FRANCISCO REYES / TORONTO /
El pasado lunes 3 de agosto, cuando se celebró el “Civic Holiday” en Ontario, amaneció con nubes ocasionales, pero a la una y media de la tarde iniciamos un paseo en el Nathan Phillips Square, frente a la alcaldía de Toronto, donde encontramos a un grupo de estudiantes de color que realizaba una protesta del movimiento “Black Lives Matter”, en la que no identificamos ningún hispano-latinoamericano.
La plaza, que durante los feriados de verano suele tener alguna presentación artística del multiculturalismo, estaba literalmente vacía. La ausencia de actividades masivas es el resultado de la pandemia del COVID1-19 que obligó a decretar el estado de emergencia de Canadá el pasado 17 de marzo, aunque la vida de la ciudad ha ido recobrándose con lentitud.
Continuamos la ruta y desembocamos en Dundas Square, centro de actividades artísticas constantes los fines de semana del verano. También estaba desolada. El cruce de personas en todas las direcciones en la intersección con Yonge St, la calle que divide a la ciudad en este y oeste, se veía reducida a un 20% de lo normal.
Tomamos rumbo sur sobre Yonge St para llegar a Front St. Apenas algunos vehículos transitaban, no tanto por ser lunes feriado, sino por la pandemia. El silencio era notorio, a tal extremo, que a pocos pasos de la esquina con Adelaide St un hombre con trastornos mentales lanzaba insultos al aire que evocaban los “perros que ladran a la luna” porque los escasos transeúntes eran indiferentes a sus quejas.
Al parecer, la pandemia también ha afectado la vida de los trastornados mentales que deambulan por las calles de la ciudad, sin entender que se trata de una crisis de salud colectiva causada por el Coronavirus.
En la intersección con Richmont St la soledad era espantosa. Ni gente ni vehículos, mirando hacia el oeste en la dirección de Bay St. Doblamos en la esquina con Front St, donde se encuentra el Salón de la Fama del Hockey, deporte nacional de Canadá. Solo las esculturas de cinco jugadores de ese deporte, como si estuvieran recostados del murillo de separación entre la bancada y el hielo de la cancha, nos recibieron sin saludarnos. El edificio permanece cerrado hasta nuevo aviso.
Antes de llegar a Bay St, el edificio de Union Station se notaba solitario, con la CN Tower erguida al fondo. Avanzamos hacia el sur, por debajo de Gardiner Express Way. Atravesamos Queens Quay para llegar al Harbour Front donde el movimiento de personas era escaso.
A la altura del Harbour Front Centre había más vida. Los restaurantes, con mesas bien distanciadas, alojaban en sus patios a los clientes, muchos de ellos sin mascarillas. Pero el tradicional escenario artístico del lugar solo tenía sillas dispersas, lo que indicaban la ausencia de espectáculos. Los quioscos de los vendedores habían desaparecido. La nostalgia se apoderó del vacío interior.
Las grandes naves de los “tours” con discotecas y bares por las aguas del Lago Ontario permanecían ancladas. Tan solo pequeñas embarcaciones del “taxi-water” zarpaban hacia La Isla. En La Marina, lanchas y yates atados en los atracaderos, sin la presencia de sus dueños y amigos que suelen acompañarlos para disfrutar del verano en la cubierta.
Hicimos el giro contrario, sur-norte, sobre Lower Sincoe St y subimos las escalinatas que llevan al Museo de Locomotoras de Toronto. En el mismo feriado del año pasado lo habíamos visitado por primera vez, pero este lunes solo pudimos ver unas cinco personas observando las piezas de antigüedades. Aprovechamos para contemplar de cerca una de las primeras locomotoras de Canadá con ruedas de manivelas movidas a vapor.
Cruzamos Bremner Blvd y nos sorprendió una larga filas de adultos y niños aguardando entrar al Repley’s Aquarium de Canadá. El Rogers Centre, el estadio de los Blue Jays, sin actividades deportivas. Frente a CN Tower, ausencia de fila para escalar la vertiginosa altura o elevarse en el raudo ascensor.
De nuevo en Front St, varias cuadras al oeste de Union Station, internándonos por John Street, en el Distrito de Entretenimiento de la ciudad. Ninguna actividad en el Metro Hall. Los patios de los restaurantes, algunos improvisados para reactivar la economía en tiempo de pandemia, no estaban a casa llena como en años anteriores. En la esquina con King Street, el Princess of Wales Theatre no daba señales de presentaciones futuras.
Regresamos sobre Queen St a la Estación de Osgoode, en la esquina con University Ave, donde habíamos iniciado nuestro recorrido de tres horas y media. Alrededor de las 4:30 de la tarde arribamos a la Estación Sheppard West, con señales de aguacero asomando por el oeste. Abordamos el autobús de la Ruta 84 hasta Jane St, con la lluvia desgranada a raudales, la mayor de este verano en la ciudad principal de Canadá.
Es sorprendente que durante el recorrido no cruzamos palabras con nadie, ni encontramos un solo hispano-latinoamericano en la ruta. La única comunicación posible fue entre nuestros ojos y todo lo que contemplamos. La pandemia también nos ha cortado el diálogo detrás de una mascarilla.