POR GILBERTO ROGEL* TORONTO/
Al igual que está ocurriendo en muchos países latinoamericanos, la izquierda salvadoreña del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) no ha sido la excepción y ha sufrido la más humillante derrota desde su creación como partido político, ante la aplastante victoria del partido encabezado por el presidente de la república, quien pese a su populismo, autoritarismo y desprecio hacia los valores democráticos logró capitalizar el desencanto de la población en general y agenciarse un triunfo pocas veces visto.
Los datos preliminares apuntan a un panorama aterrador y sombrío para el FMLN, organización guerrillera que hizo la guerra y obligó a un gobierno conservador-empresarial a sentarse en una mesa de negociación y que pese a mucho escepticismo pactó hace casi tres décadas el fin del conflicto armado. Según esta proyección, los votantes enojados- frustrados- decepcionados con el trabajo de la izquierda en sus 10 años en la presidencia de la república, lo han refundido en el sótano de la esfera partidista en el cual sus pocos diputados serán irrelevantes frente a un grupo parlamentario apegado al gobierno que tendrá luz verde para todos planes.
Cabe recordar que el FMLN, aquella agrupación política que durante más de 30 años abanderó las principales demandas sociales y políticas de la población más pobre y marginada, consiguió lo que muchos no han podido: llegar a la presidencia de la república en dos ocasiones consecutivas (2009-2019). Pero paulatinamente y, como siguiendo un manual político al revés, muchos de sus cuadros dirigenciales se fueron distanciando de sus principios ideológicos lo que devino en que muchos de ellos (ahora convertidos en empresarios), comenzando por el primero de sus expresidentes, abrazaron las mieles del sistema al volverse fanáticos de los licores caros, zapatos de diseñadores, vuelos privados, vacaciones pagadas con fondos públicos, y muchas más, todo aquello que la población común y corriente no perdonó.
Una interpretación preliminar apunta a que el partido de izquierda, que hasta hace poco tiempo representaba las esperanzas de millones de salvadoreños pobres y marginados, en cada elección se ha ido alejando de sus bases tradicionales y perdiendo el arraigue con los votantes, y como lo atestiguan muchas investigaciones periodísticas, estos votantes optaron por no ir a los centros de votación. Mientras tanto muchos tomaron otro camino e hicieron lo impensable, cambiaron el color de la camiseta y ahora son fieles defensores del presidente Nayib Bukele, un personaje que ridiculiza humilla y menosprecia a todo aquel, especialmente la prensa crítica, que tiene la osadía de ponerse en su camino o demandar rendición de cuentas, una de las bases de la democracia.
Y como si todas estas luces rojas encendidas por mucho tiempo en la cabina de mando de la izquierda salvadoreña no fueran suficientes para indicarles que la nave venía en caída libre, la dirigencia del FMLN prefirió desoír el clamor popular y creer que el electorado perdonaría muchas de las metidas de patas o de los errores cometidos por muchos de sus dirigentes y les daría otra oportunidad.
Lo cierto es que esto no pasó y la elección de este 28 de Febrero marcará un parteaguas en la cultura política salvadoreña porque el Presidente “más cool de la región”, quien violando todas las leyes electorales utilizó todos los recursos del estado para controlar y determinar el tipo de campaña proselitista, al igual que desplazar a sus oponentes, tendrá más de tres años para controlar los dos principales órganos del estado (el Ejecutivo y el Legislativo), al tiempo que tendrá la incidencia necesaria en la elección de un tercio de los integrantes del máximo tribunal de justicia del país, lo que significa que se agenciara el poder político casi total del país.
En resumidas cuentas, Nayib Bukele y su partido Nuevas Ideas han logrado una hazaña histórica. En primer lugar, se han deshecho de las dos principales fuerzas políticas que hicieron la guerra y que firmaron la paz, y en segundo lugar podrán gobernar fácilmente como otros presidentes de región sin importarles negociar con los partidos de oposición o buscar consensos en beneficio de la población en general, una situación que para muchas expertos presagian una especie de dictadura, únicamente que en esta ocasión arropada por unas elecciones en donde el mandatario determinó las reglas del juego. Además, ser jugador, parece una copia mejorada y aumentada de otros líderes menos populares en la región.
Y como me comentaba un amigo hace unas cuantas horas, es difícil entender a ciencia cierta cómo piensan y deciden los electores en la mayoría de nuestros países latinoamericano, pero algo que sí es cierto es que nuestros pueblos pocas veces se equivocan, aunque cometan cada barrabasada… bueno él utilizó otra palabra más conocida y folclórica difícil de reproducir en un medio de comunicación.
*Gilberto Rogel es un periodista de origen salvadoreño radicado en Toronto, quien se especializa en temas de libertad de expresión en América Latina