POR GILBERTO ROGEL*/ TORONTO
El derecho al sufragio, o mejor conocido como el derecho a votar, es quizás una de las conquistas más importantes de la humanidad en los últimos siglos; sin embargo, hasta la fecha en muchas de nuestras sociedades algunas personas no le dan la importancia debida.
Quisiera comenzar esta reflexión citando el caso más cercano y personalmente el más interesante, como es el caso en Canadá. En la última elección para elegir a los representantes al Parlamento federal en septiembre del año anterior, votó aproximadamente el 62 por ciento de la población registrada, una de las elecciones con mayor participación en las últimas décadas, la cual queda bastante abajo de ciertos países de nuestra región Latinoamericana.
Cabe mencionar que para votar en Canadá únicamente lo pueden hacer los ciudadanos mayores de 18 años, pese a que una gran porción de la población se encuentra en la categoría de Residentes Permanentes, o sea aquellas personas que viven legalmente en el país, pero no pueden ejercer algunos derechos importantes, particularmente el derecho al voto. Un debate interesante está comenzando a activarse en el sentido que muchas personas consideran que toda aquella persona que viva legalmente en cualquier ciudad del país debería poder votar, en vista que paga impuestos y desde ya forma parte de esta sociedad.
Otro de los elementos interesantes en este debate es que por ejemplo las y los canadienses por muchos años han sido muy reacios a participar en los procesos electorales. Pero parece que esta dinámica ha comenzado a cambiar lentamente en las últimas dos décadas cuando hemos visto una mayor participación. Esto podría ser el resultado del aparecimiento de figuras políticas muy polarizantes, un caso muy concreto el Premier conservador de la provincia de Ontario, Doug Ford.
Sin discusión el Premier Ford es un personaje polarizante y controvertido. Desde su llegada al poder hace 4 años, cuando logró un gobierno mayoritario y vapuleó al partido Liberal, dejándolo literalmente en el suelo, estableció una política de recortes en la mayoría de los beneficios sociales creados décadas atrás. Muchos expertos vaticinaron que el Premier tenía los días contados y que iba rumbo al precipicio político. Nada cercano a la realidad, nadie previó una situación que pondría todo de cabeza, la llegada COVID.
Curiosamente, y quizás más por casualidad que por entendimiento, el político derechista logró manejar la pandemia con mucha habilidad y aplomo. Dejó en manos de los expertos en salud el manejo de la emergencia y tomó las medidas políticas y económicas correctas. Como resultado, en los últimos meses mucha de la población votante de la provincia lo ve como el inminente ganador de las elecciones a realizarse en pocas semanas, pese a que su mandato ha estado marcado por muchas decisiones impopulares y más bien designadas a beneficiar a su círculo de amigos cercanos.
Como puede verse, en materia política-electoral nada está escrito en piedra, y muchas veces el populismo, el miedo al cambio y el caudillismo establecen las líneas de acción de cada elección. Y es acá en donde llegamos al caso de los países latinoamericanos. En estos días en la región se realizan interesantes y delicados eventos electorales. Quizás el más llamativo es el caso de Colombia, en donde el llamado Uribismo (es decir la ultraderecha empresarial y militar) está haciendo hasta lo imposible porque el exguerrillero y senador Gustavo Petro no llegue a la presidencia de la república.
Desde fuera es evidente que la polarización y la utilización de los fantasmas del pasado vuelven a ser instrumentos políticos para sembrar miedo entre la población. Para algunos colombianos con los que he conversado en días pasados, la llegada de Petro al Palacio de Nariño es casi segura, pero por un lado temen que la derecha haga cualquier cosa para impedirlo; mientras otros, por su lado desconfían de la capacidad de Petro para gobernar, en vista de su récord de acciones intempestivas adoptadas en su tiempo como alcalde de la capital Bogotá.
Es claro que los procesos para elegir a nuestros servidores públicos son complicados y merecen mucha atención y seguimiento. Elegir un presidente, un alcalde o un diputado debería ser una acción meditada y bien pensada, sin embargo todavía hay muchos intereses en juego que no permiten que la población se manifieste con libertad. El momento es oportuno para que en especial las y los colombianos hagan valer sus derechos y elijan un candidato que realmente pueda sacar al país adelante y establezca acciones en el futuro cercano que lo pongan en el camino del desarrollo, como lo anhelan miles de ciudadanos.
*Gilberto Rogel es un periodista de origen salvadoreño radicado en Toronto, quien se especializa en temas de libertad de expresión en América Latina.
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