POR GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ* / MEXICO /
Doce años después del bochornoso Golpe de Estado contra el presidente Manuel Zelaya, de quien se hizo escarnio al desterrarlo llevando consigo nada más el pijama con que dormía esa madrugada de junio de 2009, las fuerzas progresistas gobernarán nuevamente en Honduras. El camino recorrido no ha sido fácil: decenas de muertos, numerosas personas desaparecidas, agudización de los niveles de pobreza, desesperanza, y cientos de miles de autoexiliados (que suman ya el 8% de la población del país) que buscan la posibilidad de un trabajo que les permita sostener a su familia.
Ese fue el panorama que los golpistas y sus cómplices, incluida la “comunidad internacional” (entiéndase por ese difuso concepto Estados Unidos y la Unión Europea) construyeron en la última década. Y sostengo que la comunidad internacional también fue cómplice porque no le importó ver cómo una élite retrógrada, utilizando a los militares amaestrados por Estados Unidos, violaba la Constitución hondureña y destrozaba la legalidad del país para hacerse del gobierno. Posteriormente se hicieron de la vista gorda frente a los fraudes electorales cometidos por ese grupo de políticos inescrupulosos cuyo rostro más conocido es Juan Orlando Hernández, de quien se sospecha está vinculado al narcotráfico, según información ampliamente conocida.
Pero esos doce años también sirvieron a los sectores subalternos del más empobrecido de los países centroamericanos para construir una alternativa política que representara verdaderamente sus aspiraciones: el Partido Libertad y Refundación (Libre). Integrado por organizaciones campesinas, indígenas, afrodescendientes, mujeres y otros sectores populares, movimientos sociales, llevó como candidata presidencial a Xiomara Castro de Zelaya, esposa del derrocado presidente, en las elecciones generales realizadas el pasado 28 de noviembre.
Castro de Zelaya se alzó con la victoria al obtener más del 50% de los votos, catorce puntos por encima de su rival más cercano, Nasry “Papi” Asfura, ficha de Hernández y del oficialista Partido Nacional. Aunque el Consejo Nacional Electoral aún no termina de contar todas las boletas, con el 80% de los votos escrutados, Xiomara Castro se convirtió en la candidata más votada en la historia hondureña, por lo que resultará difícil cuestionar la legitimidad de su gobierno.
Su propuesta, ahora respaldada por los votantes, puede considerarse la más revolucionaria de Centroamérica. En primer lugar se propone refundar el país por medio de una Asamblea Nacional Constituyente para construir “un Estado Libre, independiente, soberano, democrático y socialmente justo, que garantice la participación y la igualdad”, “construir una democracia participativa”, defender los derechos humanos, la lucha contra la corrupción, la violencia y la defensa de la naturaleza. La propuesta también se define como un plan para construir un estado socialista y democrático.
Apenas el Consejo Electoral dio a conocer su primer reporte, con tan solo el 16% de las boletas contabilizadas y Castro de Zelaya aparecía con veinte puntos por encima del candidato oficialista, las calles hondureñas fueron inundadas por una población jubilosa. El anuncio confirmó así los resultados de encuestas tomadas a boca de urnas.
Su victoria tiene también un importante impacto en América Latina, donde fuerzas derechistas tradicionales y neoconservadoras se oponen ferozmente a los intentos de los movimientos y organizaciones progresistas que buscan la creación de proyectos políticos menos excluyentes, que brinden y practiquen derechos en defensa de la población históricamente marginada y empobrecida; y que también promueven la integración latinoamericana, la defensa de sus recursos naturales y la protección del medio ambiente.
Mientras la población celebraba en las calles, en las redes sociales digitales circulaban profusamente mensajes eufóricos, llenos de optimismo y hasta triunfalistas, que daban la bienvenida a lo que ya se considera una nueva era en la historia hondureña. Sin embargo, la recién electa presidenta no tendrá fácil la tarea.
La alegría que generó su triunfo electoral entre sus conciudadanos y otros sectores progresistas de la región no debe llevar a ignorar la ferocidad con la que las élites tradicionales de la región y sus socios estadounidenses han defendido siempre sus privilegios. No hay que olvidar que han sido capaces de todo.
En Guatemala arrasaron con cientos de aldeas indígenas, asesinaron a un obispo y desaparecieron activistas y luchadores sociales. En El Salvador la saña y brutalidad no fue menor. Así lo recuerdan las imágenes de los cuerpos sin vidas de las religiosas Maryknoll torturadas y violadas, los jesuitas asesinados y el martirio de monseñor Romero. En la propia Honduras, el golpe contra Zelaya y la posterior represión contra quienes protestaban y solicitaban su retorno también son un buen ejemplo de cómo las élites adineradas no dudan en recurrir a la violencia para retener o hacer que el poder político nuevamente retorne a sus manos.
En este sentido, los retos que enfrentará Xiomara Castro no tienen que ver sólo con la situación de miseria y violencia que prevalece en su país, también implica salir airosa de las zancadillas y conspiraciones de quienes fueron rechazados por los votantes. A su favor tiene a la mayoría del pueblo hondureño para quien ella representa una esperanza.
*Guillermo Fernández Ampié es un periodista nicaragüense con doctorado en Estudios Latinoamericanos, quien actualmente es catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).