POR GILBERTO ROGEL / TORONTO /
Muchos pueblos alrededor del planeta han peleado largas batallas en el nombre de la democracia. Millones de personas han muerto por defenderla. Algunos se han aprovechado de ella para su beneficio particular. Y a muchos simplemente no les interesa. Este es el caso de una generación de jóvenes salvadoreños, quienes fueron la clave en una reelección presidencial que viola la carta magna de ese país.
Nayib Bukele, el Presidente de El Salvador, ídolo y referente de muchos de mis amigos latinoamericanos en Toronto, logró este pasado fin de semana lo que ningún gobernante constitucional se atrevería a hacer, reelegirse en la silla presidencial cuando la constitución de la república lo prohíbe. Y no lo hizo utilizando aviones de guerra o con una revuelta militar, lo logró gracias al respaldo de más del 85 por ciento de los ciudadanos que salieron a votar.
Muchos de estos votantes que decidieron apoyar a Bukele lo hicieron bajo el argumento que “no importa si se viola la constitución, siempre y cuando se pueda vivir con seguridad y sin pandillas”, como me lo dijo un paisano acá en Toronto, luego de haber votado en línea en un proceso que le tomó menos de dos minutos.
Este amigo, que no pasa de los 35 años y quien emigró hace menos de 10 inviernos, no es un fanático seguidor de Bukele pero asegura que muchas personas de su generación nunca vivieron la real democracia, como se esperaba que fuese luego de los históricos Acuerdos de Paz que pusieron fin al conflicto interno salvadoreño en 1992.
Esta generación de salvadoreñas y salvadoreños, los nacidos después del pacto pacificador, fue testigo como la derecha (ARENA) y la ex guerrilla (FMLN), se alternaron el poder durante 30 años, periodo durante el cual muchos de sus dirigentes se enriquecieron, robaron descaradamente, mintieron sin una pizca de vergüenza y, sobre todo, no tuvieron los pantalones para desbaratar las pandillas y poder territorial.
Estos jóvenes, millennials, vivieron bajo el acecho de las pandillas por años hasta la irrupción de Bukele, un personaje habilidoso para las redes sociales y el marketing. Con su llegada Bukele volteó el tablero político local, le quitó a la izquierda las banderas políticas y sociales, y convirtió todo en eslóganes publicitarios pero sin políticas específicas, claro, a excepción del desbaratamiento de las pandillas.
Este logro indiscutible, motivo de envidia en muchos países, debe matizarse en su real contexto, en vista que hoy en día miles de salvadoreños viven en un estado policializado y militarizado, en donde las garantías constitucionales han sido restringidas y donde cientos han tenido que salir del país por temor a represalias por parte de personajes cercanos al partido en el poder.
En definitiva, es evidente que el triunfo de Bukele es legítimo en términos legales, pero no en términos democráticos, en donde una generación de hombres y mujeres optó por vivir bajo la sombra de las fuerzas militares y policiales, y de un partido que controla literalmente todo el poder, pero sin el fantasma de las pandillas.