Cuba, bloqueada y con vacuna anti-COVID creada en laboratorios nacionales

POR GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ* / MEXICO /

El pasado domingo 25 de abril se realizó la campaña mundial contra el embargo comercial que hace más de sesenta años el presidente estadounidense John F. Kennedy impuso al gobierno de Cuba. Las muestras de rechazo a la medida punitiva estadounidense y en solidaridad con la isla caribeña literalmente recorrieron todo el globo. En ciudades de Australia, Centroamérica, Italia y otros países europeos, Irán, Moldavia, Suecia, Argentina y demás países suramericanos, se escucharon pronunciamientos exigiendo poner fin a la medida que perjudica principalmente a la población civil cubana, haciendo muy difícil su subsistencia cotidiana.

El clamor fue tan extenso y diverso que también se escuchó Toronto, Vancouver, Montreal y otras ciudades de Canadá, y en ciudades estadounidenses tan diversas como New York, Los Angeles, Detroit, Minneapolis, Seattle, Las Vegas y Washington D.C. Hasta Miami estuvo presente, lo cual es importante de destacar porque esta ciudad del Estado de Florida, desde que triunfó la revolución encabezada por Fidel Castro, ha sido refugio de cubanos que odian a muerte al gobierno de la isla. En esta ciudad del sur estadounidense también se reunieron grupos de cubanos-americanos de distintas edades y ‘colores’, vistiendo camisetas y portando pancartas en las que podían leerse “No more embargo”. En un video que circuló en redes sociales, uno de ellos declaró: “En estos momentos en que hasta las potencias están sufriendo, que a nuestro país se le asfixie de esa manera es inverosímil (…) estamos dando un paso al frente por nuestra gente, por nuestras familias y hasta por nosotros mismos, porque también nos afecta aquí en Estados Unidos”.

Esto indica que se ha ido extendiendo entre los cubanos residentes en Miami, a veces calificados despectivamente desde la isla como “gusanos”, la conciencia de que el embargo lastima más a los cubanos de a pie, incluidos a sus familiares, que al gobierno que Estados Unidos obsesivamente intenta derrocar. Y es que la medida, además de ser anacrónica, resulta injustificable y contradictoria con los propios principios que Estados Unidos asegura promover y defender, como el libre comercio.

Al decretar el embargo en 1962, el mandatario demócrata lo justificó como una respuesta a la nacionalización de empresas y propiedades agrícolas de ciudadanos estadounidenses decretada por el gobierno revolucionario recién instalado en la isla como parte de la reforma agraria para beneficiar a miles de campesinos pobres. Otro pretexto fue que Cuba comenzó a tejer lazos estrechos con la Unión Soviética, algo que Estados Unidos consideró una amenaza directa, aunque a Cuba le asistía el derecho -como Estado soberano e independiente- de establecer relaciones internacionales con las naciones que considerara conveniente a sus propios intereses.

Desde entonces han asumido la jefatura del gobierno estadounidense seis presidentes demócratas y seis republicanos, y todos ellos han mantenido esa política agresiva contra la isla. A finales de 1989 fue derrumbado el muro de Berlín, símbolo de la guerra fría. Pocos años después, hace ya treinta años, desapareció la Unión Soviética, pero el embargo siguió ahí, inamovible.  Por el contrario, a mediados de los años noventa, se recrudeció con la llamada Ley Helms-Burton (por los congresistas que la promovieron), que establece sanciones contra aquellos países o personas que inviertan o participen en proyectos con el gobierno cubano en las áreas o propiedades que pertenecieron a ciudadanos estadounidenses. Y aunque se podría argumentar que también es derecho soberano de Estados Unidos vender o comprar productos o no a quien desee, sancionar a terceros, desde todo punto de vista resulta cuestionable. Todo esto en momentos en que Estados Unidos, por otra parte, se mostraba como paladín de la globalización económica y financiera, a la vez que firmaba tratados de libre comercio con diversos países latinoamericanos y de otras regiones del mundo, en ocasiones bajo fuertes tensiones y contra el rechazo de amplios sectores de la población de las naciones que pasaban a ser ‘socios’ minoritarios de los estadounidenses.

Además del anacronismo, para colmo de la frustración estadounidense, el embargo no ha dado los resultados esperados, más allá de las dificultades cotidianas que impone al cubano común y corriente. Es más, pese a esas imposiciones, la isla ha alcanzado importantes logros. El más impactante de ellos, en esto tiempos de pandemia, fue la elaboración de una vacuna contra el COVID-19 en sus laboratorios nacionales y con sus propios y escasos recursos. Hasta ahora es el único país latinoamericano y caribeño en lograr tal proeza. Uno puede preguntarse, si con la agresividad del bloqueo los cubanos pudieron experimentar y fabricar su propia vacuna, ¿qué no podrían hacer si tuvieran acceso a tecnología, software, equipos, materias primas y componentes primarios con los que cuentan otros países?

En todo caso, la proeza tampoco desdice la brutalidad del bloqueo, que se manifiesta en otras dificultades que las autoridades sanitarias de la isla buscan resolver: el embargo dificulta la importación de jeringas para aplicar la vacuna. La pregunta es válida y todos debemos hacérnosla: ¿Hay derecho de castigar a un pueblo de esta manera?

*Guillermo Fernández Ampié es un periodista nicaragüense con doctorado en Estudios Latinoamericanos, quien actualmente es catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).