POR GILBERTO ROGEL* / TORONTO /
El quizás país más dividido de América Latina tendrá por fin un nuevo presidente la próxima semana, cuando el profesor y líder campesino Pedro Castillo jure como nuevo gobernante del Perú, en una nación tremenda marcada por la desigualdad económica y social, la corrupción, el revanchismo y la extrema volatilidad de la clase política.
La llegada del profesor Castillo con su característico sombrero chotano no ha sido fácil, todo lo contrario. Primero, tuvo que vencer una estructura política partidista diseñada para mantener alejadas a las clases más desposeídas, y segundo, tuvo que superar por pocos votos a una figura que personifica el mejor rostro del revanchismo y el nepotismo, Keiko Fujimori, quien de manera prepotente e ilegal trató infructuosamente de evitar el triunfo de la izquierda hasta el último minuto.
Pero hablar de Perú y su clase política no es cosa fácil. Al igual que ha pasado en la mayoría de los países de la región, el militarismo y su vinculación con las clases poderosas, aunado a la dependencia hacia los Estados Unidos, han marcado el destino de esta nación rica en recursos naturales, pero donde la desigualdad y la injusta distribución de estos es ahora más evidente.
Por ello, cuando Keiko Fujimori se encaprichó en no aceptar los resultados de las elecciones populares en las que Pedro Castillo ganó por escasos 44 mil votos, quedó en evidencia su carácter de mala perdedora y sobre todo su irrespeto a las pocas instituciones democráticas que todavía funcionan en este país.
Como lo planteamos al inicio de esta columna, el Perú de hoy es una nación totalmente dividida donde casi el 50 por ciento apoya a Keiko Fujimori y un poquito más del 50 por ciento respalda a Pedro Castillo. Y a esto hay que agregarle que el nuevo gobernante tendrá que, literalmente, negociar con un congreso en donde conviven una serie de políticos quienes en su mayoría gozan del rechazo popular por sus prácticas clientelistas e ilegalidades y quienes han sido los culpables de destituir a al menos 3 presidentes.
En este contexto, el trabajo de Castillo no será color rosa, pero momento, se nos olvidaba un elemento crucial: El mismo futuro gobernante se encargó meses atrás de ponerle más leña al fuego, cuando dijo que su gobierno redactará una nueva constitución política para no depender del desacreditado congreso nacional, y que además su filosofía política estará basada en los principios del marxismo y el estalinismo, palabras que en cualquier país de la región generan miedo y rechazo popular.
Sin discusión que al profesor Castillo le falta olfato político, basta con revisar un par de sus presentaciones públicas para darse cuenta de que no es un ilustrado en materia filosófica, ni política tradicional; sin embargo, salta a la luz que es un ciudadano común y corriente que busca cambiar el rumbo de una nación posiblemente con buenas intenciones. Pero desgraciadamente, tal y como ha quedado registrado en la historia, las buenas intenciones se olvidan cuando hay que enfrentarse a los hechos reales.
Si el descolorido congreso nacional peruano deja gobernar al profesor Castillo, los próximos 5 años podrían ser un periodo de trascendentales cambios en la sociedad peruana, especialmente para los millones de indígenas y personas marginadas quienes ven en este nuevo gobierno una esperanza de una vida diferente para las nuevas generaciones.
Desgraciadamente el fantasma del pesimismo también nos golpea con mucha fuerza, y si nos atenemos a lo que ya hemos visto en los últimos 30 años, nadie garantiza que los políticos tradicionales peruanos acostumbrados a la corrupción y al clientelismo se comportarán civilizadamente. Habrá que ver si nos equivocamos y la democracia finalmente triunfa en este país suramericano.
*Gilberto Rogel es un periodista de origen salvadoreño radicado en Toronto, quien se especializa en temas políticos y de libertad de expresión en América Latina.