POR GILBERTO ROGEL* / TORONTO
Como dice un buen amigo: “En verdad alguien conoce un país en donde exista una sociedad comunista al 100 por ciento?” Yo personalmente no. ¿Y usted amigo lector, qué piensa?
El tema cobra más relevancia en la actualidad en nuestras sociedades latinoamericanas donde el fatal virus del COVID-19 sigue golpeando con mucha fuerza como resultado evidente de la improvisación, la corrupción estatal y la ineptitud de muchos de nuestros gobernantes para manejar la crisis, lo cual viene a desnudar la desigualdad entre los sectores más pobres y aquellos que tienen el control político, y principalmente el control económico.
Resulta detestable y oprobioso cómo muchos gobernantes de nuestros países han utilizado la crisis de salud para jugar con la vida de millones de personas pobres, a quienes sus respectivos estados les han violentado uno de los principales derechos humanos: el derecho a una pronta y adecuada atención médica.
¿Será que pedir que cada estado responda a sus ciudadanos con políticas públicas correctas, como suficientes camas, personal médico especializado, adecuada infraestructura médica y medicinas, es pedir demasiado o es soñar con un sistema político irreal que solo existe en la mente de algunos idealistas?
Bueno, aterricemos a la realidad. Pedir todo lo anterior no es soñar, es simplemente cuestión de poner al ser humano como prioridad, no es imposible que todas las niñas y los niños tengan acceso a una educación primaria básica, que todo mundo pueda contar con agua potable y que las nuevas generaciones puedan disfrutar de un medio ambiente más limpio y sostenible. ¿A usted le suena que esto es irrealizable? La verdad es que tengo la certeza que coincidiremos que sí es posible.
Pero ojo, algunas personas en muchos de nuestros países siguen creyendo que pedir todo esto es llamar al mismo diablo en persona. Bueno, en otras palabras ¡es llamar al comunismo! Ups… o sea, es pensar que los comunistas van a llegar a nuestros países y se llevarán a nuestros niños y niñas y las convertirán en pastillas de jabón, en que el estado le hará un lavado de cerebro a todos sus habitantes y nos convertirán en zombies, y será el mismo estado y sus representantes quienes decidirán qué es lo que es mejor para nosotros, y no se diga le prohibirá tener acceso a sus redes sociales. ¡No, por favor no nos toque nuestro Facebook!
Por chistoso, caricaturesco y fuera de tiempo que parezca, otra vez el trillado recurso del miedo al comunismo volvió a ser el arma favorita de la derecha política y económica de algunos de nuestros países. En meses atrás lo vimos disimuladamente las elecciones en Ecuador, y más recientemente en las elecciones en Perú, en donde grupos de la derecha política vociferaban que votar por la opción de la izquierda era dar un voto por el comunismo.
Precisamente han sido estos mismos grupos económicos poderosos los que siempre se han beneficiado de los recursos del estado y que ahora ven que sus privilegios se pueden evaporar ante un cambio de gobierno. Curiosamente, y como caso ejemplar, Perú llama la atención porque durante los últimos 30 años ha vivido un repunte económico producto de las nefastas políticas neoliberales, que impuso a fuerza de la bota y el fusil nada más y nada menos que el dictador Albero Fujimori, hoy preso por múltiples violaciones a los derechos humanos.
Es en este mismo Perú, que con el crecimiento económico de las últimas 3 décadas fue retratado por los organismos financieros internacionales como el nuevo modelo a seguir en Latinoamérica, en donde la desigualdad social es abismal y donde usted puede encontrar a al menos 6 personas que están en el selecto grupo de las y los billonarios de la región, mientras millones de personas no cuentan con las condiciones mínimas para vivir con dignidad. Esto es inhumano.
Y pese a la millonaria campaña de miedo y desinformación financiada por los grandes grupos económicos, millones de peruanas y peruanos eligieron al exprofesor y dirigente sindical Pedro Castillo como su nuevo presidente. Decidieron dar un giro de 180 grados y probar con una opción política distinta, la cual promete poner al ser humano como figura principal de la labor del estado.
En resumidas cuentas, podemos decir que una vez más las derechas económicas se equivocaron, porque las y los votantes ya no le tienen miedo al comunismo y sus historias desgastadas, sino que ahora demandan acciones concretas que les devuelva su dignidad y les construya un futuro más esperanzador sin falacias como ha sido en el pasado.
*Gilberto Rogel es un periodista de origen salvadoreño radicado en Toronto, quien se especializa en temas políticos y de libertad de expresión en América Latina.