POR GILBERTO ROGEL* / TORONTO /
Parece fácil, pero no lo es, el COVID-19 llegó a nuestras vidas por sorpresa y llegó para quedarse por mucho tiempo, hay que admitirlo de una vez. A dos años de haberse dado la alarma mundial del aparecimiento de este virus en tierras chinas, los efectos han sido devastadores en todo nivel. Millones de personas han sido contagiadas o muertas en literalmente todo el mundo, mientras todavía no podemos decir que lo hemos superado.
Es duro mirar para atrás y hacer un recuento de lo que ha pasado en nuestras vidas en estos 731 días. Lo más duro es tratar de asimilar que muchos de nuestros seres queridos, familiares, amigos, compañeros de trabajo, vecinos o simplemente conocidos sucumbieron ante los múltiples y desconocidos efectos del mortal virus.
Dos años atrás platicaba con un amigo experto en microbiología y con certeza científica me decía, “esto no lo van a poder parar, es como agarrar agua con las manos, simplemente es imposible”. Y así fue. En pocos días las noticias daban cuenta del aparecimiento de casos en casi cualquier lugar del planeta y a pocas horas después, el virus había llegado a Toronto.
Recuerdo ese momento con claridad porque fue un vecino, empleado de un hospital del centro de Toronto, quien con preocupación y ansiedad me preguntó: “Ya supo la noticia, acaban de detectar el primer caso en la ciudad y parece que hay más”. Como era de esperarse los casos se multiplicaron en cuestión de días.
El virus no ha desaparecido desde esa fecha, por el contrario ha causado miles de muertos en Canadá y millones alrededor del mundo; también ha contagiado a una cantidad nunca vista; afectado la salud mental de otros, y provocado efectos inmedibles en muchas esferas de nuestra vida diaria. Nuestras rutinas de trabajo han cambiado y las dinámicas laborales de hace 2 años ahora son totalmente diferentes, y todavía no sabemos con certeza cómo estas serán a corto o mediano plazo.
Cuesta creer que luego de estos 731 días de agonía y desesperanza todavía muchas personas siguen creyendo que el virus es un invento de un grupo de voraces billonarios que quieren controlar el plantea todavía más, por ejemplo con las nuevas tecnologías 5G o las nuevas torres de transmisión de Internet. Ver para creer diría mi abuelo.
Es difícil pensar que pese a la magnitud del fenómeno todavía haya personas que se resisten a entender que la mejor forma de combatir este mortal virus radica en un acto sencillo y probado: la inmunización. Las estadísticas están comprobando que el virus en cierto momento nos contagiará a todos, pero sus efectos serán menos severos o pasajeros en la mayoría de los casos para los que ya nos vacunamos. Las vacunas son la mejor forma de prepararse contra el virus, la ciencia lo está diciendo y probando con hechos.
Durante estos 24 meses ha sido increíble como expertos médicos de todo el mundo han trabajado contrarreloj para poder encontrar la cura contra este mortal virus, el camino no ha sido fácil, particularmente porque hasta la fecha el COVID cambia frecuentemente y nuevas variantes aparecen con frecuencia. Pero lo cierto es que los adelantos son indiscutibles.
Con seguridad no sabemos cuándo el virus desaparecerá de nuestras vidas, es muy posible que se quede al igual que otras enfermedades que ya conocemos y que con una vacuna al año basta, lo que sí es claro es que nuestras vidas no volverán a ser normales, como fueron en el 2019. Las mascarillas o cubrebocas, los protocolos de salubridad y todas las nuevas medidas de distanciamiento social permanecerán por un buen tiempo.
Pero por duro que parezca el futuro no es tan gris o tenebroso como se pinta, con un compromiso de todas y todos quizás en un poco tiempo podamos volver a juntarnos, disfrutar un concierto, una comida, y valorar aquellos sencillos momentos como reír con nuestros seres queridos, amigos y compañeros de trabajo para disfrutar de la normalidad que conocimos tiempo atrás.
*Gilberto Rogel es un periodista de origen salvadoreño radicado en Toronto, quien se especializa en temas de libertad de expresión en América Latina.