OSCAR VIGIL / TORONTO
La última vez que conversé con el maestro del realismo mágico, el pintor salvadoreño- canadiense Guillermo Martínez Canizales, ya los colores de su paleta mágica se le mezclaban en la mente.
Lúcido, culto, erudito, sus conversaciones siempre fueron un deleite para los amantes del arte. Podía recorrer con sus historias la literatura latinoamericana y mundial sin ningún problema, así como también era capaz de dibujar fácilmente imágenes en la mente de cualquiera de sus interlocutores con enfoques costumbristas, renacentistas o post modernistas.
Sin embargo, su tópico principal siempre fue el realismo mágico, esa, su pasión de toda la vida, que lo convirtió en uno de los íconos de la pintura latinoamericana aquí en Canadá.
“La pintura es una poesía muda, y la poesía es una pintura hablada” me dijo alguna vez, tratando de explicar sus conceptos artísticos en las artes plásticas. Fue a propósito de un homenaje que en el mes de octubre del año 2009 un grupo de amigos le rendimos en las instalaciones del Glendon College, en ocasión de sus 60 años de vida artística.
“A mi edad soy un artista plástico que está plantado en los atrios del bien, soy un hombre, un artista que siento nostalgia por un futuro mejor, un artista comprometido, un trabajador de la cultura que minuto a minuto aprendo más y más y moriré aprendiendo… un artista del Realismo Mágico, que desde tiempos anteriores ha venido visualizando de emoción en emoción con la imaginación y el alma hecha pintura”, dijo al nutrido público que lo homenajeaba en esa ocasión.
Ya antes, en el mes de noviembre del 2004, me había deslumbrado con su forma de pintar la vida, cuando develó la producción más importante de su carrera artística: la elaboración de un mural en canvas con motivo de la Ultima Cena de Jesús, la cual adorna la nave principal de la Iglesia San Juan Bautista ubicada en pleno centro de Toronto.
Con una dimensión de 8 metros de largo por 1.50 de alto, y utilizando la técnica de óleo sobre canva, el maestro Martínez Canizales se consagró en su oficio, aunque ya antes, en 1998, había pintado un mural con la temática de los inmigrantes en los Estados Unidos, que mide 6.5 metros de largo por 1.9 metros de ancho, el cual es exhibido en las oficinas de la organización CRECEN, en Houston.
“Esta pintura de la Ultima Cena de Jesús significa mi obra maestra tanto en pintura como en creatividad, en toda mi trayectoria plástica, pictórica, de creatividad artística”, me confesó, al tiempo que me daba cátedra sobre la corriente pictórica que profesaba: el realismo mágico, “en la cual navego porque me da un sinfín de oportunidades, sin límites”.
Y definitivamente sin límites, porque los colores, las formas, los trazos de su obra llevan al espectador a vivir la magia que la realidad tiene, pues “una cosa importante sobre el realismo mágico, que coordina la magia con la realidad, es que da una oportunidad de escape, una alternativa de escape al público en la vía de la imaginación, a un público que ya está aburrido de tanta sensibilidad convencional, de tanta expresión estética que ya está muy usada por los pintores tradicionales”, me dijo en otra ocasión.
Martínez Canizales, hijo de padres salvadoreños, nació en Guatemala en 1929, y la edad de 14 años, ya radicado en El Salvador, entró a formar parte de la Academia de Dibujo y Pintura Valero Lecha en la capital de país centroamericano, donde aprendió las técnicas del maestro español y junto a quien afinó la percepción de las emociones hasta cumplir los 19 años de edad.
Con una prolífica producción pictórica en su haber, Martínez Canizales dejó El Salvador en la década de 1970 debido a la situación bélica que entonces vivía el país, y se radicó en Panamá para luego hacer de Canadá, y particularmente de Toronto, su residencia definitiva.
Entre las obra más emblemáticas del autor se encuentra la colección de 20 pinturas que realizó en homenaje al poeta Alfredo Espino, de las cuales tres se encuentran en El Salvador, tres en Canadá, y el resto son exhibidas en museos y colecciones privadas en España.
Durante los últimos años, el maestro Canizales padeció varias enfermedades. Primero vivió “un intenso ataque de creatividad que me llevó al hospital”, según explicaba la razón de su operación de corazón abierto, y luego, cáncer, “producto de mi vida bohemia”, como decía con picardía, algo que su esposa, Leticia, asentía pero sin que esto le causara mucha gracia.
En nuestra última conversación, dos días antes de que viajara a El Salvador a finales de Octubre, habló sobre sus dos últimas grandes obras: un homenaje al arzobispo salvadoreño mártir y en camino a los altares, Oscar Arnulfo Romero, y otra al poeta también salvadoreño Roque Dalton, la cual dejó inconclusa.
Nos tomamos un café que duró más de tres horas, porque cada vez que nos despedíamos, se nos atravesaba otra pintura que nos conducía a otros tópicos. Ahí estuvimos junto al poeta dominicano Jose Toribio, recordando anécdotas, hablando de arte, de la vida y también de la muerte, porque este último tópico se había convertido en tema recurrente de Guillermo, tal vez en un intento inconsciente de ganarle la partida.
Conversador locuaz, fue difícil verlo postrado por la vida, confundiendo sus colores, y con la convicción de que viajaba a su país de origen para quedarse ahí definitivamente.
Por lo menos media docena de veces le pregunté si a estas alturas de su vida se sentía satisfecho con todo lo que había hecho en el campo artístico, y siempre evadió una respuesta directa conteniendo su sonrisa. Pero finalmente, seguramente vencido por el cansancio, dijo que como artista siempre iba a estar insatisfecho con su obra, porque pudo haber hecho más, y mejor, y no lo hizo.
No lo dudo, seguramente si el creador le hubiera dado más tiempo, su pincel habría dibujado más y mejores poesías. Sin embargo, tal y como se lo dije esa fresca tarde de otoño, con su vida, y con la obra que hasta ese momento nos había legado, ya se había ganado el derecho a sentarse en el Olimpo a contemplar su arcoíris de colores.
Guillermo Martínez Canizales, el maestro de la pintura del realismo mágico, falleció en San Salvador, El Salvador, el pasado jueves 14 de Noviembre junto a su esposa, Leticia, sus hijos, nietos y amigos.
Algunos de los muchos reconocimientos obtenidos por Guillermo Martínez Canizales:
1946: Primer y Tercer premio en pintura del concurso Categoría Estudiantes llevado a cabo con motivo de la celebración del 400 aniversario de la ciudad de San Salvador.
1950: Segundo Premio en diseño del cartel del Censo de Población de El Salvador
1967: Primer premio en el concurso de diseño de la Estampilla Conmemorativa del Año del Niño en El Salvador
1975: Segundo premio en el concurso de diseño del Cartel para la Feria Internacional de El Salvador de 1975
1981: Premio Único Latinoamericano de Testimonio Periodístico en el Concurso Latinoamericano de Solidaridad entre los Pueblos, en Panamá.
1999: Diploma que lo declara como Ilustre Pintor Salvadoreño y Ciudadano Honorable, por el Concejo Municipal de San Salvador.
2001: Premio Latin American Acchievement Award 2001, en la categoría Mejor Artista Plástico, Toronto, Canadá.
2009: Homenaje a sus 60 años de vida artística en el marco de la celebración del Festival de la Palabra y de la Imagen 2009
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El pintor Guillermo Martínez Canizales en su estudio en Toronto.
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Guillermo Martínez Canizales junto a su obra maestra “La Ultima Cena”
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Pintura “Un rancho y un lucero”
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Pintura “Los pericos pasan”
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