POR OSCAR VIGIL / TORONTO /
Al lugar donde fueres, haz lo que vieres, dice el popular refrán, y eso es lo que los más de un millón de personas de origen latinoamericano que viven en este país están haciendo: adaptándose a la sociedad, a las costumbres y a las leyes, aunque obviamente nunca falta alguna manzana podrida en ningún lado.
Una de esas costumbres típicamente canadiense es la que tienen los granjeros del país de vender sus productos en las entradas de sus propiedades, colocando huevos frescos puestos por gallinas de patio y generalmente alimentadas con productos orgánicos, miel pura de abeja, elotes recién cortados, o cualquier otro tipo de vegetales o frutas, los cuales las personas que pasan por el lugar y están interesadas los toman sin que nadie las vea y depositan el dinero que cuesta cada producto sin que nadie les cobre.
Este es un sistema de venta “self-service” de los granjeros que tiene más de cien años de existir y que está basado en la honradez de los clientes, una honradez que eventualmente alguien podría quebrantar pero que en términos generales se ha mantenido sólida durante décadas a pesar de los avances tecnológicos y de las crisis económicas.
Basta salir de las ciudades hacia cualquier destino en la provincia y en el país, especialmente en esta época de verano en el que prácticamente todo mundo se toma vacaciones, para encontrar a la orilla de las calles rurales o secundarias toda la oferta de productos frescos de granja a precios que no se ven en los supermercados de las ciudades.
Una docena de huevos frescos de gallina puede costar alrededor de cinco dólares, mientras que un litro de miel pura de abeja ronda los 15 dólares. Una docena de elotes recién cortados puede costar diez dólares, y la experiencia de vivir en un país donde los granjeros confían en la honradez de los clientes realmente no tiene precio.