Chile: Una Plaza de la Dignidad sin Baquedano

Plaza Baquedano, ex Plaza Italia, Santiago de Chile

POR FELIX MORA* / TORONTO

El estallido social ocurrido en Chile, iniciado el 18 de octubre de 2019, que desafió al gobierno de Sebastián Piñera y a sus fuerzas represivas, cambió el curso de la historia de Chile para siempre.

La respuesta del presidente Piñera ante los manifestantes desarmados fue la represión brutal, llegando incluso a declarar que se trataba de “una guerra… contra un enemigo muy poderoso”. El pueblo desarmado era ese “enemigo poderoso”. Decretó estado de emergencia, toque de queda, sacó a los militares a la calle y ordenó a Carabineros reprimir brutalmente a los manifestantes.

A pesar de la represión, tan masivo y decidido fue el estallido social –tanto les habían quitado, que ya no tenían nada que perder– que logró paralizar al país y poner en jaque a los poderes del Estado, así como al gran empresariado.

Los poderosos de siempre no se sintieron tan poderosos ni seguros: altos empresarios se apresuraron en prometer aumentos de sueldo jamás vistos, mientras la esposa del presidente confesaba en audio privado que ya no reconocía al pueblo y le parecía estar viviendo una “invasión alienígena”, admitiendo además que “vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás” (sic).

Los congresistas, por su parte, tanto de oposición como oficialistas –salvo honrosas excepciones– tan distantes de las necesidades del pueblo, con sueldos treinta y tres veces superiores al salario mínimo; altamente preocupados ante la magnitud del estallido social, se apresuraron en buscar soluciones a los problemas que la ciudadanía venía reclamando por años, entregando en un par de días el llamado “Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución”, que permitió al pueblo de Chile votar en referéndum el fin a la Constitución de la ignominia, heredada de la dictadura, y elegir a quienes escribirían una nueva Constitución.

Por tanto, gracias al estallido social, al valor de quienes lo protagonizaron, al sacrificio de quienes perdieron la vida o resultaron mutilados por la represión brutal, o de quienes aún permanecen en prisión sin acceso a juicio justo; gracias a esos protagonistas del estallido social, Chile tiene hoy una Convención Constitucional, que ya trabaja para redactar la primera y verdadera Constitución del pueblo y, por si fuera poco, Chile tiene a un nuevo Presidente electo, Gabriel Boric, que inició su vida política como líder estudiantil, que no pertenece, ni rinde pleitesía a ninguno de los grupos del poder político y/o económico que han conducido los destinos del país durante buena parte de su historia.

PLAZA DE LA DIGNIDAD SÍ… PLAZA BAQUEDANO NO

Los protagonistas del estallido social, que se reunieron en esta plaza día tras día, durante un año y medio, expresaron con toda claridad su repudio a la presencia del monumento al General Manuel Baquedano en este lugar. Cada día de protestas, lo rayaron, disfrazaron, pintaron, cubrieron con banderas mapuche, golpearon, quemaron y casi derribaron, hasta que la intervención del gobierno lo rescató de su sitial, para “ser restaurado”.

Estatua de Baquedano, bañada en sangre, en alegoría al genocidio del pueblo mapuche.
El estallido social también marcó un cambio más, que a primera vista podría parecer pueril, pero no lo es: la plaza que fue epicentro de las manifestaciones masivas en Santiago, llamada hasta ese momento Plaza Baquedano (ex Plaza Italia), pasó a llamarse, Plaza de la Dignidad, por voluntad popular.

La animadversión de los manifestantes en contra de Baquedano no es gratuita. Tiene profundas raíces históricas y sociales.

En primer lugar, la estatua fue puesta allí por un dictador: Carlos Ibáñez del Campo, cuando ejercía el poder de mandatario, obtenido mediante una dictadura militar; siendo el mismo sujeto que creó Carabineros de Chile, como un cuerpo armado especial de represión de las protestas y huelgas obreras.

Por otra parte, para la historia oficial, es decir, aquella que sirve a los intereses de quienes detentan el poder, Baquedano fue un héroe de la Guerra del Pacífico; el estratega militar que logró la rendición de la ciudad de Lima, que participó con éxito en la “Pacificación de la Araucanía”, entre otras “proezas” militares.

Sin embargo, la historia verdadera demuestra que Baquedano nació en el seno de una familia militar y del polo más conservador de la oligarquía chilena bien consolidada en el poder, lo que facilitó su rápido ascenso en la carrera militar, sin grandes méritos de su parte.

Respecto de su actuación durante la Guerra del Pacífico, los historiadores coinciden en afirmar que fue uno de los mandos militares que dirigió las batallas de Miraflores y Chorrillos, enviando a la muerte en masa a la soldadesca rasa (el “roto” chileno), utilizada como carne de cañón, y ordenando los saqueos, pillaje, masivas violaciones, asesinatos e incendios contra la población civil de Arica, Tacna, Lima y demás poblados peruanos por donde pasaron las tropas chilenas.

Por último, desde 1867 se desempeñó como general de brigada del Ejército de Chile en la campaña denominada “Pacificación de la Araucanía”: eufemismo utilizado para encubrir la expansión territorial de las fronteras hacia el sur, incluyendo la ocupación sangrienta de los territorios ancestrales y el genocidio del pueblo mapuche. Al respecto, registros de la época dan cuenta de las huestes armadas que cruzaban el Bío Bío hacia el sur, quemando sementeras para hambrear a la población mapuche, quemando las rukas (casas), arreando los animales, junto a mujeres y niños, que eran enviados al centro del país. Por tanto, la supuesta pacificación de la Araucanía no fue otra cosa que una guerra de exterminio y pillaje.

Esa es, en verdad, la hoja de vida del General Baquedano, que el pueblo chileno, con toda razón, expulsó de la Plaza de la Dignidad y cuyo regreso jamás será tolerado.

Tantas veces como el gobierno intente reinstalar la estatua de Baquedano en Plaza de la Dignidad, las mismas veces será repudiado y expulsado por el pueblo, porque no hay plaza, ni calle, ni monumento, ni tarja en Chile, que pueda o deba soportar la ignominia de rendir homenaje a un oligarca genocida.

Así como Baquedano, las estatuas y monumentos de todos los demás supuestos “próceres” encumbrados por la oligarquía y que sean culpables de genocidio en contra del pueblo de Chile o cualquiera de sus pueblos/naciones originarias, deberían ser sustituidos por homenajes a los verdaderos héroes de Chile.

*Félix Mora es un refugiado político chileno, Juez de Paz de Ontario y Coordinador de la Red Plurinacional de Jueces y Juezas de las Américas.