EK & RB / TORONTO /
Rebelde, callejero y precoz. El hijo de una empleada doméstica soltera, muy seguro de su identidad con veintidós años de juventud, no tenía espacio para su búsqueda en el Chile sojuzgado por un siniestro sistema político y una economía en ruinas.
Fue en ese contexto que en 1985 Francisco Ibáñez-Carrasco decidió partir. Se las ingenió para obtener un pasaje aéreo a Narita, Japón; una visa y la ilusión del progreso, la utopía del “sueño americano”. La conexión aérea era en Vancouver y ese fue su destino, al avión que iba al Imperio del Sol Naciente lo vio partir por la pista del aeropuerto. La ciudad de la lluvia fue su comienzo solitario con sólo setenta y cinco dólares en el bolsillo.
Nuestro entrevistado de hoy decidió probar suerte con otros muchachos “gays” fuera de Chile. Él fue parte de un exilio político diferente, el exilio homosexual. Fue escapar del apagón cultural y homofóbico que atravesaba Chile. El joven Francisco escuchaba el rumor de que los gringos tenían libertades y derechos humanos que él añoraba. Que en Norteamérica estaba ya muy avanzado el movimiento de liberación LGTBQ.
Francisco nos relata que encontró una ciudad bella pero sórdida y que su ánimo extrovertido lo ayudó a hacerse de amigos y conectar con su experiencia canadiense. Nos cuenta, en forma de recuerdo distante y emotivo, que a los seis meses de su arribo a Vancouver se infectó con HIV. Un virus que devendría en 1991 epidemia en Canadá.
Ha visto morir a compañeros, y amigos. Sentía su propia muerte aproximarse como nunca antes lo había hecho. Creyó imposible sobrevivir. Cuando le preguntamos cómo lo logró -la medicación adecuada no se desarrollaría hasta 1996- nos responde que la infección con HIV gatilló su voz de inmigrante. Tenía la certeza de que debía levantarse todos los días, trabajar en lo que fuese y aprender: “desde un ‘7eleven’ para arriba he hecho de todo”, nos dice – y enviarle dinero a su madre.
Con ese tesón y desafiando al SIDA, se graduó con un doctorado en Educación en “Simon Fraser University” en 1999. En 2015 decantó su experiencia en sus memorias publicadas por “Transgress Press” bajo el título: “Giving It Raw: Nearly 30 Years with AIDS”. (en castellano: Dándolo en Crudo, cerca de 30 Años con SIDA)
Hace más de treinta años que Francisco transita su vida en Canadá. Una experiencia marcada por la búsqueda y el encuentro; el HIV y el tratamiento; la muerte y el regocijo de vivir. Hoy es el Director en educación y entrenamiento y científico social en el “Ontario HIV Treatment Network (OHTN)”, su trabajo incluye la “www.universitieswithotuwalls.ca” y una medición nacional del estigma del VIH. Francisco recibió recientemente el “Red Ribbon Award” de la Asociación Nacional de Investigación del Sida.
Sin perder el buen sentido del humor que notamos desde el comienzo de la entrevista, Francisco nos cuenta que cuando se habla de HIV, no se trata de eliminar riesgos, sino en reducirlos. Hoy, hablamos de que aquellos que viven con VIH y que están en tratamiento constante no transmiten el VIH. Afirma que enseñar es un acto de seducción, y que aprender es confuso y asombroso y no es solo obtener diplomas. “Aprender es respirar” nos dice.
Luego de charlar con el entrevistado nos sentamos en un banco, abrigados por el tímido sol de finales de marzo. Estamos en silencio, intentamos encontrar la palabra adecuada que defina a Francisco. Pronto coincidimos. Brío.