POR GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ*/ MEXICO /
Uno de los rasgos que ha distinguido a la administración del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador de sus predecesores es su vocación latinoamericana, sus continuos esfuerzos a favor de una integración diferente, tendiente a la histórica aspiración de unidad que soñó Bolívar. En julio del año pasado, durante la reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), se pronunció por la creación “de algo similar a la Unión Europea”, pero fundamentado en la historia, la cultura y la realidad de América Latina. Esta instancia sustituiría a la Organización de Estados Americanos (OEA), de tan nefasta historia al apañar las intervenciones estadounidenses que han aplastado los afanes de democratización en el istmo y otros países de la región, como en la Guatemala de Jacobo Árbenz o en República Dominicana tras el derrocamiento de Juan Bosch.
Coherente con su discurso, López Obrador se ha acercado a los países centroamericanos y su gobierno está metiendo el hombro en apoyo de comunidades guatemaltecas, salvadoreñas y hondureñas para aliviar un poco las condiciones que generan la desesperación que obliga a ciudadanos de estos países a migrar. Parte de esto fue la visita que realizó la primera semana de mayo a Guatemala, El Salvador, Honduras, Belice. El mandatario denominó esta gira “Mirando al Sur”, en la que también incluyó a Cuba. Pero como todo es relativo, el más allá del Sur mexicano es también el Norte centroamericano, bautizado por los especialistas que gustan acuñar términos como “el Triángulo del Norte”, quizás en una no muy velada alusión al Triángulo de las Bermudas. La diferencia entre ambos triángulos es que en el centroamericano las causas de por qué desaparecen las personas no son un misterio: las asesina la violencia criminal o las expulsa la inveterada injusticia estructural que caracteriza a estas sociedades.
A esas causas profundas de la violencia y la migración apuntan los modestos esfuerzos del gobierno que encabeza López Obrador. El gobernante mexicano reconoce que la migración es parte de la condición humana, pero de inmediato enfatiza que esta debería ser voluntaria y no porque la violencia, las condiciones socioeconómicas y la falta de esperanza obliguen a familias enteras a abandonar sus hogares. Por eso su insistencia en combatir las raíces más profundas de la migración de centroamericanos, que tanto preocupa a México como al gobierno estadounidense.
Consecuente con ese pensamiento, López Obrador impulsa en las comunidades más empobrecidas de varios Estados mexicanos dos programas con un ambicioso impacto social. El primero, llamado “Sembrando Vida”, otorga financiamiento para que poblaciones rurales se dediquen a la reforestación y contribuyan así a la recuperación del medioambiente. El segundo, titulado “Jóvenes construyendo futuro”, consiste en entregar una cierta cantidad de dinero a jóvenes de ambos sexos menores de 29 años, de manera que tengan posibilidades de estudiar o capacitarse en algún oficio. En 2019 el programa fue extendido a algunas comunidades de Honduras y El Salvador, donde habría beneficiado a varios miles de pobladores de ambos países; y ahora, durante su gira, se puso en marcha en Guatemala.
Desde Centroamérica López Obrador aprovechó para insistir que Estados Unidos también coopere con estos proyectos, que para alcanzar la metas deseadas -reducir sustantivamente el flujo migratorio y mejorar las condiciones de vida de las y los centroamericanos- requiere un financiamiento de 4 mil millones de dólares. Sin embargo, hasta ahora Estados Unidos ha ignorado los llamados del gobernante mexicano. Al parecer, los estadounidenses tienen dinero sólo para la guerra. Así lo sugiere la celeridad con que se aprobó una partida de 40 mil millones de dólares para Ucrania, un monto diez veces mayor de lo solicitado para ayudar a Centroamérica.
Para los críticos del presidente mexicano, sus esfuerzos por reducir los flujos migratorios no buscan más que congraciarse con Estados Unidos. Sin embargo, tales señalamientos no pueden negar ni descalificar el carácter y enfoque humanitario de la propuesta. En sus reuniones con los presidentes de Guatemala y El Salvador, la presidenta de Honduras y el gobierno de Belice, López Obrador abordó temas relacionados con la seguridad, el intercambio comercial, las tarifas aduaneras y los sistemas de salud en la región. En Cuba, último país que visitó, acordó la adquisición de vacunas anti-COVID, de fabricación cubana, y la contratación de 500 médicos que prestarán servicios en zonas rurales de México. Según cifras ofrecidas por el mandatario, el país azteca tiene un déficit de 50 mil galenos, tantos generales como especialistas.
Durante su gira, López Obrador también insistió en que ningún país debe ser excluido de participar en la Cumbre de las Américas programada para realizarse en Los Angeles, California, en junio próximo, y ha amagado con no asistir si se excluye a Cuba, Venezuela y Nicaragua. Curiosamente, este último país quedó excluido de su periplo centroamericano y caribeño. Por otra parte, fue notoria la buena sintonía que se estableció entre el presidente mexicano y la mandataria hondureña, Xiomara Castro, a quien llamó “compañera”. López Obrador definió a los gobiernos de Honduras y México como de “clara orientación progresista, a favor de la soberanía y el bienestar para las clases populares y (…) en contra de la corrupción”. Su gira por la región también puede interpretarse como una confirmación de esto.
*Guillermo Fernández Ampié es un periodista nicaragüense con doctorado en Estudios Latinoamericanos, quien actualmente es catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).