GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ / MEXICO
A pocas semanas de concluidas las votaciones los electores brasileños, y la comunidad internacional, recibieron con beneplácito la noticia de que Luis Inácio Lula da Silva será el próximo presidente de Brasil. En este país, en el que están registrados poco más de 150 millones de votantes, puede afirmarse que el sistema electoral funciona a la perfección: es rápido, seguro y eficiente. Las posibilidades de fraude son nulas, según revelan diversos estudios realizados por especialistas de organismos independientes, de los partidos políticos y hasta de las fuerzas armadas.
Si nos atenemos a las definiciones o los discursos mediáticos más divulgados referidos a la democracia, podría afirmarse que Brasil cuenta con una de las democracias más sólidas y seguras del continente: las y los ciudadanos ejercen el derecho al voto sin mayores obstáculos y su decisión es respetada. Pero esta conclusión no es del todo precisa. Por el contrario, resulta problemática y engañosa. Existen datos que sugieren que aún se necesita de mecanismos e instituciones que garanticen un mayor fortalecimiento de la democracia brasileña. Las fuerzas que pretenden dinamitarla desde su interior son realmente poderosas y no abandonan su empeño.
Situaciones como la destitución de la presidenta Dilma Roussef en 2016 y el juicio Lula iniciado en 2018, cuando se perfilaba como el candidato con mayores intenciones de voto, fueron argucias legales para entorpecer y retrasar un proceso de democratización que la mayor parte de la sociedad brasileña espera se profundice y contribuya a enfrentar uno de los más graves problemas del país – común a otras naciones latinoamericanas- el de la pobreza, la injusticia social y las inadmisible desigualdad.
Tras pasar diecinueve meses en la cárcel, Lula nuevamente asumirá la presidencia de su país para continuar con la tarea emprendida durante su primer mandato, y que resultó debilitada tras la destitución de Roussef. “Nunca pensé que poner un plato de comida en la mesa de un pobre generaría tanto odio en una élite que tira toneladas de comida a la basura todos los días”, sintetizó Lula para referirse a la encarnizada campaña que los sectores más adinerados han emprendido contra el proyecto político que él representa. Y este es el sentido de las democracias latinoamericanas que debe fortalecerse: el de representar un verdadero cambio en las condiciones de vida de los menos favorecidos.
Otra ardua tarea es lograr que los sectores conservadores acepten la decisión de la voluntad popular de forma inequívoca, para no emitir señales que debiliten el proceso democrático. Y esta parece la estrategia seguida por Jair Bolsonaro, candidato perdedor. En actitud similar a la Trump en 2020, aún no acepta su derrota. Sin embargo, se espera que Lula asuma su mandato sin contratiempos, un hecho que incumbe a todo el planeta, porque con su gobierno la Amazonía contará con un aliado que contribuirá defenderla y preservarla. Por esto, la victoria de Lula no es sólo de su partido, sino de todas las personas preocupadas por el medio ambiente.