POR FRANCISCO REYES* / TORONTO /
La visita del Papa Francisco a Canadá vino a cerrar uno de los capítulos más tristes y dolorosos de las relaciones entre la Iglesia Católica y los pueblos aborígenes de la nación más al norte del continente americano.
A casi 10 años de su pontificado, Canadá fue el 56º país visitado por el Papa Francisco, en su 37º viaje apostólico, pero la cuarta gira que hace a este vasto territorio.
Con una misión muy distinta a la que tuvo en su última visita el Papa Juan Pablo II en el 2002, el pontífice de origen argentino agotó parte de su gira en las ciudades de Quebec, Iqaluit y Edmonton entre el 24 y el 29 de julio.
Como se sabe, Juan Pablo II estuvo en Canadá en tres ocasiones. La primera, en 1983; la segunda, en 1996, y la tercera, en el 2002 para participar en la Jornada Mundial de la Juventud que tuvo lugar en el Parque Urbano Downsview, de Toronto, donde el 25 de julio celebró una eucaristía en la clausura de su encuentro con cerca de medio millón de jóvenes de la gran mayoría de países del mundo.
La última visita del Papa polaco estuvo marcada por la alegría y el regocijo de tantos jóvenes que llegaron a Toronto para manifestar los signos de su catolicismo acompañados de instrumentos musicales y grupos cantores alrededor de las tiendas de campaña que instalaron en dicho parque urbano.
Pero la visita del Papa Francisco el mes pasado tenía un objetivo distinto: el sello del perdón por parte de la Iglesia Católica a los sobrevivientes de las escuelas residenciales donde fueron abusados después de haber sido separados de sus familias indígenas de una manera forzada.
Durante un período de 165 años, hasta 1996 en que se clausuraron oficialmente, unos 150,000 menores indígenas fueron separados de sus familias de las primeras naciones, inuit y métis para ser sometidos a desnutrición y abusos físicos y sexuales, en unas 150 escuelas residenciales extendidas por todo el territorio canadiense.
Muchos de esos menores fallecieron en los internados dirigidos por congregaciones religiosas de la Iglesia Católica y de la Iglesia Anglicana de Canadá, que se prestaron a servir a los gobiernos de este país cuya política era desarraigarlos de su cultura, incluyendo sus lenguas nativas y sus religiones animistas.
Después del cierre definitivo en 1996 de esos “centros de tortura física y de colonización psicológica” a través de los idiomas inglés y francés, empezaron las investigaciones sobre la muerte de niños nativos enterrados en cientos de tumbas clandestinas que destaparon los escándalos en que estaban envueltas dichas iglesias considerados como genocidios.
Los reclamos de los sobrevivientes y de familiares de los menores muertos por maltratos fueron aumentando, de modo que empezaron a reclamar al gobierno federal el pago de millones de dólares en indemnizaciones, siendo la administración gubernamental del entonces primer ministro Jean Chretien el primero en producir desembolsos monetarios a los afectados.
Pero el dinero no cerraría por completo las heridas emocionales y los traumas permanentes causados a aquellos menores frágiles y vulnerables que no llegaban a comprender la política de desarraigo ideada en el tiempo en que Canadá era la colonia principal del Reino Unido en América.
Desde las altas esferas del colonialismo canadiense se fraguaron los planes para hacer desaparecer a los pueblos autóctonos de Canadá, mediante la asimilación cultural, a la vez que buscaban despojarlos de sus tierras.
Hacía falta que también la Iglesia Católica, principalmente, por ser la que tenía el mayor número de escuelas residenciales, pidiera perdón públicamente admitiendo la culpabilidad de sus instituciones educativas en los maltratos que padecieron niños y niñas de las comunidades indígenas de esta nación.
La visita del Papa Francisco el mes pasado cerró, aunque no definitivamente, por lo menos en el ambiente público, el capítulo negro que la Iglesia Católica escribió en suelo canadiense.
Si bien es cierto que el centro de las actividades del Sumo Pontífice estuvo lejos de Toronto, no menos cierto es que personas en los diferentes niveles de la sociedad en la ciudad principal de Canadá estuvieron atentas al gesto de humildad que debía hacer el líder universal de la Iglesia Católica frente a los líderes de las primeras naciones, los inuit y los métis que aguardaban por años para poder llegar a la reconciliación con el cristianismo.
Para Santa Morán, dirigente de la Renovación Carismática de la Iglesia San Felipe Neri, de Toronto, “ese fue uno de los grandes crímenes del cristianismo en Canadá. Apoyo al Papa Francisco por la valentía de pedir perdón”.
Carlos Reyes, especialista en preservación del medioambiente en comunidades aborígenes, consideró que “era necesario cerrar ese capítulo tan doloroso, que pude comprender a través de mis estudios sobre ecología y grupos nativos”.
*Francisco Reyes es un comunicador social, poeta y cuentista dominicano. Ha ejercido el periodismo desde hace más de 25 años, tanto en su país como en Canadá. Además, ha sido corrector de estilo y profesor de filosofía, psicología, gramática y literaturas hispánicas en el nivel de la educación secundaria.