América Central: un solo virus, distintas estrategias y la división de siempre

GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ / MÉXICO /

En 1856, ante la amenaza de desaparecer como repúblicas independientes y convertirse en un estado más de los que conformaban el sur esclavista de Estados Unidos, gobiernos y ejércitos centroamericanos decidieron unirse para expulsar a William Walker y sus filibusteros que ese año se habían enseñoreado de Nicaragua.  

En las siguientes décadas del siglo XIX y en las primeras del XX hubo al menos una decena de intentos de restablecer la unidad de los países centroamericanos, separados desde la desintegración de la República Federal de Centroamérica en 1842. Uno de los últimos y más significativos intentos para revivir el sueño de la unidad se realizó en 1920, precisamente hace un siglo, tras el derrocamiento del dictador guatemalteco Manuel Estrada Cabrera. Protagonista central de esa gesta fue el Partido Unionista Centroamericano. Un año después, de la ilusión apenas quedaban cenizas.

Ahora, ante un nuevo peligro que puede destruir a todos –la pandemia causada por el Covid-19–, en pleno siglo XXI los centroamericanos no han demostrado ser capaces de volver unirse para enfrentar en conjunto la nueva amenaza. Ante el virus, en lugar de sentimientos de unidad y solidaridad, entre los gobiernos han predominado recelos, acusaciones y reclamos, y cada país ha decidido encarar la situación impulsando su propia estrategia.

El Sistema de Integración Centroamericana, creado en 1991 y al que Belice y República Dominicana se sumaron una década después, parece no estar funcionando conforme los objetivos que se propuso.  Pese a que los mandatarios centroamericanos, de Panamá y Dominicana, se reunieron en teleconferencia poco después que la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia y anunciaron que impulsarían acciones de manera conjunta por medio de un Plan de Contingencia Regional para enfrentar la amenaza, en la práctica cada país ha reaccionado de la manera que le ha parecido mejor.

Guatemala, encabezada por el presidente Alejandro Giammattei, médico retirado, declaró “estado de calamidad” en todo el territorio guatemalteco, a la vez que declaró un toque de queda que rige desde las cuatro de la tarde hasta las cuatro de la mañana, medida esta última que resulta extraña dado que no hay más riesgo de contagio a esas horas que en las que no rige la prohibición de salir a las calles.  Por otra parte, en muchas zonas del interior la calamidad ya estaba presente mucho antes que la declarara el mandatario. Conforme se incrementaba el número de casos medios alternativos de comunicación también denunciaban las deplorables condiciones de centros de atención a la salud en localidades rurales, particularmente en las de población indígena.

En El Salvador el mandatario Nayib Bukele respondió de manera agresiva. Declaró una cuarentena obligatoria para toda la población. Anunció además la suspensión del pago de servicios básicos (agua, luz) e internet, y la entrega de trescientos dólares a las familias de escasos recursos. En los países vecinos lo elogiaron por sus medidas y en las redes de internet se comentó que debería ser el presidente de Centroamérica.  La euforia no duró mucho, dos semanas después miles salvadoreños se aglomeraron furiosos en las calles para reclamar el dinero prometido. Los reclamos dejaron en evidencia que las medidas anunciadas por Bukele no fueron planificadas adecuadamente. El mandatario también solicitó al FMI un préstamo de emergencia por 400 millones de dólares para enfrentar esos gastos, lo cual elevará aún más el pico poco más de 20 mil millones de dólares de su deuda pública. En cuanto a la cuarentena obligatoria, el presidente ha encontrado en las maras un curioso y terrorífico aliado. En videos que han circulado en internet se ve como pandilleros golpean con bates a los ciudadanos que se encuentran en las calles y que se han visto obligados a no cumplir con la disposición gubernamental.

En Honduras, el cuestionado presidente Juan Orlando Hernández decretó la suspensión de clases en todos los distintos niveles, anunció el cierre de las fronteras hondureñas… pero sólo por algunos días. Las autoridades también ofrecieron la entrega de una canasta de alimentos a los sectores de menos recursos, lo cual se ha realizado en algunas comunidades. Sin embargo, numerosos pobladores se han quejado de que los paquetes no contienen frijoles ni arroz, dos artículos esenciales de la dieta de todo hondureño. La desesperación ha llevado a muchos ciudadanos al saqueo de comercios en busca de alimentos. Hernández también anunció la entrega de nueve millones de mascarillas fabricadas en el país e impregnadas “de un químico que mata al virus”. El extravagante ofrecimiento fue rápidamente cuestionado por médicos, académicos y especialistas que aseguran no existe ningún químico “virucida”.

En Costa Rica, el país del istmo con mayor número de casos después de Panamá, también se decretó cuarentena obligatoria, restricción al tráfico vehicular, la clausura temporal lugares de esparcimiento, el cierre de las fronteras y la prohibición de eventos masivos. Ante el alto número de casos, cientos de nicaragüenses que llegaron autoexiliados hace dos años tras la crisis política nicaragüense, comenzaron a retornar a Nicaragua. Ante ello, las autoridades costarricenses han advertido que quienes abandonen el país perderán su estatus de refugiados, y reclaman a Nicaragua que no haya cerrado sus fronteras.

En este último país, el presidente Daniel Ortega no ha declarado ninguna medida drástica. A diferencia de sus colegas vecinos, ha animado a la población a seguir con su vida de manera normal, a la vez que diferentes instituciones estatales hacen campañas informativas sobre medidas de higiene para prevenir el contagio del virus. De los países de la región, Nicaragua es el que presenta menos casos. Sin embargo, la noticia que han destacado diferentes medios de posición es que Ortega no había aparecido en público en un mes, hecho del cual se hicieron eco grandes cadenas transnacionales de comunicación.

Para decepción de muchos que daban por muerto al mandatario, Ortega compareció esta semana en cadena de radio y televisión para hacer un llamado a invertir más en sistemas de salud y no en bombas atómicas ni otros armamentos de destrucción global.  En lo que fue una defensa de la forma en que su gobierno ha enfrentado la pandemia, expresó que Nicaragua lo ha hecho “con mucha paciencia (…) adoptando una serie de medidas guiándonos por las normas internacionales, pero aplicándolas de acuerdo con nuestra realidad, a nuestras posibilidades materiales y económicas”. El líder sandinista insistió en que en Nicaragua no se ha dejado de trabajar “porque si se deja de trabajar, el país se muere, el pueblo se muere”.

Según la información del SICA, al 15 de abril Guatemala confirmó 180 casos, de los cuales cinco fallecieron; El Salvador, 159 y seis decesos; Honduras registra 419 casos y 31 muertes; Costa Rica, 618 y tres muertes y Belice, 18 enfermos y 2 fallecimientos. Nicaragua reporta 9 casos y una muerte; Panamá 3,407 enfermos y 95 decesos, mientras que República Dominicana reconoce 3751 casos y 103 decesos.