El COVID-19 y el populismo, dos plagas que presagian un futuro nada halagador para América Latina

POR GILBERTO ROGEL* / TORONTO /

El 2021 no fue un buen año para la democracia en América Latina. Por un lado, más pseudo líderes populistas han emergido, mientras por otro, algunos bastiones de concertación y avance político pierden sus espacios y se acercan a su desaparición, lo que ilustra de mejor manera como se da este sube y baja político con resultados nada prometedores.

Por ejemplo, basta con mencionar ciertos ejemplos que destacan por sí solo. Por un lado, Andrés Manuel López Obrador, en contra de muchos pronósticos y de todo a su contra, llega a su tercer año al frente del gobierno mexicano con un amplio apoyo popular. Luis Inacio Lula Da Silva, después de salir de la cárcel, quiere volver a ser presidente de Brasil y todo indica que lo logrará siempre y cuando capitalice el desastre político y social que está produciendo el presidente Bolsonaro. Muy cerca, los partidos tradicionales del centro político de Chile pierden su histórico lugar de privilegio frente a la extrema derecha y la izquierda estudiantil.

En el centro del continente, dos políticos muy parecidos, ambos enfermizos con el poder-absoluto y con tintes de aprendices de dictadores, dominan el escenario en Centroamérica; pero a la vez, también surge una luz de esperanza (con cara de mujer) que comienza a brillar en Honduras y presagia que quizás haya alguna salida a la eterna crisis de este país plagado por el narcotráfico, la corrupción y el clientelismo. Y para rematar, el COVID-19 parece que nunca pasó por la región o quizás fue solamente una especie de susto que causó alarma y pánico social, pese a reportes extraoficiales que hablan de miles de muertos que nunca llegaron a los informes gubernamentales.

Debo admitir que toda comparación en términos desiguales es injusta e incorrecta. Pero igualmente quiero traer a cuenta que en este tópico de la emergencia sanitaria mundial, a diferencia del manejo político-partidista en ciertos países del sur, las y los que vivimos en Canadá estamos claros que la emergencia del COVID-19 y sus variantes sigue vigente. Sabemos que el virus no ha sido erradicado pese a que cerca del 90 por ciento de la población en general está vacunada, y que si seguimos las indicaciones de los profesionales esta será superada en un futuro cercano. En otras palabras, estamos claros que el criterio médico-científico prevalece sobre el populismo y la politiquería barata.

Como puede verse, año tras año el fenómeno del populismo se repite con diferentes matices en la región latinoamericana y en ocasiones gana terreno valioso. Por un lado destaca Lopez Obrador como la figura que acuerpada por millones de mexicanos ha podido darle un nuevo rostro a este país y ha podido elevar el nivel de vida de millones de personas pobres y marginadas del desarrollo. Cosa curiosa, el mismo Lopez Obrador es uno de los políticos que arremete contra el escrutinio de la prensa y provoca que muchos de los logros de su gobierno queden relegados a un segundo plano o pasen desapercibidos en el ambiente internacional.

Pero en mi opinión personal, los fenómenos que se están dando en Nicaragua y El Salvador ilustran de mejor manera cómo las ansias de poder de dos figuras muy emblemáticas – dos políticos con un arrastre popular impresionante- pueden llevar a millones de personas a olvidarse de los logros de valiosos procesos sociales e históricos.

Uno de estos líderes, el presidente salvadoreño, ha sido tan hábil que ha logrado inculcar en la mente de muchas personas que los nuevos tiempos serán mejores (los años de su gobierno), únicamente al ampararse en el manejo estratégico de las redes sociales sin siquiera presentar argumentos viables que respalden sus supuestos logros.

Es este mismo mandatario quien con una apariencia muy juvenil y fresca (cool) ha desmoronado desde sus inicios el sistema político del país, removiendo a los jueces del principal tribunal constitucional, copando la Asamblea Legislativa y teniendo el control casi personal de todo el gobierno. En pocas palabras, un gobernante que puede hacer lo que se le antoje sin necesidad de buscar consensos; y lo peor, manejar los tres poderes del país para satisfacer sus caprichos de revanchismo personal contra todo aquel que se interponga contra sus designios casi divinos.

Es claro que el COVID-19 dejará daños inmedibles en nuestros países latinoamericanos, pero lo que más asusta es que el fenómeno del populismo no desaparecerá de la noche a la mañana, porque cada día gana más terreno y parece ser que muchas personas comienzan a acostumbrarse y a enamorarse de el, sin importar los efectos negativos en nuestras nacientes democracias.

*Gilberto Rogel es un periodista de origen salvadoreño radicado en Toronto, quien se especializa en temas de libertad de expresión en América Latina.