Arnulfo Romero.
El sábado 7 de octubre, el Toronto Latin American Film Festival (LATAFF) proyectó dos películas en un cine de la universidad de Toronto, entre ellas, “Romero”, sobre la vida y asesinato del primer mártir de la Teología de la Liberación en América Latina.
El pasado miércoles 10, en la Iglesia San Felipe Neri, en las inmediaciones de Jane St y Wilson Ave, hubo misa y luego un conversatorio sobre “Monseñor Romero y la Teología de la Liberación”, que contó con la asistencia de decenas de personas, algunas de las cuales dieron testimonio de su proximidad con el nuevo santo.
El sábado 13, en la Iglesia Nuestra Señora de Lourdes, en Sherbourne St, hubo una eucaristía celebrada por el padre Folio, sacerdote jesuita que vivió en El Salvador durante los días de la guerra que dejó más de 90,000 muertos, heridos y desparecidos, a la vez que arrojó al exilio a millones de que huían de la represión militar.
El domingo 15, en algunas parroquias de esta ciudad se proyectó la ceremonia de canonización que muchos no pudieron ver en sus televisores, dado que la ceremonia de Roma coincidía con la madrugada de esta ciudad.
Otras actividades conmemorativas están programadas para los días venideros y pueden ser encontradas en la página de internet de Romero House (https://romerohouse.org/category/events).
San Oscar Romero nació el 15 de agosto de 1917, durante la primera guerra mundial. Fue ordenado sacerdote el 4 de abril de 1942, en Roma. Regresó a su país en 1943, durante la segunda guerra mundial, destinado a la parroquia de Anamorós, Departamento de La Unión.
En 1970 lo nombraron obispo auxiliar de San Salvador. En 1974, ocupó la sede vacante de la Diócesis Santiago de María. En febrero de 1977, el Papa Paulo VI lo designó arzobispo de San Salvador. Al mes siguiente, la muerte del sacerdote jesuita Rutilio Grande lo hizo tomar partido en la defensa de los derechos humanos del pueblo salvadoreño.
El gobierno militar y la oligarquía salvadoreña lo acusaron de estar aliado con la guerrilla y fue víctima de amenazas de muerte. El 24 de marzo de 1980, los escuadrones de la muerte lo asesinaron mientras celebraba una misa en el Hospital de la Divina Providencia de San Salvador.
En su homilía dominical del día 23 de marzo de 1980, un día antes de su asesinato, Romero había dicho las frases más fuertes de su apostolado en defensa de los sectores más desposeídos del atribulado país centroamericano.
“Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto, a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles… Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: ‘No matar’. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión”.
FOTO: Vigilia en la Catedral de San Salvador, El Salvador (Cortesía de Santísimo Films)