La cumbre (borrascosa) de las Américas: gran fracaso y pequeño triunfo

POR GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ* / MEXICO /

La IX cumbre de las Américas concluyó la semana pasada sin pena ni gloria. Fue más desabrida que una película de cuarta o quinta categoría, con muy malos actores y peor trama. Aunque, a decir vedad, el fiasco de esta cumbre no se debió tanto a los actores ni mucho menos a que hayan representado mal sus papeles, sino a la trama, a la propia naturaleza de estos eventos.

En realidad, las cumbres de las Américas no se trata encuentros de gobernantes de repúblicas soberanas, que a pesar de sus diferencias en tamaño, sistemas políticos, desarrollo y posibilidades económicas, estándares de vida y demás, se reúnen para cooperar e impulsar soluciones a problemas comunes o que afectan a todos.

Son más semejantes a las celebraciones que tradicionalmente acostumbraban a celebrar los grandes hacendados y terratenientes una vez al año, cuando invitaban a sus peones, los agasajan con una res o algunos cerdos para destazar y comer hasta el hartazgo, acompañado con el respectivo aguardiente, que también circulaba con exceso. Durante el jolgorio, los ricos patrones convivían fraternal pero brevemente, daban algunas palmaditas en la espalda a sus siervos, y al día siguiente los seguía explotando por el resto del año, hasta que llegaba nuevamente la siguiente fiesta. Mientras tanto, los peones marchaban a sus miserables ranchitos alegres y convencidos de trabajar para un patrón bueno y generoso.

Así han sido las cumbres americanas, que más allá de buena comida, ejercicios de retórica vacía, listas de buenas intenciones, y la foto del colectivo de mandatarios, no se han traducido en alguna acción verdaderamente concreta en beneficio de las inmensas mayorías de latinoamericanos y estadounidenses empobrecidos. La emergencia que provocó la pandemia de Covid-19 fue la mejor muestra de cuán alejada de la realidad están esos discursos de fraternidad americana.

Pero si la cumbre fue un fracaso para su organizador, el gobierno estadounidense, no lo fue tanto para los pueblos latinoamericanos y en especial para aquellos gobiernos que se resisten a seguir con mansedumbre y servilismo las órdenes del gobierno imperial. De manera que puede afirmarse que, previo al encuentro, hubo una rebelión en la granja, o mejor dijo, en lo que Estados Unidos ha considerado desde hace mucho como su patio trasero. Esta moderada rebeldía consiste en sí mismo un pequeño y significativo triunfo latinoamericano, pues sacó a relucir su dignidad y decoro.

La rebelión latinoamericana también presentó una paradoja, porque se originó ante la decisión estadounidense de excluir del evento a Cuba, Venezuela y Nicaragua. Fue una decisión digna que países como México, Argentina u Honduras exigieran que no se excluyera a ninguna nación, y estaban en su derecho a no asistir o bien a delegar en otro funcionario la representación del país. Pero fue también una paradoja porque mientras estos países exigían la inclusión del trío antimperialista, para los gobernantes de estos países no tiene sentido asistir a estar cumbres en tanto Estados Unidos no esté dispuesto a tratar a sus naciones con respeto y dignidad. Así que lo más probable es que tampoco habrían asistido aunque se les hubiera invitado.

La cumbre confirmó, una vez más, que de todo hay en la viña del señor. Pedro Castillo, el mandatario peruano, demostró que le ha quedado muy, muy grande el sombrero de los trabajadores y campesinos que quería representar. De hecho, es muy sintomático que cada vez lo luce menos. El tweet que emitió en el que parece rendir pleitesía y suplicar ayuda al somnoliento presidente estadounidense es de pena ajena.

Alberto Fernández, de Argentina, jugó un papel digno, a pesar de haber sido duramente criticado por los sectores sociales y políticos latinoamericanos que no confían en el imperialismo “ni tantitito así”, por no haberse sumado al grupo que se solidarizó con las naciones excluidas. Consideró que es importante hablar directa y claramente, y así lo hizo frente a su anfitrión. Sin aspavientos, sin exabruptos, Fernández puso los puntos sobre importantes íes, al criticar la exclusión de los países ya mencionados, echó en cara el nefasto papel que históricamente ha jugado la OEA, y su más recientemente complicidad con el golpe de Estado contra el presidente boliviano Evo Morales en 2019. También repudió el endeudamiento, que una vez más como soga al cuello, ha impuesto el FMI a los latinoamericanos aprovechándose de la crisis generada por la pandemia.

Marcelo Ebrard, el representante del presidente Andrés Manuel López Obrador, también fue claro y contundente al afirmar que cada país, cada pueblo debe resolver la forma política en que organizará su nación. Palabras más, palabras menos, con ello reivindicaba el viejo principio, siempre irrespetado por Estados Unidos, del derecho a la autodeterminación de los pueblos.

Más allá de esas destacadas participaciones, los protagonistas de la cumbre fueron quienes estuvieron ausentes. Entre ellos, cabe destacar a de Xiomara Castro, la presidenta de Honduras. Tomar distancia y asumir una posición digna frente a Estados Unidos es una buena señal de su gobierno y para toda América Central, aunque también podría acreditarse la animadversión estadounidense. Estará por verse que tan tolerante resultan con ella el gobierno del Norte.

En definitiva, por sus miras, por sus resultados, esta cumbre no fue muy alta, y ahora que se finalizó, puede verse como un augurio de que futuros eventos como este serán cada vez de menor relevancia en tanto no se tome en consideración los verdaderos intereses e inquietudes de las naciones latinoamericanas.

*Guillermo Fernández Ampié es un periodista nicaragüense con doctorado en Estudios Latinoamericanos, quien actualmente es catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).