El México de Lopez Obrador, entre la desinformación y la defensa del derecho de expresión

POR GILBERTO ROGEL / TORONTO /

Andrés Manuel López Obrador, el primer presidente de línea centroizquierda que quiere transformar de raíz a la sociedad mexicana con sermones (o lectures como diríamos en inglés) sobre historia y nacionalismo, olvida que el mundo cambia a cada segundo mientras la población demanda resultados concretos y no berrinches confrontativos o públicos bochornos como el mandatario ha dictado la tónica en los últimos tiempos.

De entrada quiero decir que México merece mis respetos por su riqueza cultural y por los avances alcanzados en muchas áreas del conocimiento universal, pero con esa misma convicción no logro entender cómo el primer gobierno del partido MORENA, democráticamente elegido por el clamor de millones de mexicanos cansados de décadas de abusos, atropellos, violaciones y discriminaciones, no logra descifrar los signos de los tiempos y se enfrasca en peleas y polémicas innecesarias, principalmente contra la prensa, a tal punto de acusar a la mayoría de comunicadores de responder a los intereses de la tradicional élite política mexicana.

Algunas de mis amigas y amigos mexicanos me dirán que criticar al popular AMLO y su partido es una tarea muy fácil cuando estás afuera y cuando no eres de ahí; sin embargo, no lo es si uno pretende hacer un análisis serio y profesional. Por ello debo reconocer que una de las principales habilidades de Lopez Obrador ha sido establecer las condiciones mínimas para el ejercicio de la rendición de cuentas y la transparencia gubernamental, aspectos que me atrevería a pensar la nación azteca no ha gozado en más de 100 años de vida política.

En sus casi tres años en el poder, Lopez Obrador ha logrado mantener un índice de aprobación bastante elevado sobre todo entre los sectores marginados, algo que ninguno de sus antecesores pudo alcanzar, y me atreveré a pensar que esto se debe en parte a ser el primer líder político en América y quizás en el mundo en someterse cada mañana de lunes a viernes, por más de dos horas, al duro escrutinio de las y los periodistas y responder, literalmente, a cualquier tipo de pregunta. Me gustaría ver a algunos otros presidentes del continente que se jactan de ser democráticos de pasar por un ejercicio de este tipo durante una semana completa. Sin duda conoceríamos mucho más sobre la forma en que se hace política en nuestros países.

Bueno, pero de regreso a AMLO, es precisamente con este esfuerzo de rendición de cuentas con sus famosas mañaneras que el mandatario busca contrarrestar “a calumnias, mentiras, alarmas, noticias falsas”, por ello regaña y sermonea a diestra y siniestra, y han sido las y los periodistas los que casi siempre pagan los platos rotos, ya que el mandatario que un tiempo se vanaglorió de ser un libro abierto para la prensa, hoy por hoy no duda ni un segundo para generar una fuerte tensión con la prensa y provocar entre la población un marcado menosprecio hacia el trabajo de las y los comunicadores.

En este marco, es bueno traer a cuenta un comentario efectuado por un columnista mexicano al señalar que “el presidente ataca a la prensa porque puede”. En otras palabras, lo hace porque utiliza, o mejor dicho, abusa de sus facultades y porque nadie se atreverá a ser descuartizado en público, lo que es un ejemplo calcado del manual que diseñó el ex presidente Donald Trump y que hoy repiten al pie de la letra otros mandatarios de la región, como el populista Presidente salvadoreño Nayib Bukele, que en su afán por acallar las críticas de los medios imparciales apelan al sentimiento de nacionalismo y al resentimiento popular contra las elites que controlaron el poder político por generaciones.

Creo firmemente que AMLO en su mitad de administración ha logrado avances nunca vistos en este país, pero al mismo tiempo sigo creyendo que el mandatario se victimiza para poder mantener a flote su discurso y de esta manera busca eliminar o desmeritar el trabajo de escudriñamiento y transparencia que la prensa independiente viene demandando.

En definitiva, estoy seguro que el futuro para las y los comunicadores mexicanos cada día se vuelve más complicado ya que ejercer el periodismo en este país ha sido calificado como uno de los más riesgosos en el planeta, una situación que el mismo mandatario ve desde otra óptica o minimiza por obvias razones políticas, pese a las decenas de violaciones y atropellos que estos sufren a diario por parte de los entes del estado y por otras instancia, como los poderosos y peligroso grupos armados vinculados al tráfico de drogas. Es por ello por lo que Manuel Andres Lopez Obrador parece que no ha entendido que nuestras sociedades giran a una velocidad increíble y que aquel político o aspirante a estadista debería entender y tomar las acciones necesarias para ser recordado por sus logros y no por sus sermones o berrinches.