POR GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ* / MEXICO /
Parecía una escena propia de un campeonato mundial de lucha libre. Un diputado dio una suerte de salto del tigre para subir a la tarima, con la intención de golpear a su oponente. Un colega de este, con cuerpo de futbolista americano se interpuso a tiempo frustrando las intenciones del primer parlamentario. Desde las butacas -es decir, los escaños-, las barras bravas integradas por diputados de los diferentes grupos gritaban a más no poder en apoyo a los suyos y repudio a los contrarios. El locutor de noticias que presentó las imágenes las narró con el tono que se describe un espectáculo circense o un match de boxeo. Finalmente, el diputado Jorge Calix, del Partido Libertad y Refundación (Libre) fue electo presidente de la Asamblea Nacional, el poder legislativo hondureño.
Su elección fue la causa de la trifulca, pues violó acuerdos previos establecidos por Libre con el Partido Salvador de Honduras (PSH), cuyo candidato presidencial –Salvador Nasralla–, decidió hacerse a un lado y sumar apoyo a Xiomara Castro, la candidata de Libre, quien finalmente se alzó con la victoria en las elecciones realizadas en noviembre pasado. El acuerdo establecía que a cambio del apoyo de Nasralla a la candidatura de Castro, los diputados de Libre apoyarían a Luis Redondo, militante del PSH, como presidente del Legislativo.
Cálix no sólo rompió el acuerdo establecido por su partido, sino que se erigió como jefe del legislativo con el apoyo de los diputados del Partido Nacional y de Partido Liberal, las agrupaciones que apoyaron en 2009 el golpe de Estado contra el presidente Manuel Zelaya. A Cálix se le unieron otros veinte diputados de Libre, quienes argumenta que al ser la bancada mayoritaria tienen derecho a dirigir ese poder del Estado.
Por su parte, Xiomara Castro y los directivos de Libre calificaron como “traidores” a los diputados que rompieron el acuerdo con el PSH y exigieron su expulsión del partido, hecho que se consumó poco después. Para Castro y sus partidarios, la elección de Cálix fue producto de negociaciones oscuras con los grupos más corruptos de la política hondureña, aglutinados en el Partido Nacional, el principal derrotado en las presidenciales del año pasado. Para agravar la situación, los diputados que mantienen firme su apoyo al acuerdo Libre-PSH eligieron una nueva junta directiva parlamentaria encabezada por Redondo. La mandataria electa, que aún no asume su cargo, reconoció a esta directiva e invitó a la población a participar en la ceremonia. El dilema que surge ahora es cuál de las dos juntas directivas parlamentarias es la legítima y ante la cuál debe juramentar Castro. El panorama no luce nada alentador para las esperanzas de pueblo hondureño depositadas en el triunfo electoral de Libre.
Algunos comentaristas han interpretado la nueva crisis como un intento de sabotear el gobierno de la primera mujer presidenta en Honduras, y hasta han expresado su temor que la crisis pueda desembocar en un nuevo golpe de Estado. El bochinche protagonizado el pasado domingo 23 de enero en el Parlamento sería sólo la antesala, a diferencia de otros países, donde las trifulcas entre representantes parlamentarios no pasan de ser bochornosas escenas transmitidas por la televisión, por cierto bastante comunes en distintos países. Como ejemplo basta recordar los puñetazos que han intercambiado los diputados en la Rada Suprema, el parlamento ucraniano, en 2016 y 2018; o más recientemente el bochornoso espectáculo escenificado en la cámara de diputados de Italia, en 2019. Por último, la trifulca memorable que se realizó en el parlamento japonés, en 2015, cuando se aprobó una ley por la cual Japón se compromete a brindar ayuda militar a Estados Unidos en caso de conflicto bélico, pese a la oposición de importantes sectores de la sociedad japonesa que temen que la medida derive en el involucramiento japones en una guerra ajena a sus intereses.
De tal manera que las escenas descritas al inicio de esta columna no necesariamente se deben a la debilidad del sistema democrático hondureño, aunque sí revela cuán poco vale la palabra de muchos políticos y qué mal funciona la democracia en distintas partes del mundo, no sólo en Honduras. De esto también hay muchos ejemplos de donde escoger. Mandatarios o representantes electos por las promesas que realizan a los votantes, tan pronto como asumen sus cargos olvidan sus ofrecimientos. La lista es larga: desde Felipe González y su cambio de posición respecto a la permanencia de España en la Alianza del Atlántico Norte, Obama que no cumplió su promesa de poner fin a la guerra en Afganistán, Mariano Rajoy que hizo una larga campaña opositora en 2016 prometiendo no subir impuestos y seis meses después, una vez investido como jefe del gobierno español, una de las primeras medidas que tomó fue precisamente el incremento de diversos aranceles; hasta el peruano Pedro Castillo, que ahora luce cada vez menos entusiasmo para convocar a una constituyente, tal como prometió el día que asumió la presidencia.
Hasta ahora Xiomara Castro se mantiene fiel a las promesas de cambio que realizó a las y los ciudadanos hondureños. El desacato y rebelión de los diputados de su propio partido es apenas el primero de los múltiples y enormes obstáculos que habrá enfrentar. Por ahora hasta su propia juramentación como presidenta se ha puesto en riesgo.
*Guillermo Fernández Ampié es un periodista nicaragüense con doctorado en Estudios Latinoamericanos, quien actualmente es catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
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