FRANCISCO REYES / TORONTO /
En verano, las bicicletas aparecen por todas partes, como las flores en los jardines. Personas de todas las edades aprovechan las temperaturas de la estación para utilizar sus vehículos de dos ruedas con el fin de dirigirse a sus puestos de trabajo, a las escuelas, hacer ejercicios o simplemente dar un paseo por la ciudad.
Toronto es una de las ciudades canadienses con un mayor flujo de bicicletas sus calles, lo que ha obligado al gobierno de la ciudad a planificar el tránsito y diseñar carriles especiales para los usuarios de tan importante medio de transporte, que armoniza con el medio ambiente debido a que no contribuye con la contaminación del aire.
La reciente revitalización del “Harbour Front” ha creado un espacio ideal para los ciclistas. Un largo carril que se extiende desde el este de la ciudad recorriendo la orilla del Lago Ontario hasta los límites con la ciudad de Mississauga.
Los trillos en los parques forestales también son utilizados por los ciclistas, así como rutas rurales a lo largo de las grandes carreteras para aquellos que desean hacer largos recorridos en bicicletas para respirar el aire de los campos.
A pesar del apiñamiento del tránsito en esta metrópolis, en que los espacios para el estacionamiento escasean, las bicicletas pueden ser aparcadas con facilidad.
Sin embargo, hay conductores de vehículos motorizados que consideran que las bicicletas constituyen un peligro en las vías públicas, debido a que, según afirman, hay ciclistas que no obedecen las reglas y crean obstrucciones en las calles.
Pero también hay ciclistas que se quejan de ciertas imprudencias cometidas por choferes que no respetan el derecho de los usuarios de las vías públicas por los que andan en bicicletas.
Estamos a la altura de Weston Road y Lawrence Ave West, en el trillo que recorre las orillas del Humber River y que se pierde más allá de Dundas y Bloor, al oeste de la ciudad, en espera de los ciclistas que utilizan esta vía para ejercitarse al aire libre.
Una pareja de esposos se acerca. Los identificamos como hispanos: Juan y María Rosa Quiñones. Son de origen paraguayo y llevan más de 10 años residiendo en Toronto.
Les preguntamos con que propósito salen a montar bicicletas. Nos responden: “Desde que éramos novios en Asunción (ciudad capital de Paraguay) nos acostumbramos a pasear en bicicletas. Llegamos a Canadá en época de frío y tuvimos que esperar largos meses para volver a ejercitarnos en las bicis de medio uso que compramos en un “garage Sale”, dijo Juan Quiñones.
“Estas bicicletas nos ayudan mantener el cuerpo en forma y a despejar la mente fuera del bullicio de las calles”, agregó María Rosa.
En otro punto de la ciudad, a la altura de Keele y Lawrence avistamos un complejo deportivo. En la cancha principal, dos equipos jugando softball. Tres jóvenes mujeres arriban en bicicletas. Según nos dijeron, vienen a ese parque todas las tardes para montar al aire libre.
“Vivimos en los alrededores. Solemos recorrer los vecindarios y llegar hasta acá para patear nuestra pelota de futbol”, expresó Teresa Osorio, colombiana, agregando que “el verano se hizo para estar al aire libre. Las bicicletas te dan la oportunidad de recorrer largos trayectos haciendo ejercicios”.
Para Andrés Colmenares las cosas son distintas. Su bicicleta tiene un par de valijas a ambos lados. Le saludamos en nuestro idioma. Nos respondió el saludo y por el acento nos dimos cuenta del país de origen, aunque sólo se identificó como sudamericano. Aprovechamos de inmediato para saber qué hacía en pleno centro de la ciudad.
“Soy mensajero de una empresa de entrega inmediata a domicilio. Me encargo de llevar paquetes ligeros”, respondió, agregando que el transporte en bicicleta es más rápido en el centro debido al apiñamiento del tránsito. “Si no puedo utilizar las calles, me subo a las aceras y evito el cuello de botella. La bicicleta me sirve también para hacer ejercicios”.
En “Harbour Front” el ambiente es distinto. Las bicicletas van en hileras por el nuevo carril designado para tales fines. Hay semáforos especiales para los ciclistas, que obedecen ceremonialmente. Los peatones también obedecen las reglas y caminan por las aceras.
En uno de los estacionamientos para bicicletas aguardamos la llegada de hispanos. Finalmente, Helena y su hija de 10 años Michelle, mexicanas, están aparcando. El motivo de su gira es participar en los espectáculos artísticos del “Harbour Front”, como todos los fines de semana de verano, “y deleitarnos con algunas comidas de muestro país que venden en los quioscos”.
“Venimos desde Queen West y Bathurst. El trayecto es fácil, pues tomamos la acera para evitar el tránsito motorizado. En menos de 20 minutos llegamos a nuestro destino. Es agradable venir en bicicleta y estar a orillas del lago”, agregó, mientras Michelle se distraía contemplando un gigantesco velero que navegaba en el antepuerto.
Se puede decir que, en verano, las bicicletas “florecen” en la ciudad o, en otras palabras, la epidemia de las bicicletas se ha adueñado de las vías públicas de la urbe, en las que los usuarios sacan partida a la temporada, hasta que las arrinconan cuando vuelva el invierno.