FRANCISCO REYES / TORONTO /
Uno de los temas cruciales del debate electoral para las elecciones del próximo otoño es el de la eutanasia o suicidio asistido.
De hecho, las discusiones de pre-campaña ya se han iniciado en tres altas instancias de la vida política (el Parlamento), jurídica (la Suprema Corte de Justicia) y científica (la Asociación Médica) de Canadá.
El pasado 24 de febrero, el líder liberal Justin Trudeau pidió la creación de “un comité parlamentario especial para consultar a expertos y al público sobre su opinión” acerca de esa modalidad de interrupción deliberada de la existencia.
Al conocerse públicamente la solicitud, la Asociación Médica Canadiense (CMA) emitió un breve comunicado de apoyo a Trudeau, dado que -según el gremio- “el gobierno federal juega un papel muy importante en el debate del suicidio asistido”.
En enero, tras revisar las “regulaciones” para aplicar la eutanasia, la CMA llegó a la conclusión de que se permita a los médicos “seguir su conciencia” para decidir si es necesario optar por el suicidio asistido dentro de los “marcos de la ley”.
Apegada a los “marcos legales”, la Suprema Corte de Justicia decidió a principio de febrero que los canadienses, bajo “circunstancias específicas”, podrían “tener derecho” a solicitar de un médico la “ayuda para morir”.
Al mismo tiempo, dio al Parlamento plazo de un año para legislar sobre el tema, con “regulaciones específicas” a la hora de aplicar el suicidio asistido. Y fue más lejos al proponer que, si éste no logra concluir la legislación dentro de la fecha indicada, los galenos que opten por la eutanasia tendrán que regirse “por las guías de los colegios médicos que los regulan” y “por los reglamentos de la Corte Suprema”.
Es evidente que el debate dividirá a la opinión pública, dado que, además de sus implicaciones legales, hay en la sociedad canadiense otras cuestiones que habrán de tomarse en cuenta a la hora de practicarse la eutanasia.
Algunos grupos incluirán en el debate aspectos de la ética, en el plano filosófico-ontológico, que tienen que ver con la conciencia del ser humano a la hora de tomar decisiones, justificando o no el asesinato legalizado.
Incluirán también aspectos religiosos en una sociedad, como la canadiense, que respeta la libertad de culto y el ateísmo que muchos dicen profesar, pero al mismo tiempo marcada por los valores de la tradición cristiana, que condena todas las formas del homicidio.
Las mayores confrontaciones serán sin duda con todas las denominaciones eclesiásticas de la Cristiandad al considerar, de acuerdo con sus textos sagrados, que “sólo a Dios compete poner fin a la vida, porque ésta procede de Él”.
Algo muy importante es que el debate no sea excluyente, sino abierto también a las consideraciones de otras religiones no cristianas cuyas posiciones son de defensa a la vida.
Además, a los que no creen en la moral religiosa, a los existencialistas ateos, a los diletantes y a los expertos en materia de derechos humanos que defienden el “Derecho a la Vida”, y que ahora tendrían que defender el “Derecho a Morir” al tomar en cuenta el respeto a la libertad individual para decidir sobre su propia vida.
En un ensayo sobre el suicidio, como requisito para la asignatura de Filosofía Moral, hace años, en el que consultamos autores versado en el tema, como Dilthey, Kierkegaard, Nietzsche, Sartre, Camus y pensadores cristianos como Gabriel Marcel y Erick Fromm, tocamos posiciones que van desde la justificación ateística del suicidio ante la angustia existencial del hombre, como salida del “absurdo sin fin”, hasta la valoración de la vida como “don supremo de Dios.
Frente a la eutanasia siempre hemos asumido una posición ético-religiosa. En nuestro ensayo universitario planteábamos la necesidad de preguntar a los suicidas si consideraban su decisión moralmente aceptable y si no creían en condena impuesta por la religión. Si no sentían ningún cargo de conciencia o si, obnubilados, no pudieron ver otra salida.
El gran obstáculo en el camino siempre será dónde hallarlos para preguntarles. Nadie sabe cómo aprieta el zapato en pie ajeno, sobre todo, cuando se pierden la fe y la esperanza. Pero ahora habría que hacer las preguntas a los enfermos crónicos que piden la legalización del suicidio asistido.
Muchas interrogantes surgen en torno al problema de la libertad. ¿Es el hombre completamente libre para decidir sobre su propio destino? ¿Hay alguien más allá de la existencia que manipula los hilos de nuestras vidas? ¿Somos marionetas en manos de Dios? ¿Qué gana o pierde el suicida al final de su existencia?
No se trata de precisar sólo las “circunstancias específicas” para practicar la eutanasia, sino también de tomar en cuenta, más allá del marco legal, cuestiones ontológicas, así como los valores morales, religiosos y de la tradición, que podrían crear dentro del debate más división en la sociedad canadiense, al extremo de que la Corte Suprema se vea imposibilitada para resolver confrontaciones que no necesariamente se ajustan al marco de la ley y que no corresponden a su campo. ¿Estará la mayoría de canadienses de acuerdo con la eutanasia?
La campaña política servirá de termómetro para medir el nivel de aceptación que los votantes tienen con respecto a la eutanasia. Los candidatos, si quieren ganar simpatías, tendrán que ser cuidadosos a la hora de plantear su posición a favor o en contra, dentro del proceso electoral.
*Francisco Reyes puede ser contactado en reyesobrador@hotmail.com