La “experiencia canadiense” de los trabajadores temporales

FRANCISCO REYES / TORONTO / 
TORONTO. Existe en Canadá un acuerdo entre naciones bajo el cual trabajadores de otros países, principalmente de América Latina, son contratados para labores a corto plazo entre primavera y otoño.

La mayoría de esos trabajadores, aceptados bajo el Temporary Foreign Worker Program (TFW), se desplaza por los predios agrícolas, en las labores de cultivo.

Otros van a las líneas de ensamblaje de las fábricas, a las compañías de servicio de limpieza y hotelería, o a las cadenas de restaurantes de comidas rápidas.

El TFW o Programa para Trabajadores Extranjeros Temporales contempla que los empleadores se responsabilizan con el pago de salarios justos y a tiempo, con facilitarles seguro de vida y asistirlos en lo referente al alojamiento.

Los contratistas pintan un paraíso con colores del arcoíris, de modo que los interesados  (más bien necesitados de empleos en sus países de origen) firman el contrato, venden algunas pertenencias o toman prestado para el viaje a Canadá, con la ilusión de que, al final de las jornadas, regresarán a casa con muchos dólares en las valijas.

Pero la realidad borra toda ilusión y hace poner los pies en tierra cuando los trabajadores extranjeros contratados se dan cuenta de que han llegado a un escenario completamente distinto al de las ofertas y de sus propias aspiraciones económicas.

El salario es menor, por lo general, $11 dólares la hora. El alojamiento es un chiquero de rancho o, en el caso de los que trabajan en zonas urbanas, se convierte en el pago exorbitante de un apartamento, cuya renta es deducida directamente de lo que ganan. Lo poco que les sobra es utilizado en comida y otros gastos personales. Las familias… aguardando allá las remesas abultadas.

Lo peor de todo es el ambiente de explotación que viven. Los abusos verbales a que son sometidos. Los horarios rigurosos que cansan hasta la médula. Y, si se quejan, los amenazan con enviarlos a sus países de origen.

El caso de Jaime Montero, que trascendió a los medios de prensa en Edmonton, Alberta, es un simple ejemplo de esa cruda realidad. El beliceño, con raíces hispanas, probablemente guatemaltecas, fue contratado junto a varios compañeros por la firma McDonald’s con salario de $11 la hora y obligados a pagar per cápita un apartamento de $280 deducidos de sus sueldos. No aguantaron más y declararon a la prensa lo que les pasaba.

Los trabajadores extranjeros temporales, a quienes se les viola sus derechos, están expuestos a toda clase de explotación, vejámenes y humillación por carecer de protección legal, al tiempo que están desamparados por el gobierno, dentro del mismo programa que los contrata.

Se sabe que el TFW fue introducido en Canadá para satisfacer la demanda de obreros a corto plazo en el mercado laboral canadiense, afectado sobre manera por el envejecimiento de la población. A los que desean incorporarse les pintan “pajaritos en el aire” como carnada para que vengan a vender su mano de obra al precio que fijan los empleadores.

Lo que podría ser una excelente oportunidad para que Canadá ayude a los obreros latinoamericanos a capacitarse para el empleo en una sociedad altamente industrializada, se ha convertido en dolor de cabeza para las organizaciones comunitarias que velan por ellos; para la Iglesia Católica, con parroquias en las zonas donde operan para asistirlos en sus necesidades de la fe, y para el gobierno mismo, desacreditado públicamente por los abusos que permite que se comentan en los puestos de trabajo.

El gobierno federal ha prometido en diversas ocasiones corregir los fallos del programa, pero muy poco o casi nada se ha hecho, desde el mismo momento en que empezaron a presentarse irregularidades hace ya varios años.

Las leyes vigentes garantizan que los trabajadores extranjeros temporales deben tener los mismos derechos que el resto de los canadienses, pero en la práctica no es cierto. Esa clase especial de inmigrantes es víctima de la explotación y el atropello.

La realidad es mucho más cruda de lo que a diario aparece en la prensa escrita y lo que se difunde en programas radiales.

La “experiencia canadiense” ha pasado a ser una pesadilla para esos hombres y mujeres que abandonan sus hogares lejanos en busca de mejoría económica. El regreso a casa va junto al desengaño, la desilusión y la indiferencia de las autoridades gubernamentales canadienses, que permiten esa clase de esclavitud en su territorio.

 

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