POR GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ* / MEXICO /
Se dice que sólo los niños, los locos y los borrachos dicen la verdad. Se sabe que el presidente salvadoreño Nayib Bukele no es ninguna de esas tres cosas, pero también supo decirle algunas verdades a los diplomáticos acreditados en su país, quienes lo escucharon con atención propia de un escolar.
En efecto, la alocución del mandatario salvadoreño tuvo características de una clase introductoria sobre cómo funcionan la democracia y el gobierno tanto en Estados Unidos como en El Salvador (incluida la traducción al español de alguna frase pronunciada también en inglés), acerca del derecho de los mandatarios -o del Parlamento en su caso- de nombrar o sustituir funcionarios del Estado, de lo que es la sociedad civil, la representatividad de los diputados, y su convicción en la independencia de los países centroamericanos, la forma de trabajar de algunos medios de comunicación y otros temas que no podremos abordar en estas breves líneas. De todos ellos vale la pena comentar por lo menos un par, como su idea de la democracia, el subdesarrollo, y la crítica que hizo a la idea de sociedad civil de representantes extranjeros.
En cuanto a lo primero, la concepción de la democracia de Bukele la resume el dicho surgido de los juegos de azar y común aún en muchos casinos: the winner takes it all. “El que gana, gana”, fueron sus exactas palabras, y con eso parecía indicar que quien obtiene una mayoría en una elección popular puede hacer lo que le venga en gana. Es una curiosa forma de concebir la democracia, excluyendo el diálogo, la construcción de consensos y las negociaciones, pero dice mucho de la calidad de democracia que se practica en Centroamérica. En este sentido, no hay muchas diferencias entre los países de la región, con la excepción de Costa Rica, que hasta ahora ha contado con una institucionalidad más sólida, aunque en los últimos años ha mostrado preocupantes grietas.
Otro elemento que llamó la atención fue la crítica realizada por el gobernante salvadoreño a la forma en que los representantes extranjeros conciben la sociedad civil centroamericana. Efectivamente, los enviados especiales de organismos internacionales, como la tristemente célebre Organización de Estados Americanos, o los diplomáticos de Estados Unidos o de los países europeos, que llegan a Centroamérica se reúnen con directivos de ONGs y de otros grupos pequeños pero poderosos (como las asociaciones de empresarios), y asumen que se han dialogado con representantes de la sociedad civil. Alguna razón le asiste a Bukele cuando afirma que esos grupos de intereses no constituyen, o por lo menos -habría que agregar- no son representativos de toda la sociedad civil.
Lecturas aparte de algunos artículos de ciertas leyes salvadoreñas, y a pesar de cierto aire pedagógico que el mandatario salvadoreño quiso imprimir a su intervención, también reveló mucha ingenuidad y desconocimiento de cómo funciona el mundo. Según él, los países centroamericanos saldrán de lo que llamó “subdesarrollo” haciendo lo mismo que han hecho los países industrializados. La verdad es que no hay manera que naciones pequeñas como las centroamericanas puedan “hacer lo mismo” que hicieron Estados Unidos y algunas potencias europeas para desarrollarse económicamente. Habría que saquear a otros pueblos, como Europa y los estadounidenses han hecho con África y América Latina, para gozar de las riquezas que ahora disfrutan las llamadas naciones desarrolladas.
En los años sesenta y setenta del siglo XX muchos intelectuales latinoamericanos explicaron muy bien esta situación, pero al parecer el presidente Bukele desconoce tales planteamientos. Por el contrario, insistió en que si El Salvador (y, por consiguiente, los demás países centroamericanos) no hacen lo mismo que los europeos y los estadounidenses, “vamos a ser una colonia, un país subdesarrollado”. El hecho es que El Salvador, lo mismo que sus vecinos de la región, ya es un país “subdesarrollado”, y lo seguirá siendo mientras otros impongan los precios a sus productos de exportación, importe mercancías sobrevaluadas, y siga pagando una deuda que hace varias décadas un reconocido líder caribeño calificó como inmoral e impagable.
Finalmente, además de dar pena ajena escuchar al gobernante salvadoreño decir “queremos ser como Japón, como Canadá o como Francia”, también resulta decepcionante porque demuestra que, a pesar de su juventud y de ser un millennial, porta las mismas ideas que en el siglo XIX animaban a los primeros gobernantes centroamericanos, quienes consideraban que construir un Estado y una nación, incluso ser “civilizado”, era parecerse a Europa.
Estoy seguro de que, si Bukele consulta a los campesinos de su país, a quienes también considera parte de la sociedad civil salvadoreña, no le dirán que quieren ser como Francia, Japón o Canadá. Lo más probable es que respondan que su anhelo es trabajar en paz, precios justos para los productos que cultivan, tener ingresos dignos para mantener a sus hijos, y que las compañías transnacionales no destruyan el entorno donde habitan.
*Guillermo Fernández Ampié es un periodista nicaragüense con doctorado en Estudios Latinoamericanos, quien actualmente es catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).