POR GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ* / MEXICO /
No son pocos los periodistas e intelectuales, algunos de ellos radicados en Estados Unidos, que critican severamente a los latinoamericanos, y particularmente a quienes en política se identifican con lo que tradicionalmente se califica como ‘izquierda’, por responsabilizar a Estados Unidos -según ellos con demasiada rapidez y harta frecuencia- por todos los problemas y males que sufren sus países. Y efectivamente no puede culparse a las autoridades estadounidenses de todos los males que padecen las naciones latinoamericanas, porque las propias élites políticas y económicas de la región cargan con una alta responsabilidad por dichos problemas: altísimas tasas de desempleo, índices de pobreza escalofriantes, violencia imparable y siempre al alza, permanente crisis de gobernabilidad.
Sin embargo, ante las protestas que estallaron en Ecuador hace varias semanas en rechazo al alza de los combustibles y en los precios de los alimentos y otros productos de primera necesidad, resulta inevitable no asociarlas con la manía estadounidense de sancionar y prohibir el comercio a escala global a aquellos países que considera sus enemigos, una amenaza o que simplemente contradicen sus deseos imperiales.
Los movimientos sociales ecuatorianos, encabezados por la combativa Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) paralizaron el país para exigir al gobierno encabezado por el banquero Guillermo Lasso la reducción del precio del Diesel y la gasolina, mejorar los precios de los productos agrícolas, incrementar el presupuesto para salud y educación, poner un alto a la expansión de la frontera extractiva de petróleos y de la minería. También exigieron al mandatario que desista de sus intenciones de vender o concesionar a empresarios privados las refinerías y la empresa de telecomunicaciones actualmente propiedad del Estado, es decir, de todas las y los ecuatorianos. El año pasado, Lasso también expresó sus intenciones privatizar hasta las carreteras, siguiendo un camino que solo lleva a más pobreza y desempleo y a una mayor inequidad social y económica, como bien quedó comprobado en Chile y otras naciones latinoamericanas. La ola neoliberal ha tenido efectos de maremoto al destruir la delgada protección social a la que podían recurrir los menos favorecidos, y Lasso pareciera empeñado en cometer el mismo error. De ahí la indignación popular que paralizó al país andino.
Comunicadores y analistas identificados con el oficialismo, lo mismo que funcionarios del gobierno ecuatoriano, han repetido como loros el mensaje que se ha difundido desde Washington para todo el planeta: el alza y la carestía de los combustibles es culpa del presidente ruso, Vladimir Putin y la guerra que emprendió contra Ucrania. Seguramente el argumento tendrá alguna validez, pero los países latinoamericanos no tendrían por qué estar sufriendo las consecuencias de ese lejano conflicto bélico.
Venezuela, lo mismo que el propio Ecuador, son países productores y exportadores de petróleo. Sin embargo, la producción venezolana prácticamente se redujo de millón y medio de barriles diarios a… sólo unas cuantas gotas. Y todo gracias a la mano pachona de las sanciones estadounidenses, que no solo asfixió la economía de los venezolanos sino que ha amenazado con estrangular a todo país o empresa que se atreva a cometer el pecado de comprar o transportar el oro negro producido en Venezuela.
Vale la pena refrescar la memoria y recordar los esfuerzos realizados por el fallecido presidente Hugo Chávez para suministrar petróleo a precios preferenciales a los países latinoamericanos más pequeños y empobrecidos: Nicaragua, Honduras, Cuba, Haití, y otras naciones del Caribe. Esta medida, que sólo podría ser calificada como una generosa muestra de hermandad latinoamericana y un claro ejemplo de libre comercio, indignó tanto a los gobernantes estadounidenses que hicieron todo lo que estuvo a su alcance para sabotearla y paralizarla. Para Honduras, la osadía de querer comprar petróleo más barato a la Venezuela chavista resultó tan cara que el bien entrenado ejército hondureño no dudo en enviar al entonces presidente Manuel Zelaya, en pijamas, hasta la vecina Costa Rica, con tal de impedirlo.
Efectivamente el alza de los combustibles tiene que ver con la guerra entre los hermanos eslavos de Rusia y Ucrania. Pero otro factor igualmente determinante son las crueles sanciones con las que Estados Unidos y la Unión Europea han estado torturando al pueblo venezolano al impedirle comercializar su petróleo. Que dichas sanciones pretendían promover la democracia y los derechos humanos ha quedado como una falacia. Ahora que estadounidenses y europeos están siendo afectados por la carestía del gas y del petróleo, comenzaron a dar los primeros pasos para que se reactive la producción venezolana. Y con ello también se puso en evidencia, una vez más, que a los gobernantes estadounidenses, como a los europeos, lo único que les preocupa son sus propios intereses. Por eso el pueblo ecuatoriano deberá seguir luchando por suyos y sus derechos; y lo mismo deben hacer las otras naciones latinoamericanas.
*Guillermo Fernández Ampié es un periodista nicaragüense con doctorado en Estudios Latinoamericanos, quien actualmente es catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).