POR GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ* / MEXICO /
Nadie en nuestros días duda de lo determinante que resultan los medios de comunicación en la construcción de la forma en que concebimos e interpretamos lo que ocurre en el mundo. También son igualmente decisivos en la configuración de las opiniones e ideas que nos hacemos de quienes nos rodean, de los otros y hasta de nosotros mismos. Desde el surgimiento de la televisión por cable hasta el predominio de la era digital y de la realidad virtual, este poder sólo ha venido incrementándose y fortaleciéndose. Esto es especialmente indiscutible cuando nos referimos a las grandes empresas transnacionales basadas en los países con las economías y el poder militar más desarrollados, pues son también las que predominan en los flujos de noticias e información que consumimos todos en mayor o menor medida. Definitivamente son un poder que por lo general se mantiene alineado al poder político, económico y militar de sus respectivos países, en especial en lo que se refiere a política internacional. Las excepciones son realmente escasas, prácticamente no existen.
Podemos verlo ahora, una vez más, ante el conflicto bélico en que se han enzarzado Rusia y Ucrania. Los grandes consorcios transnacionales dedicados a la transmisión de noticias en los países occidentales han creado un sólido coro monótono que repite como un mantra una sola versión, una única perspectiva sobre lo que ocurre en aquellas heladas y conflictivas tierras. Y esto ha ocurrido durante cada conflicto internacional que hemos atestiguado en los últimos treinta años: desde la invasión a Panamá en 1989, hasta las invasiones a Irak en 1990 y 2003 o la guerra de veinte años contra Afganistán; sin omitir los bombardeos contra los libios para derrocar a Muhamar Gadafi, la participación estadounidense en la guerra civil en Somalia y los bombardeos contra la entonces República Federal de Yugoslavia, ocurridos en 1993 y 1999 respectivamente.
El recuento no es exhaustivo, el espacio no nos permite detallar todos los conflictos. Pero los conflictos mencionados constituyen una importante muestra para evidenciar que en cada uno de ellos esas grandes empresas dedicadas a la elaboración y circulación de noticias han definido quiénes son los malos, quién es el enemigo al que hay que eliminar. De esa manera se anula la posibilidad de promover y alentar un pensamiento crítico. Los medios de comunicación más poderosos no ofrecen insumos para que sus lectores, televidentes o escuchas puedan analizar objetivamente los acontecimientos. Ofrecen versiones predefinidas, verdades ya construidas que excluyen cualquier otra posibilidad de interpretación, las que a su vez rechazan cualquier otra perspectiva diferente.
Lo mismo puede decirse de lo que ocurre en América Latina. El ciudadano promedio del llamado primer mundo tiene tan pocas posibilidades, realmente escasas, de acceder a una versión de la realidad latinoamericana que no haya sido maquillada, manipulada o tergiversada por los medios de comunicación predominantes en sus países. Lo vemos con lo que ocurre en Venezuela, para poner un ejemplo más.
Por esto mismo, como ciudadanos y lectores, si queremos estar realmente bien informados y formarnos un criterio sólidamente fundamentado, es importante que también indaguemos qué intereses están tras cada medio de comunicación, con qué otras empresas tienen vínculos y negocios, quiénes son sus propietarios, sus accionistas, cuáles son sus vínculos con sus respectivos gobiernos. Así descubriremos sus contradicciones, las omisiones y mentiras que sin ningún pudor difunden como información o noticias verdadera. La historia de las “armas de destrucción masiva” difundida más allá del cansancio previo los bombardeos y la invasión a Iraq en 2003 es paradigmática, pero tampoco fue nada nuevo. Desde la guerra contra España por el deseo de anexarse a Cuba, tras la explosión en el acorazado Maine en 1898, la participación de Estados Unidos en conflictos internacionales ha sido siempre abonada por el discurso de cierta prensa y ciertos periodistas a quienes pareciera no importar la vida de las personas ajenas a su entorno más cercano. ¿Cuántas veces se ha repetido esa maniobra? ¿No estará repitiéndose actualmente?
Si hacemos ese escrutinio muy fácilmente advertiremos las contradicciones, mentiras y manipulaciones de los poderosos mass media y de los gobiernos a los que estos respaldan. Ofrezco acá algunas: Los defensores de la libertad de prensa censuran y prohíben ahora la transmisión de medios de comunicación que ofrecen una perspectiva del conflicto ruso-ucraniano diferente a la versión occidental; medios que dicen abogar por la Paz también hacen campaña para el envío de armas a Ucrania. Es lo mismo que querer apagar el fuego agregando gasolina a las llamas. Por otro lado, quienes se dicen campeones del libre comercio son los mismos que impulsan sanciones y medidas para obstaculizar la libre circulación de mercancías de y hacia determinados países.
Ahora Estados Unidos está urgido del crudo venezolano para garantizar la “seguridad energética” (de Estados Unidos) ante posibles medidas contra el petróleo y el gas ruso. Será interesante ver, en el caso de una respuesta venezolana positiva, si cambiará el discurso que hasta ahora ha predominado en la gran prensa internacional contra el gobierno de Nicolás Maduro.
Por todo lo anterior, hoy más que nunca cobra vigencia ese postulado propuesto por el filósofo Inmanuel Kant a finales del siglo XVIII: Atrevámonos a pensar por nosotros mismos.
*Guillermo Fernández Ampié es un periodista nicaragüense con doctorado en Estudios Latinoamericanos, quien actualmente es catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
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