POR GILBERTO ROGEL / TORONTO /
Por más que he tratado de entender no me cabe en la cabeza cómo millones de personas en Canadá y alrededor del mundo siguen aferrados al arcaico concepto de la monarquía, y más hoy que nunca luego del ascenso al trono británico del Rey Charles, un personaje mal visto por su pasado amoroso y quien en su entera vida lo único que ha hecho es esperar este momento por herencia y derecho divino.
Más llamativa fue la extensa y minuciosa cobertura mediática de las grandes cadenas noticiosas canadienses, quienes invirtieron miles de dólares para traernos todos los detalles de esta coronación, la que fue una muestra evidente de los vestigios del pasado colonialista británico, al cual muchas personas siguen aferradas creyendo que todavía viven en el siglo pasado.
Y es precisamente en este punto en que debemos mirar nuestra propia realidad y prepararnos para el futuro y dejar atrás los resabios de este pasado colonialista. Por ejemplo, en días pasados Estadísticas Canadá, una entidad oficial no partidista, informó que según sus proyecciones para el próximo año Canadá alcanzará la cifra de 40 millones de habitantes.
Por increíble que parezca es cierto. El segundo país más grande del planeta, solo detrás de Rusia, el otro reino dominado por el camarada Vladimir, apenas llegará a los 40 millones de habitantes, una cifra que en términos relativos es pequeña si se compara por ejemplo con algunos países de Latinoamérica como México, Brasil o Argentina.
Como lo hemos explicado en varias entregas anteriores, este es uno de los temas más difíciles que deben afrontar las autoridades políticas canadienses. Cada día cientos de personas arriban a estas tierras en búsqueda de un sueño; sin embargo, a la fecha persisten muchas trabas burocráticas que imposibilitan que estos inmigrantes se incorporen a la vida productiva del país y a la vez se identifiquen con su nueva sociedad.
Cuando lleguemos a esta cifra, que será en gran medida gracias al influjo de los nuevos inmigrantes, también será el momento para que las comunidades étnicas asuman nuevos roles ayudando a los nuevos residentes a entender el funcionamiento de las instituciones políticas-democráticas, y así que los partidos políticos y sus representantes nos vean como interlocutores necesarios, y no como rellenos en las fotos de los festivales de verano.
Y como el esperado verano está a la vuelta de la esquina, es más productivo dejar que el Rey Charles y la tragicomedia a su alrededor continúe sin pena ni gloria. Lo mejor es enfocarnos en ver cómo nuestros propios líderes políticos se empeñan en hacernos creer quien es más democrático y transparente, contra quien es más autoritario y antidemocrático, en otras palabras quién se parece más a Donald Trump y por lo tanto no encaja en el imaginario canadiense.